Secuelas de estrés postraumático, heridas emocionales y hallar un nuevo propósito de vida: la otra cara de la tragedia de la Línea 12

En diálogo con Infobae, la psicóloga Verónica Belén Rodríguez Hevia habló sobre las heridas emocionales y las implicaciones que tuvo en la salud mental de las víctimas, y sus familiares, el desplome de dos vagones de la Línea 12 del Metro

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La psicóloga Verónica Rodríguez habló con Infobae México sobre la atención brindada a las familias afectadas por el colpaso del metro en la Línea 12 el 3 de mayo de 2021.

Hace un año, la línea más vanguardista del Metro de Ciudad de México colapsó en uno de sus tramos elevados y se llevó al precipicio una veintena de vidas humanas, decenas de lesionados, y mucho más. Desde el día uno de la tragedia, los focos se centraron en las víctimas mortales, en las implicaciones políticas que tendría la caída de una obra del servicio público ampliamente publicitada, en la indignación por saber quiénes habían sido los responsables.

Casi nadie habló de lo que había más allá, de lo que no se veía a simple vista. Nadie reparó en las vidas que cambiaron a raíz de esa noche. En los daños irreversibles y en las secuelas emocionales como aceptar la pérdida de un hijo, en afrontar el terror de subirse de nuevo al transporte público, el miedo a los espacios cerrados como un elevador o un consultorio, en los llantos incontrolables a las 10:11 de la noche, en acostumbrarse a las nuevas cicatrices en el cuerpo y aceptar el hecho de que no se podrá volver a jugar con los hijos o nietos por el riesgo a una lesión.

Verónica Belén Rodríguez Hevia, psicóloga de las catorce familias que representa el despacho Carbino Legal, habló con Infobae sobre éstas heridas emocionales y las implicaciones que tuvo en la salud mental de las víctimas y sus familiares el desplome de dos vagones de la Línea 12 del Metro la noche del 3 de mayo de 2021.

Pregunta: ¿Por qué la salud mental no se contempló en la reparación del daño? ¿Por qué no se brindaron desde el principio los servicios psicológicos adecuados y por qué no hubo un protocolo de atención preciso?

Respuesta: También quisiera saber eso. Existe un manual de primeros auxilios psicológicos. Esta atención se debió de brindar desde que se llegó al lugar donde sucedió el evento. Dentro de los primeros minutos la gente que estaba a cargo (policías, bomberos, protección civil) debió de haber tomado a las víctimas y separarlas, porque evidentemente seguían en estado de shock. Sin embargo, los relatos de los familiares y las víctimas que no perdieron el conocimiento dieron cuenta de que no fue así. Entiendo que no están capacitados, que no existió la preparación adecuada y que el número de víctimas rebasó al personal preparado. Quiero pensar que fue por exceso de trabajo y no por deshumanización o falta de compromiso. El seguimiento que les hicieron tampoco fue significativo. Literalmente les dijeron: ‘sí, yo te llamo’, cuando lo que necesitaban era que el psicólogo estuviera detrás de ellos todo el tiempo. Muchas veces ellos mismos tuvieron que buscar la atención. Es una falta de ética no dar ese seguimiento a una persona que está en estado de shock. Además, algunos de ellos, que no cuentan con un nivel de escolaridad significativo, no tuvieron las mismas atenciones que aquellos que eran más cultos, preparados y sabían algo de leyes. Vimos una clara segmentación, probablemente basada en el miedo a las represalias.

P. ¿Qué impactos psicológicos observó en los más pequeños, en los niños que se quedaron huérfanos o sin uno de sus seres queridos?

