Desde 1983 que el Río Bravo, a la altura de Albuquerque en Nuevo México, no lucía vacío... hasta ahora. El tramo del caudal que abastece de agua a unas seis millones de personas entre México y EEUU se observa vacío, generando una severa amenaza para más de un sector. Uno de ellos, que de hecho se encuentra en peligro de extinción es el pez carpa chamizal, tan pequeño como un meñique.
Biólogos expertos en dicho hábitat intentan desesperadamente salvar a esa especie que apenas sobrevive en los pequeños cúmulos de agua que de a poco se evaporan en el que los estadounidenses llaman “río Grande”.
Y es que si bien unas lluvias trajeron agua al río, los expertos advierten que la resequedad que hay tan al norte río arriba es un indicio de que el suministro de agua será cada vez más frágil y de que las actuales medidas de conservación podrían no alcanzar para salvar al carpa chamizal y al mismo tiempo regar las granjas, jardines y parques de la región.
Hay carpa chamizales en apenas un 7% de lo que supo ser su hábitat tras un siglo de construcción de presas, canales y desvío de aguas a lo largo de los 3 mil 058 kilómetros (mil 900 millas) del río, que cruza Colorado, Nuevo México, Texas y el norte de México. En 1994, el gobierno estadounidense incorporó al carpa chamizal a su lista de especies en peligro de extinción. Los esfuerzos por salvar al pez, no obstante, tropiezan con la demanda de agua y el cambio del clima.
Años de sequías, temperaturas sofocantes y una temporada de lluvias imprevisible acaban con lo poco que queda de su hábitat. Sú única esperanza son las lluvias.
“Se adaptaron a muchas cosas, pero no a esto”, dijo Thomas Archdeacon, biólogo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos a cargo de un programa para rescatar al pez. “Cuando el río fluye un día si y un día no a lo largo de millas, no saben cómo resolver eso”.
Cuando partes del río se secan, las autoridades usan redes y cercos para sacar a los peces de charcos cálidos y trasladarlos a tramos del río por los que todavía corre el agua. La tasa de supervivencia del pez al ser rescatado es muy baja, de apenas el 5%, por el estrés que representan el agua cálida, la resequedad y la reubicación forzada.
Pero dejar a los peces en los charcos de agua es una condena de muerte casi segura, de acuerdo con Archdeacon. Junto con otros biólogos, manejaron varias millas hasta llegar a un sector en el que fluía agua, proveniente de una planta de tratamiento de aguas residuales. Solo un puñado de los 400 que habían sido rescatados sobrevivirán.
A lo largo de los años, el gobierno ha criado y liberado grandes cantidades de carpa chamizales. Las posibilidades de supervivencia de la especie, no obstante, dependerán siempre del hábitat.
La perspectiva de que fluya más agua en el río es limitada.
“El cambio climático avanza tan rápidamente que rebasa todas las herramientas que hemos desarrollado en las últimas décadas”, manifestó John Fleck, investigador de la Universidad de Nuevo México.
Históricamente, una forma de hacer llegar más agua al río es traerla de embalses río arriba. Pero este año Nuevo México no ha podido almacenar más agua que de costumbre por una deuda que tiene con Texas. En medio de la peor sequía que vive el oeste de Estados Unidos en 1.200 años, las lluvias de junio no trajeron suficiente agua al río.
“La época y la localización de las tormentas no bastaron para hacer que el río fluyese de nuevo”, dijo Dave Dubois, climatólogo estatal de Nuevo México.
El estado y los distritos irrigados ofrecieron a los granjeros pagarles para que no planten sus productos, pero pocos aceptaron. Los cultivos en pequeña escala son una tradición histórica en Nuevo México, donde los agricultores riegan sus campos mediante canales de arcilla que cruzan sus patios y conservan sus tierras por razones culturales.
Si dejasen de cultivar, los campesinos ayudarían a ahorrar agua para los peces y aliviarían la deuda con Texas.
Las autoridades dicen que en un tramo clave del río, solo en el 5% de la tierra no hubo cultivos este año.
“Necesitamos que más gante lo haga”, manifestó Jason Casuaga, jefe de ingenieros del Distrito de Conservación de Sector Medio del Río Grande. El programa está apenas en su segundo año y los campesinos quieren seguir adelante con sus cosechas, de acuerdo con Casuaga.
En los últimos cuatro años, Ron Moya cultivó unas 20 hectáreas (50 acres) de heno y vegetales cerca de Albuquerque. Moya, un ingeniero jubilado, dijo que decidió cultivar las tierras que su familia tiene desde hace varias generaciones. El año pasado, no plantó nada en cuatro hectáreas a cambio de miles de dólares, pero dijo que este año no se acogería al programa a pesar de que le ofrecieron más dinero todavía porque quería conservar la humedad de sus tierras.
Moya duda que dejar de cultivar vaya a resolver el problema.
“Hay gente que vive del cultivo de heno. Es lo que saben hacer. ¿Puede concebir que todos en el valle suspendan sus cultivos? Me parece absurdo pensar eso”, manifestó.
Con información de agencias
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