El jueves pasado, el general estadounidense Glen VanHerck, afirmó que en México, Rusia tiene su mayor base de espías en el mundo. Tras las aseveraciones del militar del país vecino del norte, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), durante la conferencia de prensa mañanera de este viernes, aseguró que México no es colonia de Rusia, ni de China, ni de Estados Unidos.
Estas declaraciones se dan en el marco del enfrentamiento entre Rusia y Ucrania. Estados Unidos ha externado abiertamente su apoyo a los ucranianos, algo que a Rusia no le ha agradado tanto.
Sin embargo, esta no es la primera vez que se relaciona a México con espías rusos, pues hay registros de que en el pasado de que también hubo casos similares. Tal es el caso de Raya Kiselnikova, una mujer que aparece en la lista de desertores de la KGB, la antigua agencia de inteligencia y espionaje soviética.
Ella desertó estando en México, en 1970. Las razones fueron que había conocido a un hombre en México, y no quería volver a su país. Sin embargo, las circunstancias que la llevaron a tomar la decisión, se convirtieron en un intrincado entuerto de espías, que acabó desencadenando una crisis diplomática entre los gobiernos mexicano y soviético, y que tuvo como fondo la intervención de la Agencia Central de Inteligencia Estadounidense (CIA, por sus siglas en inglés).
Y es que durante toda la Guerra Fría, México fue un norte estratégico del espionaje en la región. En la capital mexicana, la CIA tuvo una de sus más importantes oficinas en el mundo, mientras los soviéticos hicieron de su embajada en el país, el más importante centro de espionaje en América Latina.
Al estar acreditados como personal de la embajada de la URRS en México, los espías soviéticos de la KGB gozaban de inmunidad diplomática para operar con cierta holgura. Por instrucción del gobierno soviético, Raya Kiselnikova se trasladó a México como traductora asignada a la oficina comercial de la embajada, el 4 de julio de 1968. Su llegada al país coincidió con el inicio del movimiento estudiantil y una fuerte campaña anticomunista, orquestada por el gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
La mujer rusa contaba con 32 años a su llegada a la capital mexicana, era viuda de un científico nuclear soviético, hablaba cuatro idiomas de manera muy fluida y era una excelente secretaria. Como medida de seguridad y como ocurría con todos sus empleados la embajada le retiró su pasaporte a Raya, además de sus documentos personales al momento de concluir su trámite migratorio en México.
Ella, como el resto de los empleados soviéticos en la embajada de México, tenía prohibido relacionarse con personas de otras nacionalidades. Sin embargo, desobedeció, y en una de sus solitarias visitas a museos, conoció a un joven mexicano de origen español llamado Francisco Lurueña, quien la invitó un fin de semana a Cuernavaca, en el estado de Morelos.
El 13 de diciembre de 1969 Raya accedió y no llegó a dormir a la embajada. El domingo que regresó, fue sometida a un interrogatorio para que declarara con quien había pasado la noche. La joven se negó a responder las preguntas de Oleg Netchiporenko, el segundo secretario consular, a quien la Dirección Federal de Seguridad, la policía política mexicana, identificaba como un agente encubierto de inteligencia. En realidad era responsable de contrainteligencia de la rezidentura, como se llamaban las estaciones de la KGB en el extranjero.
A las insistentes preguntas de Nechiporenko, la joven traductora respondía con la misma negativa: “No puedo decirlo”.
Posteriormente, trataron de poner una trampa a Raya para que regresara a Moscú, sin embargo, un telegrama que logró leer la alertó sobre la trampa, por lo que pidió a Lurueña que la ayudara a escapar de su departamento, ubicado muy cerca de la embajada rusa.
Una noche, Raya pudo burlar a los guardias que la vigilaban y huir rumbo a la Secretaría de Gobernación, en donde pidió asilo. Horas después, llegó Nechiporenko denunciando el secuestro de Raya. Al llegar la encontró rodeada de agentes mexicanos. En una entrevista publicada en el diario Excélsior en 2007, Nechiporenko recordó: “Me puse a hablar con ella. Estaba llorando. Le dije que no tenía nada qué temer, que todo se iba a arreglar. Creo que la estaba convenciendo cuando nuestro embajador cometió una imprudencia: llamó a todo el personal de la embajada para que se presentara en Gobernación. Cuando ella vio llegar al chofer de un oficial de inteligencia militar, un hombre temible, se asustó. En ese momento, los agentes de la DFS me dijeron que el tiempo de la entrevista se había terminado”.
De acuerdo con los archivos mexicanos, un funcionario de Población careó a Raya y Nechiporenko y finalmente le otorgó a ella la protección del gobierno mexicano. El 4 de marzo de 1970 Raya Kiselnikova apareció ante los medios, en el hotel Vista Hermosa. En su conferencia de prensa aseguró que no podía soportar más vivir bajo el régimen soviético y denunció que Oleg Nechiporenko la tenía bajo constante vigilancia.
Kiselnikova se convirtió después en informante de la agencia estadounidense sobre las actividades de la KGB en México. A cambio, la trasladaron a Acapulco, le consiguieron un empleo como secretaria en un lujoso hotel y logró que la KGB le perdiera la pista. Esto trajo consecuencias en la diplomacia entre la Unión Soviética y México.
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