Tomás Mejía: el general ejecutado con Maximiliano que permaneció embalsamado en la sala de su casa 3 meses

Debido a su pobreza, Agustina Rodríguez, esposa del general conservador Tomás Mejía, quien fue ejecutado al lado de Maximiliano de Habsburgo, no pudo enterrar a su esposo, por lo que aprovecho el embalsamamiento del cuerpo y lo tuvo por tres meses en la sala de su casa, sentado en una silla

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De acuerdo con la historia oficial, el 19 de junio de 1867, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, con Miguel Miramón y Tomás Mejía,  fueron fusilados en el Cerro de las Campanas, Querétaro. (Foto: AGN)
De acuerdo con la historia oficial, el 19 de junio de 1867, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, con Miguel Miramón y Tomás Mejía, fueron fusilados en el Cerro de las Campanas, Querétaro. (Foto: AGN)

Uno de los episodios más trágicos que se han vivido en la historia de México, fue el de la segunda intervención francesa, la cual desembocó en el Segundo Imperio de México, del que estaba a cargo Maximiliano de Habsburgo, quien llegó al país junto con su esposa Carlota de Bélgica en 1864. Sin embargo, este periodo no duró mucho tiempo, pues el gobierno de Maximiliano duró apenas unos años, hasta 1867, cuando las tropas francesas fueron retiradas del país y Maximiliano fue sitiado en Querétaro y ejecutado el 19 de junio de ese año.

A la hora de su ejecución, el emperador exclamó algunas palabras que demostraron el amor que sentía por el país, y que sus intenciones solo eran las mejores. El emperador, antes de ser ejecutado, dijo: “Moriré por una causa justa, la independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria ¡Viva México!”

Ese día, Maximiliano no fue ejecutado sólo, pues dos de sus generales conservadores lo acompañaron: Miguel Miramón y Tomás Mejía. Miramón militó en las filas conservadoras, dentro de las cuales, fue uno de los personajes más distinguidos, bajo el mando del general Osollo. Cuanto murió este último, en 1854, le fue confiado el mando de las tropas del Norte. También llegó a ser Presidente de México, considerado, hasta la fecha, el presidente más joven que ha tenido México en su historia, contando con 27 años a la hora de tomar el cargo.

El otro de los generales conservadores que fue ejecutado al lado del Emperador, fue Tomás Mejía. Cuando fueron fusilados, ese 19 de junio, en punto de las siete de la mañana, una mujer con un niño recién nacido en brazos intentó, por todos los medios posibles, acercarse a uno de los prisioneros. Pocos sabían que se trataba de Agustina Rodríguez, la mujer del general indio Tomás Mejía, que intentaba ver a su marido por última vez, antes de su muerte.

Maximiliano de Habsbuego, Tomás Mejía y Miguel Miramón fueron sitiados en el Cerro de las Campanas. Fotos: Archivo General de la Nación México // Twitter @CasaHabsburgoMX
Maximiliano de Habsbuego, Tomás Mejía y Miguel Miramón fueron sitiados en el Cerro de las Campanas. Fotos: Archivo General de la Nación México // Twitter @CasaHabsburgoMX

Las bayonetas de la guardia y el movimiento de los carruajes lo impidieron, provocando que Agustina rodara en el suelo, con todo y el menor que tenía en brazos.

A pesar de la dramática y dolorosa escena, Mejía se mantuvo impasible, se encontraba listo para morir con la frente en alto, por la defensa de sus ideales. Frente a las armas, el general de mil batallas, veterano de la Guerra contra Estados Unidos, amo de la sierra Gorda, señor de las Caballerías del Ejército Imperial y fervoroso católico, se comportó con dignidad. A la hora de su muerte mostró fortaleza y dominio sobre sí mismo.

Antes de recibir las balas de la república, que se lograron anteponer ante las del Imperio que defendía, Mejía fue el único que no pronunció palabra alguna. Su vida fue muy austera desde siempre. Quizá, ni siquiera escuchó las palabras que le exclamó Maximiliano antes de ser ejecutados: “General, lo que no se premia en la tierra, lo premia Dios en la Gloria”. Lo único que hizo fue pararse firmemente frente a los fusiles y recibir la descarga, no sin antes retirar con su mano el crucifijo que llevaba en su pecho. Se dice que lo único que alcanzó a decir fue: “Virgen santísima”.

Tras el fusilamiento, el doctor Manuel Calvillo se acerco al cadáver de Mejía para dar fe de su muerte, sin embargo, el conservador continuaba con vida, su corazón latía rápido. El oficial a cargo de la ejecución ordenó a uno de los soldados que le diera el tiro de gracia, soltando un último disparo que le atravesó el corazón.

El cuerpo de Tomás Mejía permaneció en la sala de su casa por tres meses, hasta que el presidente Benito Juárez se enteró del hecho y dio los recursos necesarios para enterrarlo en el cementerio de San Fernando.
El cuerpo de Tomás Mejía permaneció en la sala de su casa por tres meses, hasta que el presidente Benito Juárez se enteró del hecho y dio los recursos necesarios para enterrarlo en el cementerio de San Fernando.

Su esposa Agustina solicitó autorización para llevar el cadáver a la capital, sin embargo, al ser muy pobre y no tener los recursos para esto, decidió aprovechar el embalsamamiento del cuerpo de su marido y lo sentó en la sala de su casa. Ahí estuvo el cuerpo durante tres meses. La escena, incluso fue fotografiada, y aún existe la surreal imagen en la que se ve a Mejía, ya muerto, con las manos cubiertas con guantes blancos, sentado en una silla dentro del que fuera su hogar.

Conmovido por la situación, quien lo mandara a ejecutar, el presidente Benito Juárez, intervino y proporcionó a la viuda los recursos necesarios para el entierro. Los restos de Mejía fueron enterrados en el Panteón de San Fernando, el más clásico de los cementerios del siglo XIX, en donde descansan hasta el día de hoy. Cabe destacar que, en el mismo lugar, descansan también los restos de Juárez.

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