Toda América, la que habla inglés, la que habla español y la que habla brasileño, está ardiendo en este momento. Si bien las causas son diferentes, existen diversos puntos en común. El primero y más importante es el relacionado con el hecho de que ya nadie tiene control sobre el mundo en el que estamos teniendo que vivir por la multiplicación de conflictos; por el reajuste de las magnitudes de influencia; y, por la desaparición de la comodidad que en el fondo significaba que el mundo tuviera un reparto de poder bipolar.
Si bipolaridad es igual a enfrentamiento, multipolaridad puede ser igual a desconcierto. Hoy mucho más grave que las ansias irredentas de seguir haciendo poesía con la historia y el hambre de los pueblos de América Latina, es la crisis interna de Estados Unidos. Hace mucho tiempo que Estados Unidos ha dejado de ser el líder indiscutible del mundo. Pudo haber aprovechado su condición para contrarrestar, por ejemplo, el creciente avance socialista o bien para instaurar y hacer prevalecer su sistema y sus valores como los predominantes en el mundo. Sin embargo, no le fue posible. Y en ese sentido tuvieron un éxito indiscutible, solamente el capitalismo y la agresividad salvaje de Estados Unidos a la hora de acumular cada vez más riqueza, permitió la conversión de una mezcla entre capitalismo y comunismo a el surgimiento de un país como China. Un país que - dispuesto a trabajar por nosotros y a costa del sudor de su gente - cada día se fue quedando, primero, con nuestro dinero y, segundo, con una posición estratégica que hoy no tiene ni Estados Unidos ni cualquiera de las otras potencias involucradas en el tablero geoestratégico mundial.
La rebelión demostrada frente a la Cumbre de las Américas, es una rebelión que está teñida y marcada por una específica forma de interectuar en el mundo y que tiene dos principales aristas. Por un lado, están la crisis y las ganas de ser diferentes de lo que marca Estados Unidos. Por otra parte, la proliferación de fenómenos al amparo y el ejemplo de experiencias revolucionarias como la liderada por Fidel Castro y las ansias de querer ser distintos, de tener un control propio sobre nuestra hambre y de morir con nuestra propia miseria y no con la importada de cualquier país en desarrollo. Eso ha provocado un sentimiento de felicidad - elemento muy latino – ante el fracaso de otro, aunque no necesariamente soluciona nuestros problemas de cómo daremos de comer mañana nuestros hijos y sobre cuál será el futuro de nuestros países.
Hoy no solamente está enfrentado Rusia y el llamado mundo, no me atrevo a decir sólo libre o capitalista. Hoy el enfrentamiento es multipolar y las expresiones lo son también. Por eso hay que entender la posición del Presidente mexicano como la lógica de un hombre que puede entender el sometimiento ante un dictador. Ya que, como dice el propio Donald Trump, nunca había visto a alguien doblarse como él. Sin embargo, es muy dificil extender la mano como igual o creer que de esa misma mano de Biden verdaderamente de fondo hay una intensión de rectificar el rumbo de la relación.
López Obrador ve y entiende que Estados Unidos tiene una gran crisis. Sin embargo, no ha comprendido que el estallido de Estados Unidos comienza porque primero arda México. Y en ese sentido lleva hasta la última consecuencia el desafío que supone que o estamos todos o no estamos ninguno. Con eso, lo que está haciendo es reforzar a líderes como Donald Trump, Vladimir Putin y a todos los demás elefantes blancos que se encuentran en la habitación y quienes son los que marcan el resultado de la reunión que se celebrará en junio en la ciudad de Los Ángeles.
Hay que reprocharle al Departamento de Estado y a la administración de Joe Biden su poca inteligencia creativa a la hora de proponer una agenda que tuviera el valor de reconocer la realidad y de tratar de encaminar una nueva política sobre los restos de lo que queda y de lo que en algún momento fue la relación entre las Américas. No lo ha hecho y ahora estamos asistiendo a una guerra de desgaste que lo único que hace es poner en evidencia el sin sentido y la falta de rumbo de unos. Es decir, por una parte se encuentran aquellos que no tienen claro qué es lo que verdaderamente buscan ser y se debaten entre si ser cubanos, venezolanos o nicaraguenses. Y, por la otra parte, está el desconcierto de naciones como Estados Unidos que no han entendido muy bien los cambios que se han producido desde el ataque de las Torres Gemelas. Tampoco han comprendido el hecho de que hoy – después de veinte años de aquella tragedia, después de Hugo Chávez, de Fidel Castro, después de que los revolucionarios se hayan muerto en el poder – que están tratando con un subcontinente en el que importa más escribir una poesía o tener la razón que resolver el destino de sus pueblos.
La crisis está servida. El punto de resolución no será la Cumbre. Y todo parece indicar que si alguna vez vuelva a haber un hombre fuerte, un mandatario de verdad, alguien que asuste a los Bolsonaro y a los López Obrador, todos estarán más contentos que con alguien que juega a la igualdad y a la democracia.
*El Maestro Antonio Navalón es periodista, escritor, internacionalista, empresario y promotor cultural español
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