El Tren Chepe llega a lo más profundo de la Sierra Tarahumara y se detiene en la estación Bahuichivo, a 18 kilómetros de distancia está Cerocahui, el pueblo fundado en un pequeño valle en 1860 por sacerdotes jesuitas, es un lugar privilegiado, con un clima que lo viste de verde casi todo el año, solo que ahora el crimen organizado lo tiñó de rojo con el asesinato de los clérigos Javier Campos Morales, el Padre Gallo, y Joaquín César Mora, Morita.
Es el municipio de Urique, donde parte de su economía depende de los turistas que deciden dejar la seguridad del tren y aventurarse a través de la sierra para ir en busca de las cascadas que bañan el paisaje alrededor de Cerocahui.
La imagen de este poblado está coronada por la esbelta iglesia de San Francisco Javier, que ha sido levantada en dos ocasiones por las misiones jesuitas. Este templo es además el punto de referencia para las expresiones culturales de las comunidades indígenas de esa región Tarahumara.
Pedro Heliodoro Palma Gutiérrez, el guía de turistas que fue asesinado junto a los dos sacerdotes, se encargaba de mostrar a los visitantes el encanto natural de la zona, que consiste en apacibles senderos junto a ríos de agua fresca que al cabo de algunos kilómetros se convierten en espectaculares cascadas.
Cerca de Cerocahui se alza el mirador del Cerro del Gallego, considerado por muchos como el más espectacular de todo el paisaje que conforma a las Barrancas del Cobre.
Se dice que nadie puede olvidar la belleza que muestra aquí la Sierra Madre Occidental, pues desde este mirador se puede contemplar la profundidad de la barranca.
Solo que en los últimos años, la presencia del Cártel de Sinaloa para la producción y trasiego de drogas ha dejado un desplazamiento forzoso de comunidades, a las que ha azotado con una ola de ejecuciones y secuestros.
Según los testimonios de algunos pobladores, que fueron recogidos por algunos medios de Chihuahua, la ausencia de fuerzas federales y estatales ha dejado en la indefensión a los pobladores de esta zona, la cual es dominada por una célula criminal del Cártel de Sinaloa, a cargo de Noriel Portillo Gil, el Chueco, quien además sería el presunto responsable de la muerte de los dos religiosos y el guía de turistas.
El asesinato de Javier Campos Morales, y Joaquín César Mora, cimbró los cañones de la sierra en Chihuahua, pues ambos estaban totalmente integrados entre los indígenas tarahumaras, haciendo labor social, defendiendo su cultura y promoviendo los servicios básicos y la educación.
Eran “figuras de autoridad moral, personas que generaban equilibrios en la comunidad”, dijo el martes por la noche el también jesuita Jorge Atilano durante una misa en la capital del país.
“Eran respetados, su palabra era tomada en cuenta”, subrayó.
Sin embargo, esos equilibrios que durante mucho tiempo lograron que la violencia no les tocara en forma directa se rompieron el lunes cuando fueron ejecutados al intentar ayudar al guía turístico que llegó a la iglesia huyendo de un sujeto armado.
De acuerdo con el gobierno federal, soldados de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) se desplazaron hasta esa zona serrana para tratar de capturar a los responsables y recuperar los cuerpos de los dos curas y el guía de turistas, pues entre la comunidad causó todavía una mayor indignación que los criminales hayan sustraído los cadáveres de las víctimas, lo que da una muestra de la impunidad que impera en la Sierra Tarahumara.
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