La representación de la Pasión de Cristo que es escenificada en el Cerro de Iztapalapa se trata de un evento de gran magnitud y cada año convoca a cientos de personas. Se ha convertido ya en una tradición muy arraigada a los pobladores de esta alcaldía y guarda consigo épocas completas de historia sobre un México que s eha ido desvaneciendo con los años.
Desde hace 179 años, sin faltar en una sola ocasión, incluso en contextos de contingencias como la del año 2020, derivada de la COVID-19, habitantes de los ocho barrios originarios de Iztapalapa se han organizado de manera voluntaria para celebrar su famosa representación de la Pasión de Cristo, en Semana Santa.
Esta puesta en escena, tiene vistazos de los teatros itinerantes de las épocas antiguas que ya se mencionan. El evento se realiza más que nada como una muestra de fe, hacia la imagen cristiana de mayor arraigo en la alcaldía Iztapalapa.
El pasado 24 de junio, se llevó a cabo el 8° Foro Patrimonio Cultural Inmaterial en la Ciudad de México, realizado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Donde comentaron la posibilidad de la declaración por parte de la UNESCO para Iztapalapa, autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), de la alcaldía Iztapalapa y del Comité Organizador de Semana Santa en Ixtapalapa AC (Cossiac).
Fue el director general del INAH, Diego Prieto Hernández, quien se volvió a comprometer en impulsar las gestiones correspondientes para que permitan la inclusión de las representaciones religiosas de Semana Santa de Iztapalapa en la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
“Lograr esta inscripción no busca el título en sí mismo, más bien realzar la centenaria historia de organización social y de expresión ritual popular que hermana a los ocho barrios”, declaró el antropólogo.
La representación en Iztapalapa
Esta tradición se remonta a mayo de 1723, cuando una comitiva oaxaqueña viajó a la entonces capital virreinal para restaurar una escultura de Cristo, hecha en pasta de caña. Tras pernoctar en las faldas del Cerro de la Estrella, los viajantes amanecieron con la sorpresa de que la imagen ya no estaba.
Luego de buscarla con afán, una mujer del pueblo San Lucas les informó que había visto el cuerpo de un hombre al fondo de una cueva. Se trataba del Cristo procedente de Oaxaca, mismo que, narra la leyenda, se restauró a sí mismo y se negó a ser levantado de ese sitio, por lo que comenzó a llamársele el Señor de la Cuevita.
Más tarde, ubicándonos en el siglo XIX, el milagro más grande que la leyenda narra, fue el cese de una epidemia de cólera en Iztapalapa. En la década de 1830, dio paso a las procesiones anuales a partir de 1843, las cuales evolucionaron hasta la escenificación de la Pasión de Cristo, reuniendo a miles de personas en la actualidad.
Por su parte, la alcaldesa Clara Brugada destacó el carácter autogestivo de esta tradición, ya que, enfatizó, en ella no intervienen ni la Iglesia ni el Estado, sino únicamente los vecinos organizados.
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