Cuando se recurre a la palabra “Jefe de jefes” se piensa por lo regular en dos cosas: la famosa canción de Los Tigres del Norte y el apodo al que se le ha asociado a numerosos capos de la droga, desde Miguel Ángel Félix Gallardo hasta Amado Carrillo Fuentes. En cualquier caso, hace referencia al mundo de la narcocultura en México.
Sin embargo, el tema que fue lanzado en 1997 en el álbum homónimo de la banda norteña y que incluso ganó un Disco de Platino en Estados Unidos por la Recording Industry Association of America por superar el millón de ventas fue escrito por Teodoro Bello y sus intenciones estaban muy alejadas de hacer mención a los grupos criminales.
En una entrevista que sostuvo con Elijah Wald, historiador cultural, el compositor mexiquense explicó que el tema tiene que ver, antes que nada, con la concepción de que “la gente debe ser grandiosa”, de manera que no es un criminal el protagonista de Jefe de jefes, sino un profesionista –ya sea un taxista, un zapatero o un bombero- que goza de una posición de poder en el ámbito en el que se desenvuelve.
Una explicación similar la dio en el programa El arte de la Canción, cuando detalló que “el corrido no nace para un narcotraficante, nace para una persona grandiosa que se dedica a su trabajo y que se dedica a producir talento, fortaleza, grandeza”. Entonces ¿de qué manera el público ha asociado esta canción, y la palabra en particular, al mundo del narcotráfico?
El periodista Oswaldo Zavala, en su más reciente libro La guerra en las palabras (Debate, 2022), explica cómo la palabra “Jefe de jefes” pasó de ser un “significante vacío” a ser un referente en la narcocultura en México y Latinoamérica, no solo por sus representaciones culturales, como en la canción de Los Tigres del Norte o la serie de televisión de Netflix Narcos: México, sino también en la configuración narrativa del discurso de seguridad nacional mexicana.
Antes de popularizarse en forma de canción, la palabra “Jefe de jefes” fue usada anteriormente en un reportaje de la revista Newsweek publicado en 1985, en el que se mencionaba que el “jefe de jefes de la industria de la cocaína en México” era Juan Matta, traficante hondureño que operó en el continente durante las décadas de 1970 y 1980, principalmente.
Según Zavala, fue a partir de 1990 cuando se empezó a usar de manera más frecuente la palabra “jefe” en los reportajes sobre el narcotráfico en México, sobre todo los publicados en Estados Unidos. De acuerdo con la politóloga M. Delal Baer, la historias sobre drogas que se publicaban en el New York Times, Washington Post y Wall Street Journal pasaron de 338 en 1991 a 538 en los primeros meses de 1997.
Lo anterior se debió, en parte, a la notoriedad que el Cártel de Juárez comenzaba a cobrar en los medios de comunicación. De acuerdo con Oswaldo Zavala, Carillo Fuentes fue el primer narcotraficante concebido “como objeto central de la nueva doctrina de seguridad nacional”, de manera que el único traficante mexicano en ese tiempo que podría identificarse como el modelo más cercano del corrido de 1997 era precisamente El señor de los cielos.
“Es por ello que Amado Carrillo Fuentes no podía ser un simple ‘narco’, sino el ‘jefe de jefes’ que naturalizó, acaso de un modelo permanente, la idea del ‘cártel’ como una verdadera amenaza a la viabilidad misma del Estado, que desde entonces sólo podría defenderse por medio de su ejército”
Sin embargo, tras la muerte de Carrillo Fuentes (precisamente en 1997, año en que fue lanzada la canción y el álbum de Los Tigres del Note) el “‘jefe de jefes’ depende más bien de una fluidez nominal que lo mismo refiera a un ‘narco’ como a todos los ‘narcos’ antes y después” de él, apunta Zavala. A partir de entonces, la palabra Jefe de jefes se ha ido reconfigurando en un sinnúmero de ocasiones atribuyéndose a diversos narcotraficantes: desde el ya conocido Miguel Ángel Félix Gallardo, hasta más recientemente Ismael “El Mayo” Zambada, según apunta el periodista Diego Enrique Osorno.
Pero antes de atribuirse a un criminal en particular, la palabra “Jefe” en el ámbito del narcotráfico es usada, principalmente, en el discurso de las autoridades federales como una manera de designar a una figura criminal que atenta contra la seguridad nacional de un país (en este caso México), apunta el también profesor de cultura latinoamericana de la City University of New York (CUNY).
“Con ‘Jefe de jefes, sin embargo, el melodrama es desplazado por la nueva narconarrativa que comenzó a articularse a finales de la década de 1980: la comprensión histórica que emana de un discurso hegemónico de ‘seguridad nacional’ en la que el traficante deja de ser un objeto residual de la derrota del proyecto nacional mexicano para convertirse en un sujeto activo de la economía transnacional, que amenaza a la vez a la seguridad de la sociedad mexicana y a la estadounidense”
Así, en la narrativa securitaria, la palabra tiene origen en los discursos oficiales de las autoridades de seguridad que la hicieron circular en los medios de comunicación durante la denominada guerra contra las drogas para que se integrara en el imaginario colectivo de la sociedad. De esta manera, Amado Carrillo Fuentes, en su momento, fue descrito como ese “Jefe de jefes”.
No obstante, por otro lado, existe una ambigüedad en la atribución de la figura “Jefe de jefes”, de manera que su significado es polisémico, por lo que el líder de un cártel puede ocupar ese puesto, como también lo podría hacer un profesionista o un actor político. “El concepto, sin estar vinculado a ningún personaje real de un modo determinante, puede reactivarse una y otra vez con el rostro de cualquier traficante o figura política”, detalla Zavala.
De acuerdo al origen de su uso, la palabra “Jefe de jefes” “desautoriza la soberanía política de México” al integrar en la narrativa de seguridad nacional a un traficante empoderado que ha rebasado las altas esferas del gobierno. Con el paso del tiempo, las representaciones culturales del narcotráfico han recurrido a ese concepto para referirse a tal o cual narcotraficante que ha sometido al Estado a su propio orden. “En cualquier de sus versiones, el Estado aparece rebasado, vulnerado y sometido”, concluye Oswaldo Zavala.
SEGUIR LEYENDO: