Dolores del Río creció siendo una joven rodeada de lujos, pero no logró mantener esa vida llena de suntuosidad, pues en una ocasión pasó por una crisis tan fuerte que tuvo que deshacerse de todas las joyas que sus padres y su primer esposo le habían regalado.
Una de las únicas actrices que nació en una familia muy bien posicionada fue Dolores del Río, de alguna forma, todos sus familiares se relacionaban con la aristocracia que existió durante el Porfiriato y algunos otros eran artistas, haciendo que ella estuviera acostumbrada a relacionarse solo con personas de una clase social y económica privilegiada.
Durante los primeros meses de vida de Dolores, ella y su familia perdieron todas sus propiedades en Durango y escaparon a la Ciudad de México, ahí rehicieron su vida. Cuando volvieron a gozar de una gran riqueza, la joven Del Río comenzó a prepararse como bailarina en la escuela.
Durante su juventud, la histrionisa conoció a su primer esposo, Jaime Martínez del Río, un muy famoso empresario que conoció durante un baile. Se casaron el 11 de abril de 1921, cuando ella tenía solo 17 años.
No solo su boda fue un evento lleno de opulencia, sino también su luna de miel, pues consistió en viajar por todo Europa en dos años. Londres, París, Roma, Madrid fueron las ciudades que visitaron durante ese tiempo, época en la que también se relacionaron con reyes y príncipes.
Fue a su regreso a México que su esposo decidió invertir gran parte de su fortuna en la siembra de algodón, llegando a ser dueño de una de las fincas más importantes del norte del país y convertirse en uno de los hombres más ricos de México en ese entonces, pero esto llegó a su fin a los pocos años, en 1924.
“Por segunda vez habíamos dejado de ser ricos”, recordó Dolores en el programa Autobiografía. Ella no estaba acostumbrada a esto, pues la primera vez que su familia quedó en la ruina fue cuando ella era una bebé, por lo que le pesó el no tener a sus manos los lujos que quisiera.
La protagonista de María Candelaria tuvo que despedirse de su automóvil y de todas sus alhajas, entre las que estaban una diadema de zafiros y un collar de perlas, las dos joyas que más había apreciado en su vida, para venderlas y sostenerse con las ganancias.
Fue entonces, en uno de los peores momentos de su vida, que un amigo pintor llevó a su casa al director estadounidense Edwin Carewe, a quien le gustó el perfil de Dolores y le propuso ser actriz de cine. Ella, en un principio, lo rechazó, pues su interés estaba en la danza. No obstante, cuando le dijo cuánto dinero le pagarían por una película, aceptó.
Esta no fue la última vez que Dolores tuvo que ver cómo toda la fortuna que había reunido se escapaba de sus manos y se veía obligada a abandonar su vida llena de privilegios, pues en medio de su triunfo como actriz en Hollywood durante la Época de Oro, comenzó una “cacería de brujas” en la que las autoridades estadounidenses controlaban todos los detalles de lo que hacían los artistas extranjeros y los proyectos que lanzaban para que no fueran en contra de los intereses políticos del país.
En los años 30 la actriz asistió a una función especial de la película ¡Qué viva México!, la cual fue censurada en Estados Unidos por supuestamente haber sido modificada en la Unión Soviética para que estuviera impregnada de un pensamiento comunista.
Por ello, al salir del evento, Dolores del Río fue acusada de comunista y nadie quiso contratarla en Estados Unidos en aquella época, por lo que tuvo que abandonar su carrera temporalmente, hasta que, en medio de una crisis económica, decidió regresar a México.
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