Quizá a mucha gente cuando se habla de la Revolución Mexicana se les viene a la cabeza Emiliano Zapata y Francisco “Pancho” Villa, dos de los caudillos más queridos y odiados del conflicto armado más significativo del país.
Zapata es uno de los personajes más representativos de la contienda, no solo por ser considerado por muchos como una especie de “caballero blanco” de la Revolución, al contrario de Pancho Villa, quien incluso fue detestado por los gobiernos Posrevolucionarios.
En cambio a Zapata se le tomó como una de las figuras fundamentales por el movimiento social y agrarista que llevó como estandarte con el Plan de Ayala, a pesar de que fuera traicionado y asesinado durante el gobierno de Venustiano Carranza.
Y no solo fue reconocido por su destreza en la montura, que lo llevó a trabajar en la hacienda del yerno de Porfirio Díaz, por su valentía, su galantería y su ferocidad en el campo de batalla, sino también por sus características fotos.
El Caudillo del Sur, a diferencia de su contraparte norteña, Pancho Villa, era muy adusto, serio en las imágenes, pues en realidad se le conocía por ser afable.
Con una mirada que rozaba entre la frialdad, la tranquilidad y la melancolía, el suriano rara vez sonreía en las fotos en las que salió. Esto no evitó, sin embargo, que el caudillo pagara una gran suma por una de ellas, en la que siempre se caracterizó por llevar un atuendo impecable de charro, con su sombrero de ala ancha, sus armas y su pañuelo al cuello.
Tras su entrada triunfal junto a Pancho Villa a la Ciudad de México en diciembre de 1914, la ciudad se llenó de campesinos e indígenas armados que aterrorizaron a los capitalinos de clase media, quienes veían como salvajes a los revolucionarios.
esto no los detuvo, claro está. Se dirigieron con su numeroso ejército hacia el Palacio Nacional en el que se encontraba Eulalio Gutiérrez, presidente interino de la Convención de Aguascalientes, la alianza entre los ejércitos de los dos caudillos.
Ahí visitaron distintas habitaciones del recinto presidencial en el que se tomaron la mítica foto en la que Pancho Villa se sentó en la silla presidencial muy sonriente y Zapata a su lado con su imperturbable seriedad. Después comieron un banquete y hubo más fotos.
Y a pesar de que en una conversación previa con Villa en Xochimilco, Zapata afirmara que no le gustaba la ciudad, no evitó que el morelense se dirigiera al estudio del fotógrafo Aurelio Escobar que se encontraba en la Ciudad de México para sacarse varios retratos.
De acuerdo con el testimonio del fotógrafo en el libro Curiosidades y Anécdotas de la Historia de México, el caudillo del Sur entró “a la casa muy bien vestido, con un traje de charro precioso, chaquetilla de gamuza color beige, y en la espalda un águila bordada en oro. Pantalón negro con botonadura de plata reluciente, un amplio sombrero”.
Posteriormente por los servicios prestados, el revolucionario pagó con mil pesos de plata. El revolucionario nunca dejó de mostrar su severidad en el rostro quizá acentuada por su abundante mostacho.
Después el caudillo abandonaría la Ciudad para dirigirse a Puebla y librar una batalla en el estado. Ahora el problema ya no era el gobierno de Victoriano Huerta: eran los mismos revolucionarios Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.
De igual forma la alianza con Villa no duraría mucho y cada quien tomaría su propio camino.
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