En la zona de El Conchalito, Baja California Sur, durante más de 50 años, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha realizado diversas excavaciones arqueológicas. Sin embargo, recientemente se descubrió información reveladora sobre las antiguas culturas que habitaron la región hace más de tres mil años.
Los guaycuras y pericúes fueron dos pueblos distintos que coexistieron en el norte de México, en lo que ahora es el estado de Baja California Sur, entre el año 2 mil 300 y el año mil 200 a. C (antes de Cristo).
Ambas culturas tenían rasgos distintivos distintos entre sí, como lo eran sus actividades funerarias, la manufactura de herramientas, la molienda de especias y cereales, así como la caza y pesca.
No obstante, uno de los hechos revelados por las investigaciones realizadas por la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal, a través del Instituto de Antropología en los últimos meses, fue cómo eran los entierros y las prácticas funerarias rituales desde hace milenos.
Los arqueólogos Úrsula Méndez Mejía y Miguel Ángel Cruz González coordinaron los siete unidades de excavación de las que se obtuvieron, a no más de tres metros de profundidad, diversos vestigios como materiales líticos tallados y pulidos, varios restos de especies de fauna marina, aérea y terrestre, así como cuatro entierros individuales.
Estas cuatro tumbas se suman a los ya 60 entierros humanos encontrados en la zona en las últimas cinco décadas, dentro de los que se encuentran 25 individuos masculinos, 16 del sexo femenino y el resto indeterminados a la fecha.
Las investigaciones revelaron que los antiguos pobladores hacían uso de moluscos para incluirlos en las sepulturas. De los cuatro entierros registrados en los últimos meses, sólo dos se encuentran en el estado de conservación apropiado para brindar mayor información y datos inéditos. Por su parte, el denominado Entierro 1 es el que mejor estado conserva, el cual fue hallado al excavar un pozo de 5 por 5 metros entre 80 y 100 centímetros de profundidad. Los restos fueron encontrados en una fosa la cual contaba con una base de cenizas y un depósito de moluscos; se cree que son de la especie Pinna rugosa.
El esqueleto ubicado en el Entierro 1 se encuentra completo en un 95%; Úrsula Méndez y Miguel Ángel Cruz, con ayuda del antropólogo científico Alfonso Rosales López, determinaron que se trata de un individuo de sexo femenino que al morir tenía entre 21 y 25 años de edad.
Por su parte, describieron que el cuerpo fue colocado boca arriba con la cabeza girada a la derecha. Del mismo modo, señalaron que el cadáver fue puesto de manera semiextendida, pues los brazos se encontraban levemente levantados y las pierdas un poco flexionadas a la altura de las rodillas.
Esta información permitió confirmar que en dichas culturas se realizaban entierros en fosas más grandes que el cuerpo, pues se creía que los cadáveres eran depositados en fosas de tamaño limitado para introducir un cuerpo amortajado.
Señalaron que las paredes de la tumba no eran regulares, debido a que estas eran derribadas para dejar caer la tierra sobre el cuerpo.
Los restos actualmente se encuentran en proceso de limpieza y conservación para un posterior análisis en el Laboratorio de Osteología del Centro del INAH en Baja California Sur. En tanto, las muestras serán analizadas en el Laboratorio Nacional de Espectrometría de Masas Aceleradas de la UNAM para fecharlas y determinar su época, y así conocer los contextos temporales del entierro.
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