Desde la casa de Eduardo Chankin, ubicada en el municipio de Ocosingo, Chiapas, a menos de una hora de la frontera con Guatemala, es posible que con suerte, se puedan apreciar las vocalizaciones de uno de los tres felinos más grandes del mundo y el carnívoro de mayor talla de América Latina: el jaguar, animal catalogado como una especie en peligro de extinción en México.
Eduardo, joven lacandon del tronco maya, creció en medio de la Selva Lacandona, sumergido en los sonidos de la selva y las palabras de sus abuelos, quienes al rededor de una fogata le contaban sus historias al terminar el día. Cómo aquella en la que uno de sus ancestros era castigado por los dioses luego de que este maltratara animales por mera satisfacción.
De generación en generación le inculcaron el valor de cuidar la naturaleza, de aprender a relacionarse con ella; le enseñaron que todo puede coexistir en un mismo espacio, siempre y cuando se haga de forma responsable.
Es desde esa cosmovisión de la cultura Maya, que parte la creación del Santuario del Cocodrilo Tres Lagunas. El proyecto comenzó en 2002 cuando una familia lacandona decidió iniciar con labores de vigilancia para proteger a la fauna de la amenaza humana, ya que pese a estar ubicados en medio de la selva, durante ese periodo la cacería furtiva disminuyó el avistamiento de animales en la zona.
Cabe agregar que aunque ya existían leyes contra la cacería en zonas protegidas, por ejemplo la caza de jaguar está vedada desde 1987, hasta la actualidad se sigue dando de manera ilegal.
Ante la necesidad de fomentar la conservación, en 2006, el grupo de familias lacandonas que resguarda el Santuario inició un proyecto turístico con el fin de financiar los trabajos de vigilancia, monitoreo y protección dentro de las casi 70 hectáreas que protegen.
Gracias a sus esfuerzos, los lugareños han presenciado el impacto positivo que ha tenido su labor dentro del ecosistema puesto que, dentro de la reserva se ha reducido la cacería en un 90% según datos proporcionados por cuidadores del área protegida.
Esto es parte de una lucha de los pueblos que habitan dentro de la Selva Lacandona que desde finales de los años setenta a la fecha ha perdido el 70% de su extensión, poniendo en riesgo la estabilidad de la fauna y flora del paisaje.
Tres jaguares en la zona
Se calcula que al momento de la llegada de los europeos a América había más de cien mil jaguares. En las memorias de Fray Bernardino de Sahugún, plasmadas en la Historia de las cosas de la Nueva España, el jaguar fue descrito como “el tigre que anda y bulle en las sierras, y entre las peñas y riscos, y también en el agua (...) príncipe y señor de los otros animales, bajo y corpulento(...) y los ojos relucientes como brasa.”
Para los mayas, el jaguar se asociaba con diversos aspectos como el poder, la muerte, las prácticas chamánicas, el cielo nocturno, el inframundo, pero también con la agricultura y la fertilidad, esto de acuerdo con el Instituto de Antropología e Historia (INAH).
Actualmente, balam, como es nombrado en la cultura maya, es una especie amenazada que ha perdido aproximadamente 50% de su hábitat histórico que se extiende por 18 países del continente americano, según reportes de de la WWT. Además el jaguar se encuentra en la categoría de “casi amenazada” de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Gracias a los esfuerzos que se hacen en el santuario desde hace casi veinte años, en los cuales se conjugan trabajos de reforestación, viveros de plantas nativas y platicas de educación ambiental, se registró la presencia de tres jaguares dentro de la Reserva, hecho que no había sido posible durante varios años.
La primera en aparecer fue “Kebatum”, una hembra jaguar adulta que adoptó la reserva como su territorio de residencia, sin embargo, durante siete meses no se tuvo avistamiento de ella en las cámaras trampa, lo cual extrañó a Eduardo, encargado de dicho monitoreo, puesto que ya desde hace algún tiempo llevaban vigilando el paso continuo de la felino por diversos puntos de la reserva.
El tiempo pasó sin la presencia del jaguar en las imágenes, el temor de que un cazador hubiese matado al animal creció. “Aunque era un poco raro llegar a pensarlo” comentó Eduardo, ya que no se habían pausado las labores de vigilancia.
Fue hasta la colocación de dos cámaras más (las cuales les fueron donadas) que no vieron uno sino dos jaguares, lo cual llenó de emoción a Eduardo, puesto que por lo general en las cámaras solo solía captarse un solo ejemplar. Posterior a ello se confirmó en los videos captados que en la zona se encontraban rondando dos jaguares machos, uno en etapa joven y otro en etapa adulta, además de la jaguar residente.
“Su presencia es muy favorables porque son una especie indicadora, es decir dan cuenta de que tan saludable se encuentra un ecosistema” comentó Eduardo, quien a pesar de no haberles visto nunca en persona ha documentado las imponentes huellas que dejan a su paso.
Lo que hace a la selva
El jaguar no es la única especie amenazada o en estado vulnerable en la región: el tapir, el pecarí de labios blancos, la guacamaya, el ocelote, el mono aullador y el mono araña son parte de la fauna que se encuentra amenazada según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
“Para nosotros, todas las especies son muy importantes ya sea un animal pequeño, o un animal muy grande, todos cumplen una función muy importante dentro de los ecosistemas (...) por ello no hay que esperar a que una especie se encuentre en alguna categoría de riesgo para empezar a hacer acciones para protegerlas”
Eduardo se divide las rondas de vigilancia periódicamente con otras seis personas, diariamente camina selva a dentro, recorriendo el húmedo paisaje en el que seguramente se podrían encontrar todas las escalas de verde posibles e imaginables, bordeado por las laberínticas formas y patrones que crean las hojas de los árboles de caoba, cedro, palo de rosa, orquídeas y bromelias.
A su pasó, se detiene a registrar cada indicio que deja el paso de la fauna que habita en la reserva. Una se sus más grandes satisfacciones, tan simple y tan franca: escuchar al caer la tarde, el imponente aullido de los monos aulladores, el sonido propio de la vida, de la selva.
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