En todo episodio bélico surgen “heroes” y “villanos” que a veces se vueleven indistintos entre sí debido a los metodos que aplican durante las batallas para aplacar a su enemigo. Y ciertamente sale lo peor de los hombres cuando estos se ven en situaciones complicadas.
Y así fue durante la Segunda Intervención Francesa en México, lo que llegó a indignar bastante al joven emperador Maximiliano de Habsburgo. Ya que entre sus hombres había llegado uno de los más sanguinarios de la guerra franco-mexicana.
Se trata de Achille Charles Dupin, mejor conocido como “El Carnicero Rojo” o la “Hiena de Tamaulipas”, quien en el momento más difícil de la guerra entre los mexicanos republicanos y los imperialistas, aplicó medidas tan salvajes que los mismos franceses llegaban a horrorizarse de él.
La guerra de guerrillas
Primero hay que entender que a pesar de que los mexicanos habían ganado cierta valentía tras la victoría en la Batalla de Puebla, las victorias comenzarían a ser menores mientras los imperialistas avanzaban por el territorio. Por lo que a partir de 1863, los mexicanos recurrieron a la guerra de guerrillas.
Esta consiste en llevar a cabo ataques con contingentes pequeños para después huir, con lo que se busca evitar ataques o confrontaciones directas. En estas se da prioridad al conocimiento del terreno y los ataques certeros.
De este modo los republicanos atacaban las líneas de comunicación y las rutas de abastecimiento del invasor para debilitarlos y robarles. Tal es el caso de la batalla del Camarón en Veracruz, en 1863, donde los mexicanos aplican la estrategia y eliminan a un contingente de la Legión Extranjera.
Como exponentes están Nicolás Romero, conocido como El León de las Montañas, quien siembra el terror en Guerrero, México y Michoacán; y Pedro José Méndez, en el noreste del país, quien atacaba de noche.
Ante este panorama, se toman las primeras medidas, como la de fusilar a los jefes republicanos aprehendidos que puedan ser reconocidos sin importar rango. Pero también surge la contraguerrilla.
En un inicio es comandada por el suizo Staeklin, pero será reemplazado por uno de los altos mandos conocido por su sadismo, eficacia y salvajismo: Charles Dupin, de 1863 a 1865, llevará el mando de la contraguerrilla francesa.
Dupin había sido dado de baja del ejército por mala conducta después de haber robado y tratar de subastar tesoros obtenidos tras la invasión a Pekín en 1860. Sin embargo, su reputación como gran comandante a pesar de su trato hosco, altanero, lo llevó a las tierras mexicanas por órdenes del mismo emperador Napoleón III.
Por lo que en 1862 embarcó hacia México y fue aceptado por el mariscal Achiles Bazaine para llevar la contraguerrilla, este le fue ofrecido en un baile.
“Todo el mundo tuvo la oportunidad de verlo tocado con un ancho sombrero, cubierto con una capa de coronel roja o negra, calzando botas de montar amarillas con espuelas del país, con ocho o nueve condecoraciones en el pecho, un revólver al cinto y un sable —ya puesto a prueba—colgado de su silla de montar”, según escribió Émile de Keratry quien llegó a servir en la contraguerrilla.
A pesar de su peculiar apariencia, que además se sumaba un particular puro en la boca, nunca ocultó su brutalidad con la que se enfrentó a los chinacos juaristas y a los bandidos, tanto que algunos franceses se opusieron a sus métodos mientras que otros lo justificaban diciendo que se trataba de una guerra de “salvajes contra salvajes”.
Quemó pueblos enteros, ejecutó civiles colgándolos o fusilándolos a la menor sospecha de ser complices de los republicanos. Cortaba los suministros de comida y reinaba con terror en cada poblado al que entraba. Estas medidas las aprendió durante su servicio en la Guerra de Crimea, donde pelearon con la misma brutalidad.
Sus hombres eran conocidos como “los diablos” y eran los mejor pagados del ejército, según indicó el historiador Jean Meyer. De hecho fue despreciado por el mismo Maximiliano de Habsburgo, quien lo mandó de regreso a Francia, pero retornó poco después a su misión en México por órdenes de Napoleón y la influencia de Achille Bazaine, quien lo conoció en África y conocía su eficacia. Tras esto el desprecio se volvió mutuo.
Pero las mismas fuerzas juaristas se volvieron más agresivos con el ejército imperial. Se dice que comenzaron a enterrar a los prisioneros vivos en el campo de batalla para que las balas de sus propios compañeros acabaran con ellos o lazaban a los extranjeros y los arrastraban por el campo de batalla.
Pero no fue hasta 1866 que regresó a Francia al ser reemplazado en el mando. A la edad de 54 años murió de meningitis, pero su paso por el territorio nacional dejó la huella y el olor de la sangre. Poco después el imperio en México también caería.
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