R. Los niños desarrollaron una dependencia significativa, un miedo a estar solos. Por ejemplo, en las primeras sesiones fue muy complicado por que yo necesitaba que se quedaran sólo conmigo para que no se sesgara la información, pero ellos no se querían separar de sus seres queridos. Primero tuve que hacer sesiones con toda la familia. Ya cuando empezaron a ver la dinámica, en la segunda o tercera sesión, empezaron a quedarse solos, pero aún así había ciertos detalles: no querían que la puerta estuviera completamente cerrada. Ellos tenían lo que en psicología se conoce como constancia de permanencia de objeto. También desarrollaron lo que se llama ‘huella de abandono’, aún cuando la causa fue un accidente. Psicológicamente representa inseguridad en los niños. En algunos casos hubo muy buena atención por parte del DIF, pero otros no contaron con el mismo apoyo porque vivían en lugares alejados. En el proceso de reparación del daño les pidieron que se trasladaran del Estado de México a la CDMX para que pudieran recibir el apoyo que se les estaba brindando, pero no hubo apoyo psicológico. Es un impacto significativo y shockeante para un niño de cinco años. Además de perder a su mamá, perdieron su vida (escuela, amigos, rutinas) y se tuvieron que adaptar a una familia reconfigurada y un nuevo entorno. Incluso para un adolescente es difícil, pues según el ciclo de vida elaborado por Erikson (psicoanalista estadounidense), es en esta etapa donde se da el sentido de permanencia, el sentido de pertenecer a un grupo social. Recordemos que entre la niñez y la adolescencia los niños son crueles y no tienen filtros: ‘¿Tú eres la que se quedó sin mamá? ¿Tú eres el que se quedó aplastado en el coche?’. Lo primero que se tuvo que hacer fue establecer un sistema de confianza: evaluar y medir la magnitud de la afectación, y luego generar un proceso de intervención individual y familiar.

P. ¿Cuáles son los cambios emocionales o conductuales que ha visto con mayor recurrencia en sus pacientes? ¿Qué etapas han tenido que atravesar?

R. Han sido diversos, algunos con mayor o menor intensidad. En varios casos hubo al comienzo un llanto significativo porque no podían llorar en otros lugares. Aquí lloraban sesión tras sesión. Una mujer tenía miedo de deprimir a los demás por haber perdido a su hija. Poco a poco, con el tiempo, empezaron a dejar de llorar tanto. Empezaron a encontrar un sentido de vida. Muchos lo canalizaron como un sentido de propósito de vida: ‘si ya estoy aquí, y sobreviví, es por algo, tengo una segunda oportunidad’. Algunos concluyeron lo que tenían pendiente: una fiesta de quince años, una boda, retomar la escuela, concluirla, echarle más ganas al negocio, a su matrimonio. Ese propósito de vida fue el que se les ayudó a encontrar en las sesiones. Se plantearon dos caminos: o tirarse a la perdición y desaprovechar la oportunidad o salir adelante. Los que perdieron hijos llegaron en un momento a pensar: ‘a mi hijo no le gustaría verme derrotado’. Ojo, eso tampoco significa que ya no tendrán pesadillas, insomnio, alteraciones en el apetito u otras consecuencias de la depresión o el trastorno de estrés postraumático; pero al menos ya empezaron a generar este cambio de volver a tener un propósito de vida.

Conferencia de prensa ofrecida por el abogado Cristopher Estupiñan Martínez, junto con los asesores jurídcos y la psicóloga Verónica Belén Rodríguez Hevia, con la finalidad de dar avances sobre losa progresos legales, nuevas demandas y casos particulares de las familias afectadas por el colapso del metro en la Línea 12 (Foto: Karina Hernández / Infobae)
Conferencia de prensa ofrecida por el abogado Cristopher Estupiñan Martínez, junto con los asesores jurídcos y la psicóloga Verónica Belén Rodríguez Hevia, con la finalidad de dar avances sobre losa progresos legales, nuevas demandas y casos particulares de las familias afectadas por el colapso del metro en la Línea 12 (Foto: Karina Hernández / Infobae)

