Durante décadas el Chapo Guzmán y el Mayo Zambada lograron construir su imperio como una dupla inquebrantable, fuerte y poderosa en todo el territorio nacional y allende las fronteras. En Sinaloa, nunca permitieron el ingreso de otro grupo cercano o enemigo.
Lo forjaron cuando los viejos líderes del narco en México fraguados en las lides del tráfico entre los setentas y principios de la década siguiente, se fueron desmoronando por allá a mediados de los ochentas: asesinados unos (Inés Calderón), encarcelados otros (Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo “El jefe de jefes”, Ernesto Fonseca Carrillo “Don Neto”), y exiliados forzosamente algunos más (Los Arellano Félix, Amado Carrillo) fortalecidos al no tener, por esa época, en el territorio nacional ningún contrincante capaz de pelearles alguna plaza.
La segunda mitad de la década de los ochenta sería clave para ellos. El ocaso de aquellos narcos poderosos, capaces de construir su imperio con la complicidad de los gobiernos en turno y minados cuando estos no pudieron sostenerlos más debido a la presión de Estados Unidos por el asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena, permitió poco a poco a la dupla tristemente exitosa cristalizar las bases para un nuevo episodio de poder y de venganza, más terrible e implacable que los anteriores. No era para menos, pues las enemistades surgidas al calor de este nuevo imperio, más el nacimiento de otros grupos criminales que buscaban asentarse y expandirse, como el cartel del Golfo, los Zetas o el de Juárez requería cerrar filas, aumentar el número de sicarios a la par que proteger las rutas del tráfico.
Los inicios de los años noventa significó una etapa de empoderamiento, pero también de rompimientos internos en la estructura del Cártel de Sinaloa que dejó una estela inolvidable de sangre. La separación del grupo de los Arellano Félix, y el encono con el de Amado Carrillo se dio de una manera abrupta. Intento de asesinato contra los Arellano Félix en 1992, en Puerto Vallarta; intento de asesinato de Joaquín “El Chapo” Guzmán, en el aeropuerto de Guadalajara en 1993, fueron episodios alarmantes.
Aunado a esto, se sucedieron asesinatos de alto impacto que incluso llegaron a cambiar en cierto momento el rumbo del país como la dudosa muerte del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993, al que confundieron con el Chapo Guzmán, un año más tarde, el crimen de Luis Donaldo Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de la República y el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, cimbraron no sólo a la clase política nacional sino a la sociedad misma.
Quiérase o no, esto devino en una crisis económica en 1994 de la cual, quizá no hayamos salido aún pero permitió a las fuerzas criminales incrementar sus ingresos financieros, pues sus activos se contaban en dólares.
El narco y el nuevo siglo
Posteriormente, en 2004, para ser precisos, dos asesinatos definieron el destino de dos de los grupos criminales más poderosos hasta entonces, el cártel de Sinaloa y el de Juárez. El asesinato de Rodolfo Carrillo Fuentes y el de Arturo Guzmán Loera, hermanos del fallecido Señor de lols Cielos y de Joaquín Guzman, respectivamente
Sin embargo, el resto de esta década el Cártel de Sinaloa se afianzó no solo en territorio nacional, logró estrechar vínculos con los productores de coca sudamericanos, especialmente colombianos, e incrementó la producción nacional de amapola y mariguana que en ese entonces todavía representaba una fuerte entrada de divisas ilícitas.
Durante los últimos años de los noventa y la primera década de siglo XXI después de un ligero auge vino el resquebrajamiento de una triada de cárteles con los que el de Sinaloa había mantenido una lucha encarnizada: el de los Carrillo Fuentes, con la muerte del señor de los Cielos, Amado Carrillo en 1997 y el de Rodolfo, su hermano, en 2004; el cartel del Golfo, con la detención de Osiel Cárdenas en 2003; el de los Arellano Félix, con la muerte de Ramón en Mazatlán en 2002 y las posteriores detenciones de Benjamín ese mismo año, y el Tigrillo en 2006.
Por esa época, entre el 2001 y 2008 el cartel del Golfo intentó recuperar su poder en alianza con los Zetas, un grupo armado de desertores del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (entre los que se encontraba Heriberto Lazcano “El Lazca”, a la postre líder de esta agrupación). Se trataba de una alianza mercenaria. Los Zetas serían una de las organizaciones criminales empoderadas a base del terror y del modo como ejecutaban a sus víctimas. Entre el 2004 y 2015 abundan los videos de ejecuciones con motosierra, degollamientos, cercenamientos de extremidades y partes íntimas con cuchillos, machetes o hachas, desgarramiento de partes íntimas por perros, muerte a garrotazos, incineración con gasolina, no se diga los encintados y encobijados, entre otros, tanto de hombres como mujeres. Videos subidos a youtube, facebook o páginas privadas de informativos digitales dedicados a cubrir temas del crimen organizado daban cuenta de una galería del terror que amerita los análisis psicológicos más profundos.
Para el Cártel de Sinaloa fue difícil enfrentar estas alianzas, ante las cuales su poder se veía en serio peligro. Sin embargo, supieron sobrevivir.
Apostaron en primer lugar por cerrar filas y proteger el territorio nativo: Sinaloa. Aquí era difícil penetrar. Se sentía su poder en cada esquina, en cada pueblo. Aprendieron que aquí estaba su seguridad, su fortaleza y la riqueza que necesitaban para pasar el vendaval.
Dejaron al Estado hacer lo suyo, aportando ellos lo que les correspondía en términos de armamento, logística y personal para limpiar el territorio nacional de enemigos.
La declaración de “Guerra contra el narcotráfico”, del gobierno de Felipe Calderón, abrió una grieta profunda en sus cimientos. La detención de Alfredo Beltrán, el Mochomo, en 2008, fue atribuida a uno de los líderes locales, iniciando una guerra sin cuartel en la cual murieron miles de sinaloenses y mexicanos producto de la incesante crueldad entre bandas rivales. Culiacán fue uno de los escenarios más trágicos, pues los que antes habían sido amigos, correligionarios de uno o de otro bando, ahora se convertían en enemigos. Por si fuera poco, tanto unos como otros conocían sus guaridas, sus domicilios, sus armas y sus estrategias. No era difícil encontrarse y enfrentarse.
La muerte del Barbas, Arturo Beltrán Leyva, en 2009, no logró amainar la borrasca criminal, pues seguía latente y se incrementó la lucha encarnizada que hizo de 2010 y 2011 los años más trágicos en la historia criminal de México. Tan solo en Sinaloa llegamos a la descomunal cifra anual de más de dos mil asesinatos. En el país se superaron los 35 mil.
Una organización más letal
Poco después, tras la muerte de Nacho Coronel, en Guadalajara, emporio de su control, surgió un novedoso cartel local que llegó a convertirse en uno de los que disputaron a los de Sinaloa en esta última época, el control de gran parte del territorio mexicano.
El Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) combinó tres cosas que por separado identificaban a otras agrupaciones mexicanas: crueldad con los enemigos, complicidad con los gobiernos y control de rutas de trasiego. Por si fuera poco, a punto estuvieron de sacrificar a los hijos del Chapo; se dice que la intervención de otro cabecilla del cártel de Sinaloa logró su libertad.
En esta breve historia de dominio y pleitos han nacido y se ha desarrollado una nueva generación de juniors, hijos de los principales capos del narcotráfico en este país, que han combinado la experiencia de sus padres, sus contactos y la herencia de territorios con la brutalidad y saña aderezada de nuevas tecnologías y sofisticadas armas que hoy existen adaptadas a sus negocios ilícitos para la erradicación de sus contrarios, así como el control del tráfico de todo tipo de drogas.
Según el último reporte de la Iniciativa Global Contra el Crimen Organizado Transnacional, vivimos en un país que “tiene un gobierno frágil que experimenta una vulnerabilidad aguda al crimen organizado… Las organizaciones narcotraficantes de México se encuentran entre los grupos más sofisticados del mundo”.
Pero además, han incorporado al sistema del crimen organizado otros rubros que sus padres tal vez no imaginaron antes. El reporte de la Iniciativa Global destaca que “México encabeza los mercados criminales como trata, tráfico de personas, armas, comercio de heroína, cocaína, cannabis, drogas sintéticas, delito contra la flora, fauna y recursos no renovables”.
Los hijos del Chapo (los Chapitos), los hijos de Ismael Zambada (los Mayitos y el Vicentillo), El hijo de Amado Carrillo (Vicente, ahijado de Ismael Zambada), el hijo de Juan Jospe Esparragoza (El Azulito), y una gran cantidad de jóvenes, hijos de narcotraficantes sinaloenses poco conocidos o de bajo perfil han padecido las consecuencias históricas de sus progenitores en la agenda criminal. Todos ellos han recibido no sólo el poder y el estigma de sus padres, sino también los embates de la justicia o, por lo menos, han sido víctimas de las guerras fraguadas entre sus padres.
La herencia maldita
Los hijos de Joaquín Guzmán fueron detenidos y torturados en Puerto Vallarta por una agrupación enemiga en 2016. Recordamos constantemente aquel jueves 17 de octubre de 2019 cuando fue detenido Ovidio Guzmán; un suceso que cimbró la vida de los sinaloenses pero también a los gobiernos local, estatal y nacional, que se vio obligado a liberarlo para “no poner en riesgo la vida de los culiacanenses”.
Los hijos de Ismael “El Mayo” Zambada fueron detenidos y extraditados a Estados Unidos. Vicentillo y sus hermanos enfrentaron un proceso legal en la corte de aquel país tras lo cual no se sabe de ellos.
Juan José Esparragoza Moreno, el Azulito, muerto en 2021 por Covid-19, había enfrentado un proceso penal que lo llevó a la cárcel estatal de la cual se fugó en 2017.
El hijo de El Mencho fue detenido y procesado en Guadalajara en 2014. Después fue extraditado a EEUU.
Años atrás, los pequeños hijos de El Güero Palma fueron asesinados de manera cruel después de su secuestro. Tachillo, hijo de Manuel Torres, el Ondeado, asesinado en Culiacán en 2008, en plena guerra contra el narco, fue un caso muy alarmante en Sinaloa por la ola de asesinatos que sobrevienen después. Su primo hermano, Joel Torres, hijo del JT, asesinado en 2010.
Finalmente, tal parece que la herencia del poder en el tráfico de drogas y en diversas ramas del crimen organizado también se extiende a las rencillas entre los hijos de los otrora grandes líderes que encarcelados o asesinados han dejado a sus vástagos poder y gloria… tragedia y confrontación.
Y así, podemos seguir relatando cómo la existencia para estos jóvenes no sólo ha sido el disfrute de los lujos que su vida, envuelta en esta madeja criminal, les ha significado, sino también una vida poderosa donde quizá sean, no solo los beneficiarios de las riquezas de la economía criminal de sus familias, sino también los que han pagado caro por ello.
El poder y la herencia de la dupla confirmada por “El Chapo” y “El Mayo” sigue vigente.
*Profesor-Investigador en la Universidad Autónoma de Sinaloa
Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de Infobae
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