Uno de los personajes más controversiales de la historia de México, sin duda, fue el expresidente Porfirio Díaz, quien estuvo en el poder por más de 30 años, por lo que fue considerado un dictador. Además, por esta misma razón, fue que comenzó la Revolución Mexicana, con la que se buscó sacarlo del poder, algo que se logró.
La renuncia de Díaz se dio tras firmarse los Tratados de Ciudad Juárez, que eran un acuerdo de paz entre él y el próximo presidente Francisco I. Madero, y el cual se firmó el 21 de mayo de 1911. Con esto se puso fin a la lucha entre las fuerzas armadas que apoyaban a Madero, y las que apoyaban a Díaz, lo que llevó a la conclusión de la fase inicial de la Revolución Mexicana.
Los tratados estipulaban que Díaz y el vicepresidente Corral dimitiría a fines de mayo, y que Francisco León de la Barra sería designado presidente interino en lo que se celebraban las próximas elecciones presidenciales. Cuatro días después del acuerdo, el 25 de mayo, Díaz, quien se aproximaba a cumplir 81 años, firmaría su renuncia.
Días después, el 31 de mayo de 1911, el ya expresidente partiría con su familia desde el puerto de Veracruz hacia Francia, en el buque SS Ypiranga, con lo que se daría un final definitivo a su dictadura.
A diferencia de la vida llena de lujos que Díaz tuvo en México, en París, donde vivió sus últimos años de vida, tuvo una estancia más bien modesta y desapercibida. Como residencia, el expresidente eligió un modesto departamento que contaba con una sala, dos recámaras principales, así como habitaciones para el servicio. Dos mujeres originarias de Oaxaca le hacían el aseo y la comida en su departamento alquilado en el número 26 de la Avenida Bosque, hoy conocida como Avenida Foch, y que es también una famosa avenida que atraviesa el famoso Arco del Triunfo.
El expresidente vivió allí porque era la única vivienda que podía pagar, era de alquiler y se sostenía con los dividendos de sus acciones del Banco de Londres y México, pues su sueldo de General de División, lo donó para premiar a los alumnos distinguidos del Colegio Militar.
Su estancia en París fue modesta, y la aprovechó para visitar otros países europeos, como Alemania, España, Austria, Suiza, y recorrió la parte norte de Francia. Sin embargo, por su edad y el desgaste físico, lo fueron aislando, por lo que al final solo podía salir a pasear a los Campos Elíseos o al Bosque de Bolonia, este último, se dice, le recordaba el Bosque de Chapultepec. Ambos estaban ubicados muy cerca de su residencia.
Otra característica que marco los últimos años de vida del expresidente, fue la soledad. El 2 de julio de 1915, Díaz murió, a los 84 años, en la ciudad de París, Francia. Estuvo acompañado, en sus últimas horas, por su esposa Carmelita Romero Rubio, su hijo Porfirio Díaz y su nuera.
Díaz siempre mantuvo la esperanza de regresar a México, y morir en Oaxaca, estado del que era originario. Desde París, mantenía contacto con algunos mexicanos que le informaban de la situación que se vivía en el país, el triunfo electoral de Madero, las rebeliones que iniciaron Orozco, Zapata y Reyes, y la participación de su sobrino Félix contra el régimen maderista. También supo del golpe de estado de Huerta, y el asesinato de Madero y Pino Suárez.
Fue a finales de 1914 que su salud comenzó a deteriorarse, y tiempo más tarde ya no podía salir a hacer sus recorridos habituales. Se dice que los último pensamientos del expresidente, giraron en torno a la figura de su madre, de nombre María Petrona, y la idea de volver a Oaxaca, especialmente a la hacienda de La Noria, lo que no pudo cumplirse por la situación del país.
El servicio fúnebre se realizó en Saint Honoré d´Elau, templo localizado en la actual avenida Raymond Poincaré, y allí se depositaron sus restos, pero seis años más tarde, en 1921, fueron exhumados y llevados al cementerio Montparnasse, lugar en el que su esposa Carmelita mandó a construir una pequeña capilla para él.
Hasta la fecha, los restos de Díaz se encuentran en ese lugar, y en ese mismo cementerio descansan los cuerpos de otros personajes destacados a nivel mundial, como los de Julio Cortázar, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
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