El año 2020 marcó un antes y después para las distintas sociedades alrededor del mundo, si bien en México los primeros meses de este año transcurrieron de forma habitual, la noticia sobre un misterioso virus descubierto en la región de Wuhan, China, comenzaba a ganar cada vez más relevancia en los noticieros y redes sociales.
Aunque con el pasar de los días fuentes oficiales como el Gobierno de México a través de la Secretaría de Salud (SSa) advirtieron a la ciudadanía sobre lo que se avecinaba y estaba sucediendo en naciones al otro lado del mundo, una gran cantidad de personas aún se mantenía escéptica ante tal presagio y trató la situación como una exageración, hasta que el 27 de febrero de 2020 se registró oficialmente el primer caso de COVID-19 en la Ciudad de México.
De inmediato, autoridades de todo el país comenzaron a tomar medidas al respecto para intentar frenar el esparcimiento del virus en la población mexicana; escuelas, oficinas, restaurantes, antros, cines, teatros e incluso parques fueron cerrados con el objetivo de evitar contagios. Trabajos presenciales tuvieron que emigrar al ámbito digital para seguir realizándose y al mismo tiempo una crisis sanitaria empezaba a esparcirse por cada rincón de México.
La pandemia siguió su curso, los contagios iniciaron su ascenso y el virus Sars-CoV-2 comenzó a dejar su huella en todos los sectores del país pues el cierre de negocios, centros recreativos y la poca afluencia de gente en las calles dejaba ya sus estragos en la economía, dejando sin trabajo a miles de personas, no obstante, las pérdidas no solo fueron monetarias sino que desafortunadamente este agresivo virus también dejó muchos asientos vacíos en las mesas de cientos de familias mexicanas.
Si bien los 126 millones 14 mil 24 habitantes del país tenían como enemigo en común al COVID-19, la forma de enfrentar la pandemia y sus estragos fue diferente para cada una de las personas residentes en México, pues no es un secreto que la desigualdad ha sido uno de los factores que más ha permeado en la sociedad y que incluso la crisis sanitaria acentuó aún más.
En conmemoración por los dos años que se cumplen este 27 de febrero de la llegada del COVID-19 a territorio mexicano, Infobae México recabó testimonios de diferentes experiencias y perspectivas de mexicanos y mexicanas que enfrentaron en carne propia la pandemia y cuyas memorias ahora se traducen en un mal sabor de boca y ausencias en su círculo social, pero también en aprendizajes y esperanza.
Uno de los casos es el del señor Alberto Parra, originario del estado de San Luis Potosí, se dedica a la compra y venta de refacciones de automóviles. Al igual que muchos mexicanos ha sufrido los daños que la pandemia ha dejado a su paso, pero también estuvo a punto de perder la vida cuando se contagió del peligroso virus a finales del 2020.
“Estuve internado 17 días, me estaban poniendo 20 litros de oxígeno. Hubo un momento que ya les habían dicho a mis familiares que si seguía así me iban a intubar”, recordó Alberto Parra sobre su contagio de COVID-19.
Aunque actualmente vive para contarla, la experiencia que vivió lo dejó marcado de por vida pues ahora no solo tiene que cuidar las secuelas que el COVID-19 dejó en su organismo sino también con la ausencia de su padre, quien se contagió al mismo tiempo que él, ingresaron juntos al hospital pero no logró librar la batalla contra el virus.
Para Alberto Parra es importante seguir cuidándose y aplicar las respectivas medidas de prevención, pero también su historia pone sobre la mesa el debate entre el tipo de atención y gastos que miles de mexicanos tuvieron que atravesar para salvar su vida del COVID-19 y si hay un testimonio en el que podemos encontrar un contraste en este aspecto es precisamente el del señor José Torres.
José Torres es un hombre de la tercera edad, trabajador y líder comerciante en la Ciudad de México; su nombre forma parte de los 5 millones 747 mil 309 casos confirmados de COVID-19 en el país aunque su experiencia está lejos de ser la misma que la de muchas otras personas que se contagiaron del virus.
“No tengo servicio médico... es un costo incalculable porque toda la familia aporta; no he hecho el cálculo, yo creo que arriba de 200 mil pesos sí se gastaron porque tan solo con oxígeno estuve tres meses y aparte los medicamentos para el COVID-19 son caros, todo lo que te mandan es caro y sientes que nada te sirve”, compartió para Infobae México el señor José Torres.
Pese a que el señor José Torres recibió atención médica particular, considera que la situación en México y el manejo de la pandemia fue todo un caos, pero también rescató que fue muy afortunado en recibir buenos cuidados en sus peores momentos, como cuando sufrió un paro respiratorio que casi le cuesta la vida.
No obstante, el ser una persona de la tercera edad con vasta experiencia lo ayudó a reflexionar ampliamente sobre el panorama y llegó a la conclusión de que uno de los principales factores que hizo estallar la crisis sanitaria fue la falta de preparación e información sobre el COVID-19.
