“¿Quién soy en el mundo? Ese es el gran rompecabezas” Lewis Carroll.
La pandemia arrasaba, no había actividades y mi refugio ha sido la lectura porque me lanza a otros espacios y más ahora que mi alma evoca instantes que me abstraen del encarcelamiento inhumano en el que vivimos las mujeres invisibles de Santa Martha Acatitla. En mi caso, por las órdenes del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero.
En una de las permanentes noches de insomnio, recordé que en una etapa de mi vida, armar rompecabezas, era uno de mis pasatiempos y, entre más piezas, más me gustaban. Hoy recuerdo estar en la mesa del comedor de mi casa armando uno que se lo iba a dar a mi hijo Alonso, que cuando lo vio me dijo: “lo quiero enmarcar”.
Me levanté y baje de inmediato a pasar lista y a llamarle a Gonzalo, mi otro hijo; le pedí que en la próxima visita por favor me trajera un rompecabezas. Llegó con la caja que trazaba una montaña con distintos tonos de verde; el sol, era una bola de fuego, que atardecia entre nubes multicolores.
“No puede pasarlo joven porque es un juego de azar”, le dijeron a Gonzalo cuando llegó a la puerta de la cárcel. Al día siguiente presenté un oficio exponiendo a las autoridades las razones por las cuales consideraba que un rompecabezas no es un juego de azar y los beneficios mentales que conlleva. Les solicité que reconsideraran la negativa. El ir y venir de escritos arrancó y finalmente me autorizaron la entrada del primer rompecabezas. Jamás imaginé lo que ocurriría.
Antes de seguir, algunos de ustedes están al tanto que estoy presa a causa de la disparatada y malévola denuncia del fiscal Gertz. Alejandro fue el cuñado de mi madre, Laura Morán Servín, por más de medio siglo. Me encarceló para frenarla en cualquier pretensión hereditaria y exigió a mis hijos que se incriminaran con un delito artificial para también encarcelarlos. Pero regresemos a los rompecabezas y lo que han generado en la vida de las mujeres olvidadas que rondan este espacio dantesco.
El primer rompecabezas era de 1,500 piezas. Un arrecife de corales, con un delfín, peces amarillos, el mar, todo iluminado por un rayo de luz solar potente que alumbraba desde una tortuga, hasta un cangrejo, estrellas de mar, esponjas y erizos.
Me senté sola en el comedor y me adentré en el universo marítimo. El acero en el que vivía se convirtió en espuma blanca, las púas eran ahora gaviotas, la tristeza tomó una pausa y las horas volaron a la velocidad de un suspiro, hasta que una amiga me avisó que estaban pasando lista. No podía creer que el día se me hubiera ido en un instante navegando en un inmenso océano.
Los rompecabezas se convirtieron en parte de mi rutina y, desde el principio, algunas reclusas se acercaban para decirme que nunca habían visto uno; otras que nunca habían armado un rompecabezas, y las que querían aprender. Así que empecé con los consejos básicos: darle la vuelta a todas las piezas, hacer grupos de fichas de los mismos colores, separar las orillas, armar la estrategia.
Los grupos de mujeres batallando con los rompecabezas crecían. Empecé a notar que durante todo el tiempo que los ejecutábamos era el único momento del día en el que los gritos desaparecían, ya que en Santa Martha todo es base de gritos, de celda a celda, de edificio a edificio. Y el ruido no para, desde alaridos de sufrimiento, hasta música a todo volumen, sin importar si son las 3 de la madrugada. Así las cosas, llegó una amiga de visita y entre la comida, el papel de baño, mis cuadernos para escribir, también me dio un rompecabezas. En esta ocasión eran montañas nevadas, y a lo lejos la naturaleza de otoño, con colores rojizos, naranjas neón, amarillo limón.
Recordé a un profesor, cuando mi vida no tenía candados, que me decía que los rompecabezas me gustaban tanto porque eran como una meditación, ya que te concentras y enfocas en una sola misión que ancla tu mente en el presente abstrayéndote de todo los demás.
Me convertí en la profesora, pero sobre todo observadora de las mujeres que ensamblaban los rompecabezas. A unas les cambiaba la cara, otras el humor, la perspectiva.
La actividad no pasó desapercibida por las autoridades que, supongo, al notar que no había ruido y que todas estaban tranquilas, coligieron que algo extraño estaba sucediendo.
