Las flores adornan miles de lugares con su belleza y brindan paz y color a sus alrededores. Sin embargo, su importancia va más allá de sólo aspectos físicos, ya que éstas también aportan beneficios medicinales, alimenticios y sobre todo, un gran valor cultural y de identidad para muchas culturas.
Desde tiempos prehispánicos, las flores han tenido un papel muy significativo en México. Éstas eran utilizadas en ceremonias, sacrificios, insignias, adornos y un largo etcétera.
Los únicos que podían portarlas en sus atuendos eran los pipiltin, que eran los integrantes de la nobleza y los guerreros más destacados. Si se era de clase baja y se llevaba alguna flor de forma cotidiana, esa persona se enfrentaba a la pena de muerte.
Los mexicas creían que cada flor poseía un poder especial, debido a eso, todas eran tratadas con mucho respeto y cuidado. Xochipilli era el nombre del dios del amor, la belleza, el placer, las flores y la ebriedad. Su nombre significa príncipe de las flores o noble florido.
Según la revista Arqueología Mexicana, dentro de las flores que más utilizaba la nobleza se encontraban la eloxóchitl (Magnolia), tlilxóchitl (vainilla) y la cacaloxóchitl (Flor de mayo). Se escogían éstas porque decían que eran las únicas que lograban quitar la fatiga que ocasionaba ocupar un cargo público.
Por otro lado, en los rituales no podían faltar el yauhtli, mejor conocido como hierba de Santa María. La importancia de esta hierba radicaba en su penetrante olor. Durante las ceremonias se esparcía en forma de polvo a los pies de las deidades o se ponía en los rostros de las personas que iban a ser sacrificadas; también se quemaba como incienso debido a su fuerte olor.
El humo y el aroma que se creaba era una importante señal del poder de Xochipilli, estos eran el vínculo que los conectaba con ese dios. Sin duda, en el mundo prehispánico se interactuaba con los dioses a través de distintas formas de expresión, específicamente lo hacían a través de los olores de las flores.
De acuerdo con la historiadora Doris Heyden, la comunicación que se establecía a través del olfato era una de las más importantes, pues ésta daba distintos indicios según el tipo de ritual, sacrificio o dios. Por ejemplo, el aroma de las flores más caras indicaba que la ceremonia era para alguien de un alto mando, si el aroma no era tan penetrante, podía tratarse de un sacrificio común.
También de acuerdo con el escritor mexicano Alfonso Reyes, “la flor era uno de los veinte signos de los días, el signo de lo noble y lo precioso, representaba también los perfumes y las bebidas”.
Algunos de los nombres de las flores que hoy conocemos llevaban otro en tiempos precolombinos. Como ejemplo está la atlcotlixochitl, que viene del náhuatl: a-tl (agua), coco-tli (tubo) y xochitl (flor), mejor conocida como Dahlia; de igual manera se encuentra cuetlaxóchitl, que es la característica flor de la navidad: la Nochebuena.
Cabe destacar que aún se conserva el nombre náhuatl de la flor Cempohualxochitl que significa “flor de veinte pétalos” o “varias flores”. Ésta era una de las más especiales porque formaba parte del tocado de la diosa Coyolxauhqui y se utilizaba en las ceremonias de tecuilhuitontli.
Gracias a los condiciones geográficas y climáticas del país, los mexicas pudieron establecer vínculos con la diversidad de flores que había en aquél entonces.
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