Todos participamos en al menos una pastorela. Aquel viaje ficticio en el que se buscaba llegar a ver al niño Jesús nacer. Niños vestidos de ángeles, de pastores, animales, soldados, reyes magos y cualquier otro personaje que se interpretara entre risas por los trajes hechos de forma improvisada y las actuaciones deficientes debido a la sorna y el pánico escénico de los pobres chilpayates atemorizados por las miradas de sus padres.
Las pastorelas son una tradición en los días próximos a la Navidad y las fiestas decembrinas. Si bien en sus comienzos servían como una forma de evangelización de los nativos del Nuevo Mundo, ahora son vistas como una actividad comunitaria que incluso con la pandemia no ha desaparecido.
Los personajes son usualmente María, José, el Niño Dios, los Reyes Magos, los ángeles, el diablo y los pastores como Gila, Bato, Blas y Bartolo, y en ella se representa una lucha entre el bien y el mal de una forma cómica con los pastores buscando ver al niño Dios y siendo tentados por el diablo.
Tras la conquista del reino de Tenochtitlán los españoles comenzaron con la tarea de sumar nuevos adeptos a la “religión verdadera” traída desde el otro lado del mundo. Si bien Hernán Cortés fue un consumado, sanguinario y ambicioso guerrero, también fue muy devoto y más que ver la conquista como un mero acto de expansión, para él representó una especie de misión santa.
Al menos eso es lo que dio a entender en sus cartas de relación donde también pidió al rey Carlos V qué la participación y el establecimiento de más ordenes religiosas que se encargaran de la conversión de los indígenas. También pidió se cuidara la migración de españoles puesto que los que habían llegado al nuevo territorio eran, a su modo de ver, salvajes y viles, llenos de vicios que podrían repercutir de forma negativa en los indígenas.
Es así que las primeras ordenes religiosas llegaron al país y con ellos las pastoradas, así se les llamaban a las representaciones españolas que se celebraban desde la Edad Media y popularizaron en el siglo XVI en el Nuevo Mundo.
“Se relaciona con una costumbre y una tradición europea” que “tienen que ver con piezas teatrales de un solo acto, cortas, de carácter popular que acentúan su carácter popular al tratar temas que tienen que ver con el campo”, con la gente del campo, su forma de hablar y son representadas con cierta burla, explicó Juan Gerardo López Hernández del Archivo Histórico en su charla virtual Las pastorelas en la Historia de la Ciudad de México.
En un inicio estas puestas teatrales se ofrecieron durante las liturgias y se buscó la participación de los indígenas dentro de estas interpretaciones. Sin embargo, no se presentaban únicamente en diciembre, sino en cualquier fecha del año.
Pero Gerardo López explica que en realidad la forma de la pastorela que conocemos surgió casi tres siglos después. El carácter popular que adoptó fue consecuencia de una crítica de José Joaquín Fernández de Lizardi en su Pastorela en dos actos de1809. En ella metía al personaje masculino cómico, varias mujeres y un coro, aderezado con los diablos.
Fue una forma de corregir, a su modo, el género de las pastorelas que “llenas de impropiedades violentas, arrastradas en su estilo, faltas de invención y, por lo mismo, dignas de excluirse de todo teatro público” y su pastorela mostraba a un diablo menos socarrón e igualado.
Llegaban a tener hasta siete diablos y que las pastorelas “endiabladas” eran las más celebradas. Es a finales del siglo XVIII que comienzan a ser controladas por el ayuntamiento que expedía permisos para ser presentadas en las calles.
Es así que las pastorelas se van adaptando a diferentes tiempos, con mayor presencia del diablo, de los pastores o de los Reyes Magos; con más chistes subidos de tono o más familiares. Ahora, ha tenido que sobrevivir al reto de la pandemia por medio de los medios digitales.
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