Me mandó llamar la directora de servicios culturales para decirme que eran notorios los cambios que veían en quienes participaban empalmando los rompecabezas, por lo que me preguntó si quería ser maestra y lanzar una convocatoria para ver cuántas internas se inscribían, contesté que con todo gusto.
Se inscribieron la primera vez 45 personas y gradualmente los rompecabezas se convirtieron en una de las actividades predilectas de la cárcel, grupos enteros en las mesas del comedor, ajustando diferentes imágenes. Pedazos de cartón, descuartizados, como las vidas de todas las residentes de este aciago lugar.
Mundos imaginarios donados por amigos, familiares y todos aquellos que en las redes sociales dedican tiempo, ideas, oraciones y envían rompecabezas para ayudarme, sin conocerme. Sin duda, como diría Alonso, Ana Paula o Gonzalo: “lo mejor de la humanidad, lecciones de empatía y solidaridad todos los días”.
Recuerdo otro domingo en el que mi hija Ana Paula me trajo chocolates, flores, comida, una jerga, “Fabuloso”, y otro rompecabezas. Ahora era del espacio, todos los planetas, el sol en medio abrazando una lluvia de cometas, la Tierra, nebulosas, la luna, mercurio, galaxias. Las aficionadas de Santa Martha, como si estuvieran contra el reloj, flotaban entre Plutón y Saturno, y armaban con toda la concentración posible. Sin duda una herramienta terapéutica y educativa por el enfoque, la estrategia, y el resultado.
La paciencia es otra de las virtudes que he desarrollado porque a veces me desespero con algunas alumnas, que les es muy difícil, pero les insisto y terminan entendiendo, quedándose hipnotizadas ensamblándolos porque estimulan la lógica, el cerebro, el distanciamiento de las frustraciones.
Me han escrito dándome las gracias y les confieso que me ha conmovido hasta las lágrimas leer lo que me cuentan al hacer los rompecabezas: menos ansiedad, miedo, ganas de luchar y la pausa a la cascada de pensamientos negativos, duermen mejor.
¿Qué tal si tuvieran todas las cárceles acceso a esta herramienta sencilla?
Bastaría un poco de voluntad para que hubiera rompecabezas en todas las cárceles que podrían ayudar a las personas privadas de la libertad a lidiar mejor con esta terrible experiencia.
No puedo evitar pensar en mi vida y en la de mis tres hijos, también como un rompecabezas. El 16 de octubre de 2020, cuando me arrestaron teniendo un amparo, lanzándome a una celda, fue como las piezas del rompecabezas que abres y caen miles de fichas a la mesa, nada hace sentido, es el caos absoluto.
Pieza por pieza he tenido que articular mi existencia en Santa Martha Acatitla, un proceso de profundo dolor, resistencia y vivencias, que me han cambiado como ser humano y a mi familia también.
Confiamos en las ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), para que impartan justicia. Esta brutalidad jurídica debe terminar y dejar claro que, en México, la Constitución pesa más que las decisiones, órdenes o amenazas del fiscal. He sentido en carne propia las acciones u omisiones de policías y ministerios públicos que factiblemente cometieron transgresiones legales para arrestar a una mujer que saben que es inocente.
El sometimiento absoluto de funcionarios y de instancias para arrestar y mantener presa a una mujer, que no ha cometido delito alguno, es una afrenta al Estado de derecho.
Ningún servidor público puede ser más poderoso que la Constitución, bastará con que el máximo tribunal abra el expediente para que constate el sinnúmero de violaciones humanas y procesales en contra mía y de mi madre.
Estoy convencida de que mi libertad será la apertura de otro rompecabezas en donde México, mi familia y yo saldremos fortalecidos.
La justicia debe prevalecer, para entonces comenzar a sanar, a respirar, a vivir, y juntos, armáremos lo que imaginemos en nuestro propio rompecabezas, hacer lo que el corazón nos dicta entre sus abatidos latidos para ayudar a decenas o cientos de mujeres que deben estar libres, pues, o son inocentes o ya cumplieron con demasía el nefasto castigo que se les ha impuesto.
Pugnando persistentemente por que la presunción de inocencia sea la norma y no la malhadada prisión preventiva oficiosa.
Por que la justicia en México sea un hecho incuestionable.
Alejandra Cuevas Morán.
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