La poesía lo ha nutrido y lo ha salvado del abismo de la desesperación, pero escribir novelas ha permitido a Rogelio Guedea hacer un punzante señalamiento a los grandes males que azotan México: la violencia, la injusticia, la corrupción, la impunidad. Y en Bisturí (FCE, 2022), su más reciente ficción, esas calamidades giran en la realidad de Santiago, el protagonista de la historia que busca venganza tras la muerte de su padre, ocurrida en circunstancias sospechosas.
Para el poeta, ensayista y novelista la realidad inmediata es un “punto de partida para poder elevarla a una dimensión más alta, la de la creación literaria, la de la ficción misma. Sin embargo, y aunque parezca paradójico, para mí realidad y ficción son vasos comunicantes, a veces son solamente una dimensión distinta de toda la realidad que vivimos, real e imaginada, de manera que estoy realmente afectado por todo: lo que pienso, lo que imagino, lo que deseo, todo ello influye en mi obra literaria”, explicó en entrevista para Infobae México.
Precisamente la delgada línea entre la realidad y la mentira se hace presente en Bisturí cuando Santiago se encuentra frente al cadáver de su padre, fallecido en el hospital tras tener que someterse a ciertos procedimientos médicos que desembocan en complicaciones. En ese momento se desvelan pasiones, miedos, obsesiones y perversiones del joven guitarrista que decide tomar justicia por su propia mano.
Pero la violencia que retrata Guedea se desenvuelve en varios niveles. “Ya como un elemento sistémico (destructivo sí) de nuestra realidad social, cultural y humana, y más particularmente de la violencia hacia las mujeres, esa que se sufre en el ámbito familiar, en las relaciones de pareja. La violencia intrafamiliar. Eso por un lado, pero también por el otro es una exposición de cómo esta violencia se hace impune y nos desvela la fragilidad de todo nuestro sistema de justicia, nuestro estado de Derecho, enfrentándonos prácticamente a la impunidad, lo que genera básicamente que vivamos en la ley de la selva, en donde solo vale hacerse justicia por tu propia mano. La historia de Santiago, el protagonista de esta historia, es precisamente el enfrentamiento a esta realidad y la forma en cómo la resolverá. Todas mis novelas han querido mostrar estos males que tanto daño han hecho a nuestro bienestar como sociedad: la corrupción, la injusticia, la impunidad, y todo lo que esto ha dañado nuestro tejido social, generando una especie de rabia e impotencia consuetudinaria que no nos permite avanzar como país. Exponerlo por medio de la ficción es una manera de no dejar de enfatizar que tenemos una enorme deuda pendiente con ese tema”.
-La venganza vuelve a ser un factor en esta nueva narración, al igual que el crimen y la muerte... ¿por qué el interés en esos temas que ya ha explorado en 41, Vidas secretas o El crimen de los Tepames?
-Como lo comenté anteriormente, precisamente porque creo que en temas no resueltos de nuestra agenda social debemos de seguir insistiendo. Para mí se ha hecho una especie de obsesión tratar estos temas que, aunque la novela no sirva para como se dice para solucionarlos (quizá el periodismo pueda hacer más o hacer política), también creo que es una herramienta eficaz para penetrar en la conciencia social de una forma igual o mas contundente que en las otras. No quiero hacer apología de la violencia con ninguna de mis novelas, ni tampoco usarlas como propaganda de nada, sólo pretende describir un ámbito de nuestra actualidad y realidad, quizá el más oscuro de todos, pero finalmente el que requiere más de nuestra atención.
-En El último desayuno el protagonista es Roque de la Mora, un maestro universitario en Nueva Zelanda, lo cual remite de inmediato al autor. ¿Qué tanto hay de Rogelio Guedea en los personajes de Bisturí?
- Creo que Bisturí está plagada de mí pero en otro sentido, digamos que un sentido que tiene que ver más con la visión que tengo de la realidad de mi país y particularmente con ciertos temas que, como dije, me han interesado mucho, como lo es el propio tema de la violencia en todas sus dimensiones y formas y lo que esto genera como consecuencia. Es el mayor problema ahora de nuestro país y merece la atención de todos, no sólo de los políticos o activistas sociales, también los artistas e intelectuales.
Un poeta mexicano en Nueva Zelanda
Aunque Guedea nutre su faceta como novelista y ensayista, considera a la poesía la “más antigua y persistente” de sus pasiones literarias. Y pese a que dejó de radicar en México para instalarse en Nueva Zelada, para ver al país en su totalidad desde cierta distancia, no ha dejado de lado, tampoco, su trabajo en la Colección Álamo de Poesía, que concluyó sus primeros diez números.
“La poesía es el género literario en el que más descarnadamente se desnuda el que la escribe y por tanto el que más desnuda al que la lee, son muy pocos los filtros que tiene la poesía, es una comunicación desnuda, profunda, por eso es que se usa incluso con fines terapéuticos porque se ha comprobado que genera más reacciones químicas en el cerebro que los propios antidepresivos. Leer poesía, entonces, es un alimento que nos hace bien, sobre todo en estos tiempos aciagos, de ahí que promoverla en momentos así sea no sólo algo acertado sino obligado. A mí Dios y la poesía me han dado todo lo que tengo ahora, han impedido que realmente caiga en el más profundo abismo de la desesperación, y yo quiero que esto mismo haga por los demás, la poesía es sanadora, por eso la promuevo y promoveré siempre”.
Por ahora, el poeta se encuentra a la espera de ver si hay condiciones para continuar con una segunda temporada de la Colección Álamo en la que le gustaría publicar a poetas clave de América Latina y más tarde a una decena de destacados autores de todo el mundo.
“La elección de los autores está estrictamente basada en la calidad de la obra y para este caso en la constancia que han tenido en el género, de manera que sus trayectorias también se toman en cuenta. Pero sí, la calidad siempre será primero”.
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