Durante el mandato del expresidente y dictador Porfirio Díaz Mori, se documentó que hubo muchas injusticias contra el pueblo, pues el mandatario y sus colaboradores procuraban el bien de la clase acomodada, en vez del de la clase popular. Esto hizo que las personas llegaran a sentir hartazgo, y tomaran acciones por su propia cuenta, el más claro ejemplo de esto fue el estallido de la Revolución Mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910.
Sin embargo, anteriormente también se documentaron algunos casos que demostraron el descontento de las personas con el gobierno en turno. Uno de estos se manifestó el 16 de septiembre de 1897, en las calles de la Ciudad de México, cuando el entonces presidente Porfirio Díaz fue atacado por un hombre, en plenos festejos del aniversario de la Independencia de México.
El ataque no pasó más allá de un golpe al primer mandatario, sin embargo, el actuar de las autoridades, dejó ver el estado extrajudicial que era aplicado por el régimen porfirista.
Como parte de los festejos del Día de la Independencia, el presidente Porfirio Díaz se tenía que dirigir, junto con su comitiva, a la Alameda Central, en donde se llevaría a cabo una remembranza a los héroes de la patria. En medio de una muchedumbre compuesta por diversas clases sociales, desde las más acomodadas, hasta el pueblo olvidado por el régimen, Díaz se abría paso a través de la valla humana formada por los cadetes del Colegio Militar.
De repente, una persona logró evadir el cerco militar. Se trataba de Arnulfo Arroyo, quien lanzó su puño directo a la cabeza del presidente. Díaz no logró esquivar el golpe, lo que provocó que, de inmediato, varias personas que lo acompañaban se arrojaran contra el agresor para detenerlo. Incluso, el Brigadier Ángel Ortiz Monasterio destrozó su bastón en la cabeza del sospechoso.
La situación se volvió cada vez más áspera para Arnulfo Arroyo, quien no paraba de recibir golpes e insultos. El ambiente tuvo que se calmado por el propio Díaz, quien tras recuperarse, ordenó parar todos los ataques contra su agresor y proceder de inmediato a su traslado para ser presentado ante las autoridades correspondientes.
Sin embargo, desde ese momento comenzó una serie de irregularidades, pues los oficiales no sabían ante qué instancia proceder para su aseguramiento, e iniciar el correspondiente proceso, si de carácter militar o civil. El Inspector General de la Policía, de nombre Eduardo Velázquez, junto con un número insignificante de gendarmes, decidieron trasladar a Arnulfo Arroyo a una celda del Palacio de Ayuntamiento de la Ciudad de México. Esto pasó, a pesar de reconocer el peligro que corría el sospechoso. Durante el aseguramiento, Arnulfo fue maniatado, amordazado y, posiblemente, amenazado por el mismo Velázquez.
El único interrogatorio que pudo ser recogido, lo realizó el coronel Generoso Guerrero, juez 4° de Instrucción Militar, quien identificó que Arroyo era un hombre soltero, de 30 años, originario de Tlalnepantla y pasante de derecho. También recopiló información del declarante sobre los motivos que lo orillaron a atacar a Díaz, los cuales fueron que tenía ideas enteramente contrarias al sistema de Gobierno que se desempeñaba, pues él buscaba otra forma de gobierno. También habló sobre la miseria en que se hallaba, que lo tenía desesperado.
Una vez obtenida la primera declaración de Arroyo, el coronel Generoso Guerrero se retiró del lugar sin disponer diligencia alguna en el traslado del sospechoso a un sitio más seguro o que garantizara su integridad. Aquella noche, cuando comenzaron los fuegos artificiales, el inspector Velázquez, tras celebrar y beber, exhibió al detenido a sus invitados. Cerca de las diez de la noche el inspector Velázquez se encontró con dos de sus principales colaboradores: el mayor Manuel Bellido y el policía Antonio Villavicencio. Juntos convinieron asesinar a Arroyo y hacerlo pasar por un linchamiento. En la madrugada del 17 de septiembre un grupo de esbirros apodados los tigres, todos gendarmes de la oficina de la 2° Inspección de Policía, fueron conducidos por Villavicencio para asaltar la celda donde se encontraba Arnulfo Arroyo, quien fue cruelmente asesinado.
Tras el hecho, la policía comenzó a detener de manera arbitraria a todos los curiosos que se habían acercado, pues algunos oficiales había hecho algunas detonaciones para incentivar el bullicio. Cerca de 20 inocentes, entre niños, jóvenes y adultos, fueron detenidos como sospechosos del linchamiento de Arnulfo, mientras que los principales autores intelectuales, se encontraban celebrando en una cena.
Al día siguiente, los principales diarios dieron a conocer la versión oficial, en donde se acusaba al pueblo del asesinato, Sin embargo, esto dejó como incompetentes a las autoridades, al no impedir un linchamiento dentro del Palacio Municipal. Tras esto, el Estado porfirista no estaba dispuesto a tener una imagen débil ante el pueblo, por lo que se procedió a la destitución y detención del inspector Velázquez, junto con sus demás cómplices, por el atroz asesinato.
Velázquez terminó suicidándose en su celda, con un revolver que ingresó de manera clandestina. Sus demás cómplices fueron sentenciados a la pena capital, pero esta fue revocada por una condena máxima, que pronto fue olvidada. Los asesinos de Arroyo lograron obtener su libertad, incluso algunos fueron reincorporados al sistema policial de la Ciudad de México. Tal fue el caso de Antonio Villavicencio quien se convirtió en uno de los principales instrumentos ejecutores del Estado porfirista.
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