A lo largo de la historia de México, se han conocido historias de todo tipo. Muchas de éxito, aunque muchas otras de fracaso. La historia del segundo Emperador de México, Maximiliano de Habsburgo, quien gobernó México de 1864 a 1867, no fue una historia de muchos triunfos, y en cambio, tuvo varias derrotas a lo largo de su vida.
El Segundo Imperio de México ha sido una de las etapas de la historia de México que más han llamado la atención. El emperador austriaco, Maximiliano de Habsburgo, llegó al país por presiones y engaños, pues por una parte, su suegro, el padre de la princesa Carlota de Bélgica, Leopoldo I de Bélgica, lo presionaba para tener un cargo destacado.
Además, un grupo de conservadores mexicanos fue a visitarlo al castillo de Miramar, ubicado a las orillas del mar Adriático, para decirle que los mexicanos querían ser gobernados por él. Algo que no era del todo cierto, pues si bien los conservadores buscaban llevar la monarquía a México, los liberales estaban a favor de que Benito Juárez fuera quien gobernara al país.
Los conservadores mexicanos estaban enemistados con el presidente Juárez, con quien habían peleado la Guerra de Reforma, también conocida como la Guerra de los Tres Años. Además, Napoleón III, quien le ofreció el Imperio, solo lo vio como un “títere” al que podía mover a su gusto. El final de Maximiliano de Habsburgo en México no fue el mejor, pues el 19 de junio de 1867, murió fusilado, luego de ser capturado en Querétaro.
Y es que el emperador, al llegar a México, contó con el apoyo de varias personas, por ejemplo, los mismos conservadores que habían ido a buscarlo hasta su castillo para convencerlo de gobernar México, sin embargo, estando en México, Maximiliano tomó por buenas algunas leyes que había creado Juárez, de corte liberal, como las Leyes de Reforma, con las cuales le quitaba sus beneficios a los conservadores y a la Iglesia, lo que provocó que luego de un tiempo no lo vieran con buenos ojos.
Además, a su llegada a México, el emperador también fue apoyado por los franceses, pues había sido el mismo Napoleón III quien le había otorgado el poder en el país, sin embargo, luego de que terminara la Guerra de Secesión en Estados Unidos, en 1865, los estadounidenses le exigieron a Napoleón III que retirara sus tropas del territorio mexicano, algo a lo que accedió, por lo que Maximiliano quedó solo.
Durante el otoño e invierno de 1866, el emperador austriaco se había retirado a Orizaba con las pocas pertenencias personales que tenía. Pensaba en abdicar y regresar a Europa, y pasó el otoño con el que fuera su pasatiempo favorito: cazar mariposas, mientras esperaba embarcarse en Veracruz. Sin embargo, no abdicó, pues fue su misma familia quien le dijo que continuara en el trono de México, por el honor del apellido que llevaba consigo.
Maximiliano de Habsburgo finalmente fue a Querétaro, en donde fue sitiado junto a los pocos hombres que aún lo apoyaban. El emperador se terminó rindiendo, y entregando su espada al general Mariano Escobedo.
Tras esto, Maximiliano y sus generales conservadores, Miguel Miramón y Tomás Mejía, fueron juzgados en Gran Teatro Iturbide de Querétaro, en donde fueron condenados a muerte por la Ley del 25 de enero de 1862, que condenaba a muerte a todo aquel que intentara contra la independencia nacional .
Fue así que, el 19 de junio de 1867, Maximiliano, junto a sus dos generales conservadores, fueron fusilados por la mañana, en el Cerro de las Campanas, en Querétaro. Cabe destacar que en la actualidad hay una capilla que recuerda el hecho.
Existe una fotografía que, se dice, fue tomada a Maximiliano de Habsburgo en sus últimos días de vida, cuando se encontraba sitiado en Querétaro. Fue la última foto que se le tomó al emperador con vida. En ella luce muy delgado, se ve desalineado, sucio y la barba, que regularmente tenía muy bien adornada, luce dispareja y descuidada. También se le ve con un sombrero de ala ancha, en su traje lleva medallas y usa botas. Se dice que la delgadez que es notoria en la fotografía, se debe a que sufría de grave disentería en ese momento.
Los síntomas más comunes de la disentería son diarrea, dolor abdominal, fiebre, fuertes retortijones, y vómito. La enfermedad es una infección en el estómago o intestinos provocada por una bacteria llamada “shigela”.
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