Cómo eran las posadas en tiempos de Porfirio Díaz

Es una celebración esencial dentro de la Navidad de los mexicanos desde tiempos de la Conquista, que al inicio se llevaba a cabo en las iglesias

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Las posadas se dividían en dos: las de las nuevas generaciones en las que predominaba el baile y las más religiosas que se centraban en la procesión y los rezos (Foto: Mediateca INAH)
Las posadas se dividían en dos: las de las nuevas generaciones en las que predominaba el baile y las más religiosas que se centraban en la procesión y los rezos (Foto: Mediateca INAH)

Durante las fiestas decembrinas se representa la procesión y el peregrinaje que tuvieron que hacer José y María para poder dar a luz al niño Jesús lejos de los soldados que les daban caza. Con cantos y velas se recrea la escena en la que piden refugio al dueño dentro de su posada quien después de varios ruegos, acepta al escuchar que es el salvador quien llegará esa misma noche al mundo.

Fuera de que en realidad Jesús no nació en el día que se cree, las posadas son un evento importante dentro de las celebraciones mexicanas navideñas. Y estas se celebran desde el inicio de México como colonia española, pues la navidad sirvió como una herramienta evangelizadora en la Nueva España. Las pastorelas, las piñatas y los canticos formaron parte de los nuevos mexicanos a lo largo de la historia.

Las posadas se les llamaban Misas de aguinaldo que se llevaban a cabo del 16 al 24 de diciembre en las que se les daban a los concurridos pequeños regalos conocidos como aguinaldos. Pero estas se celebraban en los atrios de las iglesias y posteriormente fueron desplazándolas a ambientes domésticos.

A pesar de la pandemia, las posadas siguen celebrándose en tiempos navideños (EFE/ Madla Hartz)
A pesar de la pandemia, las posadas siguen celebrándose en tiempos navideños (EFE/ Madla Hartz)

A finales del siglo XIX, con Porfirio Díaz en el gobierno, las posadas se celebraban con los participantes cargando el altar haciendo un recorrido con rezos recreando el peregrinar de José y María con el añadido de las piñatas y numerosos juegos pirotécnicos. Sin embargo, de acuerdo con el artículo de Las posadas en 1894 y 1895: una tradición religio-terpsicorea de Marisol Tarriba Martínez López, se dividían las posadas de dos modos: las pertenecientes a las nuevas generaciones o “las de los muchachos”, y las de “rezo y olla”, aquellas que seguían siendo primordialmente religiosas.

Durante 1890, los esfuerzos del gobierno porfirista por reavivar las relaciones con la iglesia habían surtido efecto tras los perjuicios causados por los gobiernos liberales y la constitución de 1857. Se restauraron varios de los privilegios eclesiásticos y buscaron volver a posicionarse entre la sociedad por medio de la prensa. A través de ella se quejaron algunos miembros acerca de las representaciones en las posadas.

Las posadas ya no eran solo un medio de manifestar la fe y la importancia de las creencias de sus participantes: era un divertimento, una experiencia comunitaria que acercaba a sus participantes y estrechaba sus lazos. La convivencia y el entretenimiento de los participantes en las fiestas decembrinas adquirían, a sus ojos, mayor predominio que la fe. Por lo tanto, comenzaron a haber cambios en la forma en la que se celebran las posadas. Los rezos, el altar cargado por la procesión, el rezo de los rosarios y pedir posada “emulando a los santos peregrinos había sido desplazado por los bailes”.

Las piñatas fueron un elemento posterior de las posadas y eran elaboradas con barro (EFE/Madla Hartz)
Las piñatas fueron un elemento posterior de las posadas y eran elaboradas con barro (EFE/Madla Hartz)

Esto en parte puede entenderse por las celebraciones indígenas que se caracterizaban por la danza y la teatralidad, cosa que también causó inconformidad en los misioneros, de sus rituales trasladados a las tradiciones españolas que buscaban enraizarse en los mexicanos y que continuaron cambiando con el paso de los siglos.

Una queja parecida se alzó de la pluma de José Joaquín Fernández de Lizardi quien lamentaba que las pastorelas adquirían cada vez un tono más pícaro y vulgar con el predominio de los diablos, llamándolas pastorelas endiabladas. Los argumentos espetados por el arzobispado eran similares: desacralización de los festejos, mayor blasfemia; a lo que la prensa respondía a favor y llamaba al retorno a las costumbres de antaño ultrajadas por los gobiernos liberales.

También se argumentaba que estas podían ser un nido de promiscuidad ya que había encuentros entre ambos sexos que podía llevar a fines carnales por la proximidad del baile. La perdida de la teatralidad que implicaba el paso de las nuevas generaciones que quedaron a cargo de las festividades, fue una preocupación en tiempos porfiristas.

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