La Ciudad de México es reconocida por sus numerosas edificaciones antiguas de extrema belleza. Sus calles están repletas de templos que datan de cientos de años atrás, de edificios con diversos estilos europeos y demás obras para deleitar y descansar los ojos.
Y uno de los más emblemáticos es, sin lugar a duda, el famoso Palacio de Bellas Artes ubicado a un lado de uno de los parques más antiguos de la capital: la Alameda Central.
Esta obra arquitectónica fue una de las principales labores del gobierno de Porfirio Díaz y su proyecto para modernizar y embellecer la capital del país con el fin de ponerla a la altura de otras ciudades europeas de la época.
Al dejar a la Ciudad sin uno de sus más bellos teatros a inicios de los 1900, el expresidente y exmilitar decidió reemplazarlo con uno que lo superara en belleza, tamaño y tecnología.
Para dicha obra, se contrató al arquitecto francés Adamo Boari quien inició la construcción en 1904 tras visitar los mejores teatros de Europa para adquirir inspiración. Además de plantear la construcción, también imaginó la ornamentación que embellecería su obra. Así, también vislumbró a los famosos pegasos que acompañarían el Palacio.
La figura de los pegasos, caballos alados de la mitología clásica griega, simbolizan la ascensión, la elevación de los genios del drama y la lírica hacia el Parnaso, la montaña en la que habitan las musas. La imaginación y la creatividad son las características que son atribuidas al animal mítico.
Las cuatro figuras, hechas de bronce por el español Agustín Querol, estaban destinados a coronar el Palacio. Y lo harían literalmente, pues estos se colocarían en la parte de arriba del edificio, en el cubo exterior del escenario. Fueron traídos desde España tras varias complicaciones y arribaron en 1911.
Fueron subidos un año después, ya cuando Porfirio Díaz había sido derrocado y estuvieron en la cúspide del cielo mexicano hasta 1921.
Sin embargo, como varios de los proyectos del famoso gobernante, se vieron truncados en parte por sus desorbitantes precios, por otra parte, el advenimiento de uno de los procesos más importantes en la historia de México: la Revolución Mexicana.
La violencia, el hambre, la pobreza y el clima político adverso, que se vivió en la capital de esos años revolucionarios dejaron en el olvido la construcción del Palacio de estilo Art Nouveau.
Pero se presentó otro problema. Debido a que el peso del Palacio causaba su rápido hundimiento, fueron retiradas las esculturas y llevadas a otro lugar. Fueron a parar a varias cuadras lejos del lugar original en el que habían sido planeadas.
Llegaron a la Plaza de la Constitución y fueron colocadas en sus cuatro esquinas durante 7 años, hasta que volvieron a ser trasladadas a la explanada del edificio cultural.
Este, por otro lado, quedó en el abandono desde 1917 hasta 1929, cuando se continuaron con las obras, las cuales concluyeron en 1934.
Pero esta vez los pegasos ya no serían devueltos a las alturas, pues los esfuerzos resultaron infructuosos, por lo que se les elaboró un pedestal para mantenerlos en la explanada del recinto cultural, donde permanecieron hasta nuestros días.
Los pegasos tuvieron que resignarse a mantenerse para siempre en ese impulso inicial para emprender el vuelo desde el suelo de la capital, en lugar de surcar los cielos.
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