Pongamos atención en lo que sí importa, la relación bilateral, y no en otra controversia manufacturada

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha generado polémica con su postura de no asistir a la próxima Cumbre de las Américas —a celebrarse en junio en EEUU— si no son invitados todos los mandatarios del continente

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Dr. Samuel Stone, profesor de tiempo completo en el Departamento de Derecho de la Universidad de las América Puebla
Dr. Samuel Stone, profesor de tiempo completo en el Departamento de Derecho de la Universidad de las América Puebla

El 10 de mayo, Andrés Manuel López Obrador anunció que está considerando no asistir a la octava Cumbre de las Américas que se llevará a cabo en Los Ángeles, California, en junio. Como razón da el que Estados Unidos no invite a Cuba, Nicaragua, y Venezuela por tener gobiernos que, según Washington, son autocráticos. “Nadie tiene derecho a hablar en nombre de toda América y de decidir quién participa y quién no,” dijo el mandatario mexicano, “somos países independientes, libres, soberanos.” Desde entonces, la Casa Blanca dijo que aún no se ha finalizado la lista de invitados, mientras que otros líderes del continente también han criticado la decisión estadounidense.

En México se ha hecho mucho alarde sobre el tema. Los adversarios de López Obrador lo pintan, de nuevo, como socialista. Numerosos comentaristas de política exterior argumentan que esto crea una brecha sustancial en la relación bilateral México-EE.UU. Sin embargo, estemos de acuerdo con López Obrador o no, hay varias razones por la cuales esto no tiene un impacto en la relación entre nuestros dos países.

Primero, no es inusual que en las Cumbres de las Américas haya polémica sobre a qué países invitar. Cuba solo ha sido invitada a dos de las ocho cumbres que se han celebrado. El país anfitrión es quien extiende las invitaciones, y en repetidas ocasiones ha sido o Estados Unidos o un país que ha accedido a su petición de no invitar a Cuba. En la séptima cumbre, en Panamá en 2015, la discusión sobre la participación cubana solo se resolvió cuando Barack Obama normalizó las relaciones diplomáticas con el país caribeño y aceptó que ambos asistieran. En la cumbre en Perú en el 2018, Nicolás Maduro (aunque no Venezuela) fue excluido de la misma, y, a pesar de oposición estadounidense, Cuba sí participó.

Segundo, la postura del presidente mexicano sobre la soberanía nacional y la inclusión de todos los países americanos ha sido consistente, estemos o no de acuerdo con ella. La Doctrina Estrada que el mandatario mexicano sigue, implica, entre varios conceptos, no entrometerse en la política interna de otros países. Bajo ese esquema realista se ponen a un lado valoraciones subjetivas de los gobiernos extranjeros y se trabaja con el gobierno en turno de cada estado, sea quien sea el líder y sin importar como llegó al poder.

Ambas razones implican que esta disputa no debe de crear una brecha entre México y Estados Unidos. No es inusual el que haya un debate sobre la participación de un país u otro previo a las Cumbres de las Américas, y la postura mexicana, ya bien definida a lo largo de más de tres años, no le cae de sorpresa a Joe Biden. Además, ambos líderes entienden la situación política interna del otro: López Obrador proyectando independencia de Estados Unidos y Biden cortejando a los votantes Latinos en Florida a meses de las elecciones intermedias. Cabe resaltar que la relación bilateral es sumamente estrecha, tanto en el ámbito político como en el técnico. Un desacuerdo de esta naturaleza no tiene impacto sobre el funcionamiento cotidiano de la relación (a diferencia, por ejemplo, de la debacle que fue el caso de Salvador Cienfuegos, la cual sí dañó la relación entre los dos países a nivel institucional).

Finalmente, cabe enfatizar un punto crucial que se ha perdido en el discurso: México como país sí asistiría a esta Cumbre de las Américas. La propuesta de López Obrador no es que se retire México de la cumbre. Al contrario, estaría representado por un funcionario de altísimo nivel y quien cuenta con toda la confianza del mandatario mexicano—el canciller Marcelo Ebrard. Además, no sería la primera (ni la trigésima) ocasión en la que un jefe de estado o de gobierno no asistiera; esto se da a menudo en las cumbres, incluyendo en el 2018 cuando Donald Trump envió a Mike Pence en su representación. La no asistencia del presidente mexicano, aunque simbólica, no cambiaría sustancialmente la participación de México en la reunión.

Este desacuerdo no afecta de manera importante la relación bilateral México-EE.UU. Hay temas más significativos, aunque quizá menos mediáticos, en los cuales enfocarnos, como lo son el futuro del programa Quédate en México y establecer a América del Norte como la región clave para energías sostenibles. Prestemos nuestra atención y nuestros esfuerzos en lo que sí importa en la relación bilateral y no en otra controversia manufacturada.

*Samuel Stone es profesor de tiempo completo en el Departamento de Derecho de la Universidad de las América Puebla. También es Doctor en Derecho por The George Washington University, especialista en Política e Historia Norteamericana y especialista en política bilateral México-Estados Unidos

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