Las calles de la Ciudad de México han sufrido cambios a través de los años. Numerosas edificaciones han sido derribadas con el fin de extender las calles, de construir algo nuevo y más seguro que los restos de lo que quedaban. Otras no pudieron con el paso del tiempo ni con los numerosos desastres naturales.
Pero también están aquellas que fueron derribadas o cambiadas para interrumpir el legado de la persona que tuvo la iniciativa. Tal fue el caso del Paseo de la Reforma que se abrió a todo público durante la presidencia de Benito Juárez, pues estuvo destinada únicamente a los emperadores; o el Monumento a la Revolución que iba a ser el monumental recinto del Palacio Legislativo planeado por Porfirio Díaz.
Y así también le sucedió a uno de los presidentes más odiados y excéntricos del país: Antonio López de Santa Anna.
Santa Anna es uno de los personajes más controvertidos en la historia de México pues estuvo once veces en la presidencia. Debido a su pasado militar, en el estado de Veracruz fue considerado un héroe y se armaron fiestas cada que este regresaba a la entidad o cuando era el día de su santo. Pero también llevó a cabo proyectos en la capital como el Gran Teatro Santa Anna.
El teatro fue planeado para embellecer la capital y de paso enaltecer el gobierno del héroe de Tampico, pues la mayoría de los teatros de la época eran de madera. La propuesta hecha por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga y el empresario Francisco Arbeu entusiasmó a Santa Anna pues buscaba demostrar que la Ciudad de México estaba a la altura de otras ciudades europeas, además de que pintaría a su gobierno como progresista.
Ante la pérdida de casi medio territorio tras la guerra con los Estados Unidos, el gobierno de Santa Anna necesitaba recuperar credibilidad y legitimidad, por lo que un proyecto que hiciese ver a las personas que el país iba por buen camino -y que cambiara la percepción que se tenía del presidente- fue bien aceptado.
La construcción comenzó en 1842 con una fastuosa ceremonia y se inauguró dos años después. Estuvo ubicado en la calle de Vergara esquina con Mecateros (Bolívar y 5 de mayo respectivamente). Representó para su época una de las edificaciones más bellas de la ciudad capaz de reunir a 2 mil 395 almas dentro de sus muros de 17.65 metros de altura.
La obra costó 351 mil pesos, pero fue en parte financiada por el mismo Arbeu que en su cabeza rondó la idea de llevar a cabo semejante proyecto en la capital desde 1841 con otro arquitecto que al final abandonó la empresa. El teatro, además de llevar el nombre de Santa Anna, contaba con una columna con la figura del general. Si fue su iniciativa o vino en el proyecto original es algo que no se sabe.
A pesar de todo, la obra fue sumamente querida por el gran tamaño de la edificación y su capacidad de aforo, así como el esplendor de su interior. Si bien la fachada era un poco más adusta, el interior mostró una gran elegancia. El proyecto también contempló unas galerías pero no pudo concretarse al final.
Incluso el escritor Federico Gamboa dedicó unas líneas a este recinto cuando inició el proceso de demolición a inicios del siglo XX. El teatro siguió pero se suprimió el nombre del mandatario pasando a Gran Teatro Vergara, después Gran Teatro Imperial y por último Gran Teatro Nacional. Otro proyecto como el Ángel de la Independencia en la Plaza de la Constitución nunca prosperó más que el zócalo; ni hablar del suntuoso monumento a su pierna.
El teatro fue demolido entre 1900 y 1901 para extender la calle 5 de mayo, pero también para dar paso al proyecto del Palacio de Bellas Artes planeado por el gobierno de Porfirio Díaz. Aunque este no terminó hasta treinta años después debido al inicio de la Revolución Mexicana.
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