P. ¿Hasta qué grado los impactos emocionales han afectado la funcionalidad de las víctimas secundarias?

R. Una de ellas ya estaba radicada en Cancún y se tuvo que venir a vivir a Ciudad de México para apoyar a la hija. La joven ya tenía trabajo, estaba en la plenitud de la adultez, pero perdió a su esposo en el desplome. La madre, con afán de apoyarla, tuvo que venir a la ciudad para ayudarle con trámites, procesos y sobretodo en el cuidado de su nieta, que había acabado de perder a su papá. Es un choque generacional, un período de transición, un tener que acostumbrarse a nuevos cambios de roles donde los abuelos o los tíos pasan a ser los nuevos educadores. También hubo casos en los que tuvieron que dejar de ir a sus trabajos porque tenían que llevar a sus familiares a los hospitales o estar con ellos. Algunas familias se unieron más con la tragedia, pero también hubo otras que se separaron.

P. Otras personas y psicólogos se quisieron aprovechar de la situación y les hicieron falsas promesas a las víctimas que nunca cumplieron ¿Cómo fue para usted hacer que sus pacientes le tuvieran confianza con esos antecedentes?

R. Con charla y conocimiento. Yo no les cobro ni un peso. Algunos hacen dos horas de camino para llegar a mi consultorio. Muchos de ellos no entendían al principio y hacían preguntas de por qué tenían ciertos episodios. Yo les daba una explicación bioquímica. Les decía que el ciclo de sueño no solo se altera por el impacto per se, sino porque el organismo lleva un tiempo sometido a ese estado ansiógeno o estresante y segrega cortisol, afectando también la producción de melatonina. Se inflaman los huesos y las articulaciones. Con algunos de ellos recurrimos directamente al medicamento y con otros aplicamos técnicas de relajación, meditación y consumo de ciertos alimentos que ayudan a la producción de ciertos neurotransmisores y endorfinas. Yo también tuve que llegar a ciertos acuerdos con mi familia, con mis hijos, porque algunos de mis pacientes, por motivos de horario, solo podían acudir a terapia en sábado o domingo a las cuatro de la tarde. Ese sistema de compromiso hizo que tuvieran confianza y se dieran cuenta que estoy realmente comprometida con el trabajo.

P. ¿Qué camino sigue por recorrer para que sus pacientes puedan alcanzar la mayor recuperación posible?

R. Hay unos más afectados y otros no tanto. Después de que se hacen sesiones periódicas, seguidas, cada vez se van haciendo más espaciadas, cada quince días, cada mes. Se tiene que hacer una continuidad, una contención, un seguimiento preciso. Con algunos vamos desfazados por cuestiones físicas. No teníamos la posibilidad de evaluarlos porque seguían sometiéndose a cirugías. Aún nos falta evaluar algunas cuántas familias. Estamos en ese proceso de comenzar con la intervención. Cada uno tiene tiempos y situaciones diferentes.

P. ¿Cómo cree usted que se podría sensibilizar más a la sociedad para que se de cuenta de esta otra cara de la realidad?

R. Es complicado porque no conocen, y la gente habla indiscriminadamente. Me ha tocado escuchar comentarios como: “Hay gente que va caminando por la calle como si nada y dizque son víctimas”. Ellos están tratando de rehacer su vida y tratar de seguir viviendo y ser felices. Muchos de ellos tienen familia. Cuando llega la noche, y están solos, y se apaga la luz, y entra esta soledad, les genera angustia porque el evento ocurrió de noche, se fue la luz y no veían nada. Era un calor sofocante. No es lo mismo verlos durante el día. No se puede hablar de algo que no se conoce, nada más por lo que se ve. Estamos muy mal acostumbrados a juzgar, a etiquetar por lo que vemos. Pero nadie se sienta a hablar con ellos, a profundizar. Cada quién habla como le fue en la feria. Es un trabajo que va mucho más allá, tratar de no hablar por hablar. Se habla porque no sé conoce, porque hay un desconocimiento. Definitivamente se deben realizar campañas de sensibilización, pero creo que la conciencia radica en querer conocer, en querer informarse, en involucrarse. Se deben hacer campañas y difusión sobre la salud mental, no solo sobre la salud física.

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