La llegada de Benito Juárez a la presidencia dictó, en gran medida, la forma en cómo fue plasmada la historia oficial hasta la actualidad. En una época donde la coyuntura fue determinada por la rivalidad entre imperialistas y liberales, en cuanto asumió el poder, el político oaxaqueño -nacido el 21 de marzo de 1806- buscó diferenciar el discurso de su gobierno con el imperio de Maximiliano de Habsburgo en cada uno de los aspectos posibles.
Además de plasmar su visión en leyes y códigos, también buscó desechar todos aquellos resabios materiales que recordaran el fallido imperio, que únicamente sobrevivió de 1864 a 1867. En ese sentido, Juárez y sus aliados emprendieron una campaña para deshacerse de aquellos objetos de alto valomonetario y simbólico para la pareja real, incluso alimentos y bebidas.
Para el final de la Intervención Francesa, ante la retirada de los últimos hombres del ejército francés por ordenes de Napoleón III en 1867, Maximiliano de Habsburgo se vio debilitado ante los liberales. Las fuerzas de Benito Juárez sitiaron Querétaro hasta que lograron aprehender a Maximiliano y lo mandó a fusilar junto al general Miguel Miramón y Tomás Mejía en el cerro de las Campanas en el estado de Querétaro.
Benito Juárez decidió que el único modo en el que podía dejar un mensaje claro en el que estableciera el estatus de México ante el panorama internacional era con el fusilamiento del emperador, por eso se mantuvo hasta el final la decisión, a pesar de las peticiones de clemencia de diferentes personas e incluso del gobierno estadounidense: su fatal destino estaba decidido.
Se deshizo de lo que quedó de los emperadores dejando que sus cosas se vendieran por medio de subastas o que fueran robadas. Entre ellos los alimentos y bebidas almacenados pertenecientes a los emperadores extranjeros.
Lo francés se hizo popular entre las élites mexicanas gracias al establecimiento del imperio en México. Y era comprensible debido a que los emperadores no pudieron con la comida mexicana en sus primeros intentos. Maximiliano tuvo un serio problema con el mole y los sabores picantes, así como el pulque.
Y aunque después comenzó a acostumbrarse y gustar del pipían, su almacén estaba compuesto de los mejores vinos austriacos y húngaros que, de acuerdo con Artemio de Valle Arizpe, eran difíciles de sacar si no era a través de un proceso burocrático complicado llevado a cabo por Carlos Sánchez Navarro, gobernador de la Casa Imperial. La cava imperial estaba compuesta por más de diez mil botellas de vinos, champañas y licores.
Vino y jerez durante el almuerzo, coñac acompañado de tabaco, y champaña y Rhin durante la comida; estas bebidas eran constantes en sus comidas. La cava estaba ubicada en el piso bajo del Palacio Nacional en donde también habían establecido cuartos para ellos y los miembros de su gobierno.
Al ser fusilado Maximiliano, los almacenes fueron subastados por el gobierno liberal de Benito Juárez a finales de 1867 y fueron compradas por un extranjero por la cantidad de 22 mil 836 pesos con la que consiguió alrededor de 7 mil 612 botellas que fueron descorchadas por la élite que visitaba el famoso local en la actual calle de Isabel la Católica.
De acuerdo con Ciro B. Ceballos en su libro Panorama Mexicano 1810-1910 (Memorias) se vendieron los «Vinos “campañones” de la epícurea Francia de Napoleón III; exquisitos vinos de la Hungría y Austria de los tiempos de Francisco José; procedente de los danubianos viñedos y la champañas rosada de las cavas del castillo de Schönbrunn”».
Las botellas fueron conseguidas por el dueño del Salón Wondracheck, de acuerdo con Ceballos y el cronista de Valle Arizpe, un extranjero que tras terminada la intervención decidió permanecer en México. “Fue cosa curiosa y bien extraña que se pusieran en subasta pública esos vinos y licores finísimos y que no se los robara todos enteros algún exaltado republicano o un fervoroso imperialista”.
Las cosas de los emperadores o se quedaron en el Palacio para adornar otras habitaciones, también fueron robadas por los liberales y los imperialistas: los primeros con el supuesto fin de “desaparecerlo” por ser parte del deshonroso imperio y los segundos “con el noble fin de poseer un grato recuerdo del régimen al que sirvieron muy adictos, para cuando prestaran sus importantes servicios a la República”.
Al final, relata el cronista que el Salón perdió popularidad una vez que las botellas fueron vaciadas por sus comensales. Las demás riquezas, joyas y demás objetos de valor fueron saqueados y dispersados por la república. Eso quedó del corto imperio.
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