Durante la mañana de este miércoles, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), recordó algunos sucesos históricos que han pasado en el país. Esto, luego que se le preguntara sobre la visita del Ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Álvarez, quien este miércoles se reunió con Marcelo Ebrard, el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
AMLO habló sobre la visita y dijo que era un encuentro entre ambos cancilleres, y puntualizó que era bienvenido. Una reportera también le cuestionó sobre el tema de Rusia y Ucrania, a lo que el mandatario dijo que la postura de México era clara, sobre la no intervención en estos casos, y buscar una solución pacífica, además de procurar la ayuda humanitaria.
Expresó que la solicitud que le hizo hace unos días Ucrania sobre enviarle armas se rechazó, pues México no quiere la guerra.
Sobre otro cuestionamiento sobre si México pensaba bloquear a los medios rusos por temas de desinformación, AMLO dijo que “nosotros no bloqueamos la información, nosotros tenemos que garantizar las libertades, no estamos de acuerdo con las invasiones porque sería contrasentido, a nosotros nos han invadido, hemos padecido de invasiones”.
Recordó la invasión de España, cuando México estuvo bajo su dominio por 300 años; las dos invasiones de Francia, y las dos invasiones por parte de Estados Unidos. Referente a estas últimas, el mandatario recordó la guerra que tuvo México contra Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, cuando el país perdió la mitad de su territorio.
El presidente recordó que incluso, en aquella guerra contra el vecino del norte, los soldados estadounidenses llegaron hasta Palacio Nacional e izaron su bandera en ese recinto histórico, que ahora funciona como residencia del mandatario y su familia.
Existe un libro titulado The history of the raising of the first American flag on the capitol of México (La historia del izamiento de la primera bandera norteamericana en la capital de México), que es una publicación que data del año 1856 del Senado de los Estados Unidos, y que contiene los testimonios de los militares estadounidenses que participaron en aquél episodio del país.
Fue el 14 de septiembre de 1847 cuando, por la mañana, al rendirse el último bastión de la Ciudadela, el general J. A. Quitman, entró al zócalo al frente de una columna militar y se formó, mirando al Palacio Nacional.
“Después de entrar al palacio por unos momentos, ansioso de impresionar a la inmensa multitud de mexicanos que observaban el espectáculo desde balcones, ventanas y azoteas de los edificios, con la importancia que tiene la ceremonia, ordené a la columna que se alineara con los oficiales al frente con el propósito de saludar a la orgullosa bandera de nuestro país tan pronto como fuera desplegada en la asta bandera al centro del palacio, y al mismo tiempo instruí a mi principal edecán, el teniente M. Lovell, que colocara la enseña nacional de las barras y las estrellas, y no cualquier insignia de algún regimiento.
“Mientras se disponían a hacer estos arreglos, vi que la bandera del regimiento de los rifleros era llevada por un oficial que entraba por la puerta principal del Palacio, y antes de que pudiera evitarlo, esa bandera por un momento fue agitada desde el balcón del segundo piso del edificio”, se puede leer en el libro, como testimonio del mismo general Quitman.
Dicho testimonio fue dirigido al presidente de Comité senatorial de Asuntos Militares, en el que se agregó: “Mi edecán eligió al capitán Roberts para colocar nuestra bandera en el Palacio, quien de inmediato procedió a hacerlo y para ello utilizó una pequeña bandera. Cuando este símbolo del dominio de nuestro país sobre la capital de nuestro enemigo fue elevado y cuando flotaba orgullosamente, toda la línea presentó sus armas, los oficiales mostraron el saludo y fueron inclinadas las insignias de los regimientos”.
Poco después, cambiaron la bandera chica por una más grande, pero finalmente, colocaron otra, según el testimonio de Quitman.
“La pequeña bandera en cuestión permaneció ondeando por casi media hora, cuando el general Worth, que había avanzado desde el camino de San Cosme hasta la Alameda, tuvo la amabilidad de enviarme una bandera más grande, la misma, tengo entendido que flameó en Fort Brown, en el río Grande, cuando su pequeño pero gallardo pelotón se encontraba sitiado hasta que se dio el regreso del general Taylor. Esta bandera, siendo de dimensiones más apropiadas para ocupar tan orgullosa posición, fue sustituida más tarde por órdenes mías por la más chica, y permaneció ondeando sobre el palacio hasta que una nueva enseña, confeccionada por las buenas manos de varias damas norteamericanas residentes en México, fue colocada en la capital por instrucciones mías bajo la dirección del capitán Naylor, de los voluntarios de Pennsylvania, quien había actuado con gran valor en la Garita y quien fue nombrado superintendente del Palacio Nacional, y ahí flotaba en forma triunfal hasta que la capital fue evacuada por nuestras tropas al concluir las negociaciones de la paz”, se lee en el testimonio.
Fue de esta manera, como los Estados Unidos lograron ondear su bandera en pleno corazón de México. El conflicto acabaría en 1848, cuando México cediera a Estados Unidos más de la mitad de su territorio con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo.
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