Los mercados siempre han formado parte de la identidad mexicana y esto se debe a que sus orígenes son mucho más antiguos de lo que podríamos imaginar.
En el periodo del México-Tenochtitlan, la cultura azteca destacaba no sólo por su organización política, sino también por la exitosa organización económica. Parte del triunfo de ésta, radicaba en los mercados, específicamente en el mercado de Tlatelolco.
Según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Tlatelolco viene del náhuatl tlatelli que significa “terraza” o se deriva de xaltiloll que se refiere a “punto arenoso” o “en el lugar del montón de arena”. Ésta era una de las ciudades vecinas de Tenochtitlan, reconocida por ser el centro económico más importante de la región.
Se fundó en 1338 por los tlatelolcas quienes decidieron alejarse del poderío mexica y formar su propia ciudad. Desde entonces, se convirtió en un lugar estratégico para conseguir y vender infinidad de productos.
Su aspecto fue tan particular, que cuando llegaron a territorio azteca algunas personalidades como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, fue uno de los lugares que más les sorprendió y que más llamó su atención.
Cabe destacar, que en las cartas escritas por Cortés escribió que el mercado era “dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo”. (Revista Arqueología Mexicana, INAH).
La primera visita que los españoles hicieron a este lugar, que los habitantes llamaban tianguiztli, fue guiada por el mismísimo tlatoani mexica Moctezuma Xocoyotzin, caciques indígenas y soldados destacados.
El mercado se encontraba al suroeste del Templo Mayor de Tenochtitlán, era el lugar donde se reunían los potchecas, nombre que se les daba a las personas comerciantes que ofrecían sus mercancías a cambio de otros productos (trueque) o recibían oro en polvo, cobre o cacao como dinero.
La importancia del mercado de Tlatelolco se encontraba no solamente en la diversidad de sus artículos, sino también en que era un lugar de encuentro social y cultural. En este sitio, las personas se reunían para hablar acerca de lo que acontecía en las ciudades.
Así como ocurre hoy en día en los tianguis y en los mercados, el “ir de compras” también implicaba una actividad para socializar; incluso, Díaz del Catillo, describió a este sitio como “un gran concierto” haciendo referencia a los bullicios de la gente que inundaban todo el lugar.
Tal como sucede en el mercado de la Merced o en la Central de Abastos, el lugar se encontraba dividido por calles y cada una de estas ofrecía productos específicos, es decir, su organización tenía una muy buena planeación. Los mercaderes solían ya tener un lugar asignado, entonces sólo llegaban y colocaban sus productos en el suelo.
Entre la extensa lista de las cosas que se vendían, se encuentran la miel de maguey, frijol, chile, calabaza, diferentes tipos de maíz, cacao, chía, codornices, guajolotes, legumbres y frutas secas. Por otro lado, también vendían animales exóticos como serpientes, iguanas, culebras y los famosos chapulines.
También se podía encontrar petates, cestas, utensilios de barro, telas, molcajetes, conchas, pieles de animales, pigmentos, entre un largo etcétera. Los potchecas traían valiosos productos desde tierras muy lejanas como Honduras y el Caribe, sin embargo, éstas solo eran vendidas a la clase alta.
Entre estos se encontraban piezas hechas o talladas con oro, plata y cobre, plumas de aves muy variadas, mantas de algodón y flores para los rituales más importantes.
De igual forma, se podían encontrar todo tipo de hierbas medicinales, ungüentos y jarabes para las enfermedades. Tal y como ocurre en la actualidad, al recorrer estas calles, era común pararse a comprar algo para comer como: atole de maíz, tlacoyos, tamales, pescado asado, tortillas, entre otros.
Su impacto fue tal, que el artista mexicano Diego Rivera, llegó a realizar un mural en donde plasmaba el aspecto del mercado de Tlatelolco.
Sin duda, los mercados y los tianguis son una de las herencias prehispánicas más importantes, pues representan uno de los pilares más fuertes de la economía local, algo que debemos agradecer a nuestras raíces precolombinas.
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