Odette vive en Aguililla y va a la escuela porque tiene esperanzas que están más allá de la violencia que casi acabó con su pueblo por la narcoguerra del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) contra Cárteles Unidos en Michoacán.
Al paso de los últimos meses ella como otras jóvenes perdió amigas que conoció desde el prescolar. Reprobó porque no pudo entregar un trabajo cuando los criminales cortaron la energía. Y escuchó balaceras como vio el desfile de sicarios que mataron a sus enemigos. Sin embargo, tiene muy claro que su esfuerzo puede sobreponerse a la maldición del narco y buscar un mejor futuro.
Odette cursa la secundaria en la cabecera municipal de Aguililla, a 48 kilómetros del Naranjo de Chila, donde Rubén Nemesio Oseguera Cervantes, el Mencho, jefe del CJNG, también fue a la escuela cuando era pequeño. La distancia entre los dos puntos es de una hora, pero si se comparan contextos entre ambas personas hay medio siglo de camino recorrido.
Dicen que el Mencho dejó de ir a clases a principios de 1970 para trabajar y ayudar en el gasto familiar. Después se involucró con los Valencia y siguió malos pasos para adentrarse en el tráfico de drogas. A los 20 años llegó a la bahía de San Francisco, California, donde formó una familia y tal vez quiso ganarse la vida como migrante, pero finalmente cayó en el negocio criminal que sellaría su destino.
A diferencia de su coterráneo, Odette piensa que todavía tiene oportunidades. Cree que su futuro no se reducirá a la condena de vivir entre disputas de cárteles que quieren imponerse en la Tierra Caliente a costa de sangre y fuego desde 2019. En medio de esas batallas han quedado quienes pierden su trabajo, un ser querido o como ella que perdió las clases porque un profesor no se arriesga en zonas de narcoguerra.
“No tenemos varias materias por la falta de maestros”, dijo en entrevista con Infobae México a principios de junio pasado. En aquel entonces recordaba la mala fama de Aguililla y el miedo de los docentes que también se fueron sin condiciones para volver. Ni siquiera con la presencia de más soldados desde febrero pasado ni el repliegue del CJNG.
La joven aseguró que aún no llevaban materias como Geografía, Computación e Inglés. Además, las dos profesoras de Español en la secundaria no podían cubrir enseñanzas para cerca de 400 alumnos. Tan básico como Matemáticas, esta última disciplina tampoco les había tocado durante un año a los estudiantes de ese nivel.
Los asesinatos, caminos bloqueados, desplazamientos forzados y enfrentamientos entre delincuentes ya forman parte de la experiencia de niños y adolescentes de Aguililla. Aún no se saben las repercusiones emocionales ni se han establecido tratamientos psicológicos para recuperar el tejido social por las pugnas de narcos.
Por lo pronto, Odette también tiene una mancha en su historial académico porque los de Cárteles Unidos cortaron el servicio eléctrico con intenciones de afectar al CJNG, pero el resto de habitantes terminaron pagando facturas por esa estrategia desquiciante contra quienes no tenían la culpa de peleas criminales.
“Una vez que se fue la luz quedé reprobada en un trabajo y quedé reprobada en Formación Cívica y Ética. Era en línea y nos dejaron un trabajo final y yo no lo pude sacar porque tenía que hacerlo en el ciber, donde se necesitaba luz e internet”, explicó sobre ese episodio que confirmó otro de sus compañeros.
Por fortuna, los profesores comprendieron que varios estudiantes no entregaron sus tareas finales a causa de la estrategia de grupos delictivos y permitieron que realizaran un examen extraordinario para pasar la materia, pero hasta el año siguiente.
Los jóvenes entrevistados no solo han perdido materias o clases. La inseguridad en Aguililla causó que sus amigos de la infancia salieran huyendo del pueblo. Entre vecinos o compañeros de aulas, también se marcharon sus familiares.
“Una vez yo me fui, pero nada más un año”, comentó uno de los jóvenes entrevistados. Pero poco después regresó, aunque sus seres queridos que están fuera de la cuna del Mencho les piden que se alejen para siempre de un lugar que no tiene futuro.
Ahora están lejos, pero aún siguen hablando con sus amistades porque los extrañan. Odette ya no tiene a su mejor amiga cerca pero la recuerda con cariño como a otra chica que conoció desde el jardín de niños. La narcoguerra le quitó esas convivencias y ha previsto que ellas no regresarán.
Fuera del contexto criminal en que han sobrevivido, los jóvenes entrevistados piensan dedicarse a la Gastronomía o cualquier otra profesión que están por definir. Pero no consideran volverse sicarios del CJNG o de otro cártel que prolifere en los alrededores de Aguililla.
No quieren quedarse en algo así, por eso resisten a lo que resta de las brasas del narco que les hizo madurar entre el pánico del fuego cruzado y estruendos de fusiles. Mientras tanto, deben pensar en tareas, el acné, la ropa que deben ponerse, amoríos, discusiones con sus padres, además de asimilar los cambios inocentes y decisiones difíciles rumbo a la adultez.
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