Por sí solo, el Palacio de Bellas Artes es una de las joyas arquitectónicas más reconocidas e importantes de la Ciudad de México; comenzó a construirse en 1904 y se concluyó el 29 de septiembre de 1960. Fue encargado por Porfirio Díaz al arquitecto italiano Adamo Boari, responsable también del Palacio de Correos.
Sin embargo, dentro del Palacio existe una joya oculta con mucha mas historia de la que se cree: el telón de cristales que mandó a realizar el arquitecto a la prestigiosa casa Louis Comfort Tiffany de Nueva York. Está construido con un millón de cristales opalinos y pesa aproximadamente 22 toneladas.
El mismo Adamo Boari lo diseñó para evitar los incendios comunes que, en los teatros de esa época, ocurrían justamente en el telón. Además quiso plasmar en el telón al volcán Popocatépetl y al Iztaccíhuatl, las cumbres nevadas más reconocidas del Valle de México. Mide alrededor de 12.5 metros de alto por 14.5 metros de ancho y tiene un espesor de 32 centímetros, está formado por 206 tableros de 0.90 metros cuadrados cada uno.
El objetivo de Boari fue levantar una obra con los avances más modernos de la época, por lo que ideó la creación de una gran sala de espectáculos, la cual tendría una cortina o telón que previera la seguridad del público. De acuerdo con información del Gobierno de México, se sabe que hubo varias propuestas para este telón, incluso una del arquitecto húngaro Géza Maróti. Finalmente se le encargó entre 1909 y 1910 a la prestigiada casa Tiffany.
Tiffany mandó a México al escenógrafo Harry Stoner para que éste pudiera medir y realizar el diseño con una vista de los volcanes, misma que Boari había planeado.
El telón de cristal está hecho con doble pared metálica, detrás se conforma por una lámina acanalada de zinc y por el frente es lámina bronceada compuesta por los 206 recuadros que sirven como bastidor y contienen los más de un millón de cristales de diferentes colores, los cuales, además, son a prueba de fuego y refractarios al calor.
Fue en 1911 cuando el telón ya terminado se exhibió con gran éxito en Nueva York y en ese mismo año fue trasladado de México en el buque Monterrey; el ensamble se terminó en 1912. Actualmente la cortina sube a través de una consola de mando y baja por medio de la fuerza de gravedad; sin embargo, es ayudada por dos contrapesos laterales que permiten equilibrar el descenso. Está controlada para que unos segundos antes de que toque el piso, en ambos lados de la pieza se activan pistones de aire, los cuales amortiguan el golpe y así evitar daños.
Este magnífico objeto es único en su clase, pues no se pliega ni se enrolla, es una sola estructura metálica fija que sube en 90 segundos en completo silencio; las 22 toneladas se guardan en una bóveda que está en la parte superior con las mismas dimensiones.
De acuerdo con información del gobierno de México, el historiador estadounidense Hugh F. McKean estudioso de los archivos de Tiffany escribió: “La gran cortina se exhibió en sus estudios de Nueva York antes de embarcarla y los mexicanos la vieron por primera vez el 20 de enero de 1911, adoptándola en su corazón. El destino de esta obra es un homenaje al pueblo de México, que la considera uno de sus tesoros nacionales (…) Puede decirse que, el magnetismo de la cortina radica en su propia personalidad, que fue el resultado de la creación de muchas personas inteligentes”.
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