El 28 de mayo de 1864 llegó al territorio una de las parejas más emblemáticas de la historia mexicana: Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota Amelia.
Como siempre se narra la historia de su participación política en el país, decidimos contarte cómo fue la vida cotidiana del matrimonio real.
La pareja se casó el 27 de julio de 1857 cuando ella tenía 17 años y el 25. Siete años más tarde llegarían a México para seguir las ordenes de Napoleón III. Salieron del Fragata Novara, un buque de guerra austriaco que llegó al Puerto de Veracruz para dejar a los que encabezarían el Segundo Imperio mexicano.
Cabe destacar, que su Imperio se desarrolló en el período de 1864 a 1867. Todos estos años estuvieron caracterizado por constantes enfrentamientos entre los liberales y conservadores, pues Benito Juárez, liberal de corazón, no había aceptado la monarquía impuesta por los franceses y decidió trasladar su gobierno a Chihuahua.
Por otro lado, de acuerdo con información de la Secretaría de Cultura, el matrimonio llevaba una vida tranquila que se caracterizaba por su gran amor reflejado en las cartas que se enviaban. Uno de los aspectos que más destacó en la pareja fue que siempre se apoyaban, de hecho, era común escuchar a Maximiliano referirse a Carlota como su brazo derecho.
Sin embargo, su romance oculta algunas historias de infidelidades por parte de los dos. El emperador se habría involucrado con una joven india de 17 años, quien por su belleza particular fue llamada “la india bonita”. La conoció porque era una de las empleadas domésticas que cuidaban su casa en Acapatzingo, Morelos.
Por otra parte, según un artículo de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), Carlota se encontraba deshecha por los rumores de la supuesta infidelidad de Maximiliano y al desesperarse por la ausencia de su marido que acostumbraba a viajar constantemente, salió de México en julio de 1866 para pagarle con la misma moneda.
Incluso, se dice que terminó embarazada a causa de su “aventura”. La paternidad se le atribuyó al el coronel belga Alfred Van Der Smissen, aunque también hubo sospechas del general mexicano Miguel López, ya que era muy cercano a la emperatriz. Dichas historias fueron retomadas por Fernando Del Paso en su famosa novela Noticias del Imperio, sin que hasta ahora se hayan confirmado.
Por otro lado, al poco tiempo de su llegada a México, acostumbraban estar siempre juntos e iban a visitar a algunas familias para construir lazos de amistad con distintas personalidades de la aristocracia mexicana, hecho que los ayudó a acercarse a las costumbres de la sociedad.
La clase alta se conformaba por abogados, mineros, empresarios y funcionarios del gobierno principalmente. Fue en estas épocas cuando los arreglos coloniales empezaron a ser sustituidos por decoraciones europeas traídas por el emperador y la emperatriz.
Su día comenzaba con las campanadas que anunciaban la misa desde las 6:00 o 7:00 de la mañana. Ellos, como buenos religiosos, siempre acudían puntualmente al culto. Las iglesias que más eran frecuentadas por la aristocracia solían ser las más limpias y destacadas de la zona.
Después Maximiliano iba a ver sus pendientes matutinos, al terminar, salía a pasear con su caballo por las calles de la Ciudad para trasladarse a la Alameda Central y llegar a ver a los soldados franceses —que él había mandado traer— tocar de 8:00 a 10:00 de la mañana.
Sin duda, su agenda se encontraba llena de eventos sociales para hacer buenas migas con la élite del país. Siempre que iban a un lugar distinto acostumbraban cambiar su ropa. Todas las mañanas era muy común que la emperatriz portara una mantilla de colores en la cabeza, su Biblia y rosario en la mano derecha.
El emperador normalmente usaba su traje militar, no obstante, durante el día solía cambiarlo por un traje charro para aportar un elemento nacional a su imagen. Su barba y patillas largas también fueron muy características.
Las salidas al teatro eran una actividad frecuente que se mezclaba con la las tertulias organizadas por las esposas de los adinerados para hablar de la moda europea y los encantos de aquél continente. Para estas ocasiones, Carlota sacaba del clóset sus mejores vestidos.
El Casino Español y el Teatro Nacional eran los lugares más comunes a los que acudía la pareja con integrantes de la clase alta para disfrutar de un buen baile y buenas charlas.
Por último, era muy común que la semana se inaugurara con los “lunes de la emperatriz”, las fiestas que Carlota organizaba en Palacio Nacional. De acuerdo con el historiador Arturo Aguilar Ochoa, para asistir a estos bailes “se repartían anticipadamente invitaciones, alternando cada vez diferentes familias, y con ello dando oportunidad de que asistieran el mayor número de personas”.
Aunque Maximiliano no disfrutaba tanto de los compromisos sociales como su esposa, procuraba participar en los eventos que organizaba. Regularmente, la pareja inauguraba la pista de baile con la danza europea Las cuadrillas.
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