De camino a México-Tenochtitlan, Hernán Cortés y su sequito se encontraron, por el camino a Tlalmanalco, al príncipe Ixtlilxóchitl, procedente de la región de Texcoco y este encuentro daría pie a un singular suceso causado por la aceptación de las nuevas posturas religiosas que los hombres extranjeros traían a la región.
Ixtlilxóchitl era hermano de Cacamatzin, el anterior señor de Texcoco. El y sus hermanos fueron a recibir a los extranjeros quienes se habían refugiado en los lindes de los montes del camino pues estaban exhaustos ante el panorama montañoso, de acuerdo con el códice Ramírez. Los españoles por su parte se sobresaltaron al verlos a lo lejos imaginándose lo peor, sin embargo, fueron recibidos tras expresar sus objetivos pacíficos.
Ixtlilxóchitl y su hermano Tecocoltzin quedaron impresionados ante la blancura y porte de Cortés: “de ver un hombre tan blanco y con barbas, y que en su brío representaba mucha majestad” y manifestaron a Malintzin le expresase sus deseos de recibir al gallardo conquistador y pasaran por sus reinos en Texcoco, de acuerdo con el libro La visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla.
Ixtlilxoxhitl, Cohuanacotzin, Yoyontzin, Tecocoltzin y Cacamatzin eran hijos de Nezahualpilli y fue este último quien lo sucedió en 1515 puesto por Moctezuma para reducir el poderío de los texcocanos, pero murió en la Noche Triste en contra de los españoles. El resto de sus hermanos, por otro lado, decidieron ir en sentido contrario al de su hermano y unirse a los españoles que irían contra su tío Moctezuma.
Fray Francisco Aguilar en su Relación Breve de la conquista de la Nueva España también cuenta que los señores de Texcoco recibieron a los españoles, “a cuya causa no quién diese guerra, y así no se les hizo mal ni daño, ni se les tocó en ninguna cosa de las suyas, si no fue el bastimento que de su propia voluntad daban”.
Muchos lugares durante la conquista entregaron su servicio a los españoles o no les dieron lucha por el odio que se le tenía a los mexicas, pero también los hubo aquellos que aceptaron la entrada de los españoles y se ofrecieron a través de enviados a disponer sus fuerzas a los invasores. Otros creían firmemente en que los españoles eran los dioses que retornarían para retomar el reino de México. Por eso también denominaban teules a los españoles: dioses.
Tal fue el caso de Ixtlilxóchitl y sus hermanos quienes se postraron ante Cortés y se ofrecieron al servirle pues era el emperador, hijo del Sol que regresaba a su reino. Cortés, a través de su interprete, les dijo quién era, de dónde venía y que “el emperador de los cristianos los había enviado de tan lejos a traerles la ley de Cristo”.
Cortés al hablarles de los misterios de la religión verdadera, del poderío del Papa y de su emperador español, así como del bautismo, conmovió a los señores texcocanos. Ixtlilxóchitl lloró ante las revelaciones y declaró que quería ser cristiano. Cortés fue su padrino y el príncipe se bautizó con el nombre de Hernando Ixtlilxóchitl y Pedro a Cohuanacotzin.
Entusiasmado, y para salvar su alma, pidió lo mismo a su madre Yacotzin, quien se negó y reprochó a su hijo que “tan presto se habia dejado vencer de unos pocos de bárbaros como eran los cristianos”. El texcocano insistió y su madre le dijo que lo haría después. Así que abandonó sus aposentos al finalizar la charla y mandó a quemar el cuarto en el que se encontraba Yacotzin. Ella salió con presteza y recibió los santos oficios.
Tras apostar unos bergantines elaborados durante su estancia en Texcoco alrededor de la capital, Ixtlilxóchitl puso a disposición de los españoles varios de sus hombres “prometiéndole de ayudarle a él y a los cristianos en la guerra y ser contra sus naturales” junto con los Xochimilcas y el señor de Cuitláhuac, apoyo que sirvió para la posterior caída de Tenochtitlan.
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