Si bien para un señor de la tercera edad la situación de la pandemia trajo dudas e incertidumbre, el impacto de la crisis sanitaria en aquellas personas que apenas comienzan a aprender a vivir también fue un tema que deslumbró entre los muchos aspectos que el COVID-19 tocó.
Julio es un niño de 7 años residente de la alcaldía Iztapalapa en la Ciudad de México, apenas tenía 5 años cuando la pandemia llegó al país y, aunque tiene muy presente que ahora tiene que usar cubrebocas y lavarse constantemente sus manos, todavía no entiende por qué de un día para otro dejó de ver a su abuelito, quien falleció por complicaciones a raíz del COVID-19.
“Extraño que no haya el coronavirus, no quiero estar con el cubrebocas. Quiero que sea toda mi vida normal, como estaba antes”, relató el pequeño de 7 años sobre la crisis sanitaria.
Durante la pandemia, los papás de Julio y sus abuelitos se contagiaron de COVID-19 en distintas ocasiones y declararon para Infobae México que en la prueba realizada al pequeño de 7 años el resultado salió positivo, sin embargo, por el temor que el niño tenía de haber contraído el virus, se lo manejaron como una simple infección en la garganta.
Afortunadamente el pequeño Julio poco a poco ha retomado su vida, asiste a la escuela y acata todas las medidas de sanidad, incluso compartió que su maestra asiste a dar clases con doble cubrebocas. Al igual que su profesora existen muchos otros mexicanos que día con día salen a trabajar para sostener a su familia, tal es el caso de Itzel Vélez, estilista residente de la Ciudad de México.
En un inicio Itzel consideró que la llegada del COVID-19 era algo grave, pues recordó la emergencia sanitaria que se vivió en 2009 en el país con la llegada de la cepa H1N1 de la Influenza y, aunque tenía previsto una baja en sus ingresos por el cierre de negocios, no creyó que el COVID-19 se quedaría tanto tiempo entre todos.
“Mi negocio fue uno de los primeros que se cerraron, entonces empiezas a llevar una situación de miedo porque te puedes enfermar, otra con el miedo de tu familia pero además a eso le agregas el tema económico de que a lo mejor pues la entrada no es la misma, no sabes como vas a pasar esta quincena... como muchas veces decíamos a lo mejor el virus no nos mata pero nos vamos a morir de hambre”, recordó Itzel respecto al periodo de distanciamiento social y cuarentena que se vivió en 2020 en el país.
El COVID-19 golpeó fuerte a la familia de Itzel Vélez, pues tuvo que afrontar la pérdida de 3 de sus familiares, todas en diferentes puntos de la pandemia pero con un mismo factor en común: la saturación y deficiencia del sector público de salud en México.
Independientemente del manejo que las autoridades e instituciones le dieron a la crisis sanitaria, en cada uno de los testimonios presentados es posible percibir que la agresividad del virus se tradujo en un trato insensible y deshumano para todas aquellas personas que no lograron darle un último abrazo a sus familiares o que simplemente no pudieron volver a verlos una vez que ingresaron al hospital.
En el sector privado la ventaja de atenderse desde casa fue un gran privilegio, como lo fue el caso del señor Apolinar González quien, a pesar de no haber dejado de trabajar durante el periodo de cuarentena, resintió el impacto de la pandemia cuando contrajo el virus Sars-CoV-2 y en el ámbito económico en sus negocios de comida.
“Todo mi tratamiento fue privado... en gastos sí fueron muy elevados incluso estuve a punto de que me mandaran a intubar. Me mandaron un medicamento, no recuerdo el nombre, pero sí era algo caro, costó como 8 mil pesos el frasco de pastillas y con eso ya evité que me intubaran”, recordó Apolinar González sobre su contagio de COVID-19.
Aunque afortunadamente ningún familiar o amigo de Apolinar falleció por el COVID-19, las huellas del virus se vieron reflejadas en las pérdidas en sus negocios y un par de secuelas en su organismo. Del mismo modo rescata que el avance en las campañas de vacunación ha sido un gran aliado para seguir controlando la crisis sanitaria.
La pandemia aún no termina, aunque la ocupación hospitalaria y los contagios se encuentren ahora más controlados que al inicio, es innegable que los estragos que el COVID-19 dejó en la sociedad prevalecerán aún por un par de años de más.
La pérdida de familiares y amigos nos recuerda que nunca volveremos a vivir la normalidad de los años previos a aquel febrero de 2020, sin embargo, dentro de toda la desgracia que se vivió quedan grandes lecciones que se deberán tener en cuenta no solo para futuras situaciones sino para el desarrollo y avance de la sociedad mexicana.
Un bombardeo de información y datos duros sobre el avance del COVID-19 continúa permeando medios de comunicación; la insensibilidad se ha vuelto parte del manejo de la crisis sanitaria, se les olvida que detrás de aquellas cifras está el nombre de un padre o madre de familia, de un amigo, de un hermano o incluso de algún conocido cuyos casos ahora se han convertido en parte de las memorias de pandemia.
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