Corría el 8 de febrero de 1969 cuando un objeto celeste impactó en el poblado de Allende, en Chihuahua. Sorprendidos, los vecinos salieron para contemplar qué había ocurrido, y al acercarse, descubrieron que un meteorito había cruzado la atmósfera terrestre, fragmentándose en miles de pedazos.
En total, se pudieron recuperar casi dos toneladas, esparcidas por la zona. Al analizar la roca, su composición fascinó a la comunidad científica, ya que su origen se remonta a la formación del sistema solar, y con el paso de los años se ha convertido en uno de los objetos espaciales más estudiados de la historia.
A más de 50 años del suceso, Daniel Flores Gutiérrez, investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM, plantea el significado que reporta este meteorito en el estudio del cosmos, desde el punto de vista astronómico.
Una de las primeras investigaciones que se hicieron en torno al meteorito Allende, recordó el académico, fue conocer su trayectoria en el sistema solar, partiendo de la base de que ingresó a la atmósfera terrestre desde el suroeste de Pueblito Allende. Dicha trayectoria, calculada en Japón, alcanzaba la distancia de la órbita del planeta Júpiter; es decir, es un objeto que proviene de aquellas regiones del sistema solar.
Otro aspecto a destacar es que fue el primer objeto estudiado en el Laboratorio Lunar de la NASA, que estaba preparado para recibir las muestras de la Luna que recogería ese mismo año la Misión Apolo 11. “De modo que cuando se obtuvieron fragmentos del Allende los llevaron inmediatamente para analizarlos en el laboratorio lunar”.
Según explicó Daniel Flores, el hecho despertó gran interés entre los expertos en análisis de materiales, quienes determinaron varias características importantes. Primero, lo catalogaron como una condrita carbonácea; es decir, contiene elementos pequeños, de entre 0.5 y 1 milímetro de diámetro, conformados por más de 100 minerales, muchos de los cuales ya eran conocidos en la Tierra. También se determinó su edad: sus isotopos indican que la roca se formó antes de que el Sol comenzara a brillar. “Éste dato la sitúa alrededor de los 4 mil 570 millones de años”.
Conocer la edad del meteorito Allende, permitió además abordar las ideas de la formación de los cráteres de la Luna, ya que en ese entonces había discrepancias entre las teorías que proponían que esos cráteres eran fruto de colisiones de objetos pequeños en la superficie lunar, y las que defendían que se formaban a través de erupciones volcánicas lunares.
El hecho trascendental radica en que el estudio del Allende conduce a las primeras etapas de la formación del sistema solar; algo que recientemente se ha documentado con ciertos arreglos cristalinos carbonosos en el meteorito.
Se sabe que la formación de estrellas se da en las llamadas nubes moleculares; y debido a que poseen una ligera rotación, se va formando un disco protoestelar que posteriormente puede evolucionar hacia un sistema planetario.
Entre las componentes moleculares de los cóndrulos del meteorito se halló agua, en un experimento desarrollado en colaboración con Rafael Navarro González, del Instituto de Ciencias Nucleares, hecho de gran importancia para el estudio del cosmos.
Los datos que proporciona el mensajero celeste no acaban ahí. De acuerdo con el investigador, estudios en colaboración con Gerardo Sánchez Rubio concluyeron que algunos fragmentos del Allende mostraban una ligera capa blanquecina que se semejaba a la parafina; algo que aún no ha podido constatar: “Seguramente se trata de una combinación de compuestos del carbón pero por lo pronto, no sabemos más”.
Aunque no todos los mensajes que trajo este viajero del cosmos se han descifrado, varios investigadores universitarios quieren ampliar los conocimientos sobre la roca; es el caso del propio Flores Gutiérrez, Margarita Reyes Salas y Sonia Ángeles García, y desde luego, el proyecto que desarrolla con Jaime Urrutia Fucugauchi, del Instituto de Geofísica. Todos ellos forman un grupo dedicado a estudiar ciertos meteoritos mexicanos para dilucidar su origen, y de qué modo tienen relación con el origen del sistema solar.
En México, uno de los fragmentos del meteoro se exhibe en el Museo de Mineralogía “Eduardo Villaseñor Söhle”, ubicado en la sede San Matías de la Universidad de Guanajuato.
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