Sin duda alguna, la Revolución Mexicana fue una época que marcó la historia de México. En este hecho, que en un principio buscaba la renuncia del dictador Porfirio Díaz, quien estuvo en el poder por más de 30 años y quien remarcó de manera muy notoria la desigualdad en la sociedad mexicana, hubo algunos personajes que lograron sobresalir por sus estrategias de pelea y porque sabían como intimidar a sus enemigos.
Uno de estos personajes fue José Doroteo Arango Arámbula, quien sería más conocido como Pancho Villa. Este personaje, a quien también se le conocía como El Centauro del Norte, logró grandes hazañas gracias a su gran estrategia militar.
A pesar de que se le consideraba una persona frívola y hasta cruel con sus enemigos, Villa también tenía un lado humano y caluroso. Prueba de ello, fue la ocasión en que decidió adoptar a unos 300 niños de la calle en la Ciudad de México. O al menos esa es una de las tantas historias que rodean la figura de Villa.
Fue en 1914 cuando el Centauro del Norte viajó a la Ciudad de México para entrevistarse con el Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, otro de los personajes más icónicos de esta lucha histórica, que Villa tomó la decisión de llevarse consigo a 300 niños huérfanos y sin hogar.
Se cuenta que una noche Pancho Villa decidió caminar por las céntricas calles de la capital, acompañado de Juan N. Medina, quien entonces era Coronel y años más tarde sería General de su ejército. Medina era conocido también como el Coronel botitas, pues siempre usaba botas de cinta.
Este último también llegaría a ser Presidente Municipal de Ciudad Juárez en 1915 y mandaría a pavimentar las calles más importantes de esta ciudad fronteriza, como la de Juárez y Lerdo y la calle del comercio en aquella localidad.
Durante ese recorrido, por la Alameda Central, la avenida San Juan de Letrán, también conocida como Niño Perdido y ahora llamada Eje Central Lázaro Cárdenas, entre otras calles, Villa notó la presencia de centenares de niños que vagaban libremente y otros más dormían en las banquetas tratando de quitarse el frío tapándose con periódicos viejos y anuncios despegados de las paredes llenos de engrudo seco.
Algunos de estos niños incluso abrazaban a los perros callejeros para tratar de tener un poco más de calor. Muchos de estos pequeños se soltaban a llorar, pues no podían conciliar el sueño debido al hambre y el frío. Al verlos en condiciones tan deplorables, el General Villa se conmovió tanto que comenzó a llorar, pues recordó su infancia tan llena de carencias e injusticias.
Villa veía con tristeza las condiciones en las que vivían los niños, quienes eran el futuro del país, mientras las personas pasaban al lado de ellos sin inmutarse ni notar su presencia. Una vez que pudo tranquilizarse, Villa le preguntó a su acompañante que por qué esos niños dormían en la calle y dormían en las banquetas, a lo que Medina respondió que eran huérfanos, que no tenían hogar y que por el día se dedicaban a vender periódico, a asear calzado o pedir limosna, mientras que por las noches dormían en donde podían.
Antes de regresar al norte del país, Villa dio una orden: “Cuenten a todos los niños huérfanos que puedan, me los voy a llevar a Chihuahua. No es posible que esos pequeños estén aquí a la deriva de nadie, porque yo amo a los niños y odio a los tiranos. Esos chiquillos los voy a adoptar, van a ser mis hijos”.
Al llegar a su casa La Quinta Luz, que ahora funciona como museo, en la capital de Chihuahua, le informó a su esposa que ya era madre. Le contó que se había llevado consigo de la ciudad de México a 300 niños huérfanos, y que ahora ellos serían sus padres. Le encargó ir a una tienda para comprarles ropa y lo que les hiciera falta, además de inscribirlos a la escuela de artes y oficios para que se convirtieran en personas funcionales para la sociedad cuando crecieran.
Así fue como Villa, de su propia bolsa, les puso maestros de mecánica, talabartería, hojalatería, electricidad, música y carpintería.
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