Luego de la Guerra de Reforma, también conocida como la Guerra de los Tres Años, que se dio entre liberales y conservadores a finales de la década de los años 50 del siglo XIX, México quedó totalmente en crisis. Tanto en lo social, como en lo político y en lo económico, el país se encontraba en ruinas.
Debido a esto, el gobierno del entonces presidente Benito Juárez, quien había liderado a los liberales en la Guerra civil, decidió poner una pausa al pago de la deuda externa que tenía el país. Esto afectó en Europa a países como Francia, Inglaterra y España, países que no se quedaron con los brazos cruzados.
La Guerra de Reforma comenzó porque las Leyes de Reforma, impulsada por Juárez y el Partido Liberal Mexicano, tenían como objetivo hacer la separación entre la Guerra y el Estado y poner en marcha las primeras políticas capitalistas en México. Sin embargo el Partido Conservador tenía amplia base social en el panorama político mexicano; es así que las tensiones entre ambos llegan a un punto de quiebre y el presidente Ignacio Comonfort da un autogolpe de estado desconociendo la Constitución de 1857 de carácter liberal e inicia la guerra.
La victoria de los liberales obligó a los conservadores, muchos con marcada tendencia monárquica e historial de haber estado entre quienes abogaban en su momento por una república centralista, a entrar en contacto con la monarquía europea y pedir ayuda política para llevar a cabo su plan.
Mientras tanto, el gobierno de Juárez, quien pasó de ser presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) a ser presidente del país, debido al autogolpe de Comonfort, se veía en una situación financiera muy complicada, por lo que se declaró la suspensión del pago de la deuda externa mientras se adoptaban medidas que pudieran permitir el crecimiento de las reservas para así reanudar los pagos.
Ante esta situación, España, Inglaterra y Francia deciden enviar tropas y exigir de manera inmediata los pagos del gobierno mexicano. Se logró negociar y llegar a un acuerdo con los ingleses y españoles, quienes retiraron sus tropas, mas no así con los franceses, quienes permanecieron en el territorio mexicano. De esta manera comenzaba la Segunda Intervención Francesa, que desembocaría en el Segundo Imperio de México, a cargo de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica.
Luis Bonaparte, renombrado Napoleón III, quien era sobrino de Napoleón Bonaparte, en ese momento era el jerarca de Francia y su imperio. Él entró en contacto con los conservadores mexicanos y vio la oportunidad de tener un gobierno aliado contra el creciente dominio de Estados Unidos de América. Es así que decide enviar como gobierno “títere” a Maximiliano de Habsburgo, a quien proporciona ayuda militar.
En ese momento, el famoso autor del Manifiesto Comunista, y llamado padre del Socialismo Científico, Karl Marx, era periodista y corresponsal del New York Tribune, y desde ahí opinó y condenó la invasión de Francia, Inglaterra y España a México.
En un texto publicado de la autoría de Marx, dijo que: “La intervención contemplada en México por Inglaterra, Francia y España es, en mi opinión, una de las empresas más monstruosas que se haya registrado en los anales de la historia internacional. [...] Pero, a pesar de todo, es cierto que el plan francés estaba lejos de madurar, y que tanto Francia como España se esforzaron mucho en contra de una expedición conjunta a México bajo el liderazgo inglés”.
En todo el texto, Marx hizo una denuncia de la intervención conjunta, a la vez que parece distanciarse de las concepciones previas de 1848, ya que también menciona la Guerra de Independencia de Texas y el papel zigzagueante de los capitalistas ingleses.
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