Las mujeres en las altas esferas del narco sufren violencias entremezcladas con el glamur, lujos y el placer de ganancias ilícitas, pero las parejas o familiares de los capos no son las únicas que entran y salen del ambiente criminal, porque lo mismo desfilan artistas, modelos o funcionarias.
Anabel Hernández, quien ha investigado durante 15 años a cárteles de la droga en México, documenta cómo los cabecillas delincuenciales extrapolan su dinámica machista en un negocio que deja millones de dólares a la par de miles de víctimas en asesinatos y desapariciones.
En Emma y las otras señoras del narco (Grijalbo, 2021), la periodista narra el drama de madres, esposas, amigas o amantes, como principales protagonistas del círculo familiar que termina por reproducir nuevas generaciones de líderes delictivos, pero al mismo tiempo, son una motivación más para seguir en actividades ilegales.
Así como habla de Diana Espinoza Aguilar, casada con Rafael Caro Quintero, también alude a las vivencias de Blanca Félix Ochoa, jefa de los Garibay, asociados al secuestro y narcotráfico en Mexicali, Baja California.
Pero igual hay otras protagonistas de la talla de Lucha Villa, Zoyla Flor o Marcela Rubiales, quienes en su momento se relacionaron con los capos más peligrosos en la década de 1980. Sobre los últimos años, la reportera alude a Ninel Conde, Arleth Terán, Alicia Machado, Alejandra Guzmán, Issabela Camil, Silvia Irabién y Galilea Montijo, entre otras.
Emma Coronel Aispuro es el hilo conductor, como en su momento lo fue su esposo, Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, en Los Señores del narco (Grijalbo, 2010). Así, entre esposas de jefes delincuenciales no solo se cruzan amantes pasajeras, sino personajes de la farándula que se vuelven una obsesión.
“Por una puerta salen los narcotraficantes a traficar; abren otra puerta, llegan a sus casas; abren otra puerta, reciben a políticos en fiestas, reciben a políticos en sus casas para pagarles sobornos y, abren otra puerta y entra la modelo, entra la actriz, entra la prostituta VIP, esas son las otras señoras del narco, las que entran y salen”, explicó la autora en entrevista con Infobae México.
Mujeres del narco: entre incubadoras de nuevas generaciones y objetos de colección
En los últimos diez años, Anabel Hernández se planteó resolver qué hacen los criminales cuando no están atentos al negocio de narcóticos, cómo socializan con sus parejas, amistades o hijas: sus mujeres.
Son su talón de Aquiles porque son el punto más emotivo, pasional e irracional de estos hombres
Pues señala que los círculos familiares son el núcleo donde se reproduce este sistema criminal, por eso es importante analizar cómo funcionan en la vida personal para desmantelarlos.
Dentro de esa dinámica hay una suma de mujeres que pareciera, no están inmiscuidas o no tienen necesidades de relacionarse con jefes de cárteles.
Sin embargo, conviven con ellos en la socialité donde adquieren estatus a través del poder y el dinero. Políticos, capos, empresarios y artistas departen entre sí, sin mayores diferencias como miembros de una clase que se cree impune y donde pueden establecer complicidades para perpetuar la criminalidad.
“Necesitan convivir, necesitan sentirse aceptados, necesitan que alguien les aplauda, necesitan a quién subir en el Ferrari que se compran con ese dinero criminal, necesitan a quien invitar a la casa que rentan o compran”, añadió la reportera sobre narcotraficantes que se vinculan con ese sector de la sociedad.
De nada sirve tener joyas o contar millones de dólares escondidos en una montaña, indicó Anabel Hernández. Deben compartir sus logros con otros seres humanos y no pueden estar aislados.
Pero una vez que terminan de satisfacer sus necesidades materiales, comienzan a comprar personas, especialmente mujeres, según concluyó un informante sobre las relaciones criminales que observó en el día a día.
Poder, machismo y pacto patriarcal no son eventos novedosos entre los narcos, porque la sociedad mexicana en que han crecido se mantienen esos componentes.
De ahí que el hecho de reafirmarse mediante premios, también incluye una gama de parejas y placeres derivados del dinero manchado con sangre. Requieren que les reconozcan sus autos lujosos, grandes residencias, además de su valor al ser codiciados entre el sexo opuesto.
Buscan a mujeres de la fama para poder superar sus propias inseguridades personales como si eso les hiciera más hombres ante el clan criminal en el que se desarrollan
“Entre más codiciada, entre más inalcanzable parezca esta mujer, más les retribuye a su muy escaso y pobre autoestima”, indicó Anabel Hernández.
Los mundos de la farándula y el narco se entremezclan
Según la periodista, en la actualidad hay más permisividad y no se repudia a los criminales en México. Así como existen mujeres, amantes o cómplices, en ese mundo del entretenimiento también están compadres, amigos y cantantes que son comparsa y se vanaglorian por ser contratados en eventos privados de los capos.
“Yo no entendía porque estas mujeres famosas necesitaban estar ahí, solo por dinero o por adrenalina, o por qué razón”, dijo uno de los entrevistados ante la artista de televisión que de pronto convivía entre narcos.
Otra explicación sería que, equivocadamente, esperan que esas cosas nunca salgan a la luz pública y todo quedará en la habitación donde se recibió el soborno o se intercambiaron favores de otro tipo. Así ha ocurrido en casos de militares y funcionarios que han terminado en la cárcel.
“Quien pensaba que podía pasar por ahí, se aprovecha, exprime, toma y después se va y que no pasa nada, no es así, todo termina sabiéndose”, advirtió.
Vidas lujosas y miserables con la Barbie
Lejos de lo que exhiben series de televisión, la vida de las señoras del narco no es del todo glamurosa. El mundo de los cárteles de la droga es descarnadamente violento y cuando se explora la biografía de las mujeres en esos círculos no se les aprecia felices. Sufren violencia intrafamiliar o violencia económica.
Priscila Montemayor, quien se casó con Edgar Valdez Villarreal, la Barbie, es un claro ejemplo que aborda Anabel Hernández dentro del abanico de personajes que entran y salen del ambiente criminal.
“La Barbie la golpeaba, la ultrajaba, la humillaba, era vulgar, era mezquino, no le daba dinero, era posesivo”, reconstruyó la periodista sobre la hija de un capo como Carlos Montemayor.
Estamos hablando de mujeres que pareciera que lo tienen todo, pero en la cotidianidad tienen vidas muy, muy miserables
No solo se enfrentan al peligro de ser asesinadas junto con sus familiares por venganzas de rivales. Si sus parejas son reales enemigos del gobierno padecen de persecuciones judiciales, cateos, demandas y una suma de hostigamientos constantes.
Así como pueden convivir como familiares impunes en plazas dominadas, crecen alejados unos de otros por motivos de seguridad. Pero mientras se mantienen cerca, envuelven a sus hijos en el mismo negocio criminal para administrar el narco imperio construido a base de sangre y fuego o, siquiera, para defenderse de enemigos.
Los diversos involucramientos de las mujeres en el narco
Al igual que hay víctimas en las mujeres del narco, también hay victimarias. Muestra de ello es Andrea Vélez, propietaria de una agencia de modelos en la Ciudad de México, que trabajaba en la campaña del ex presidente Enrique Peña Nieto y para el Cártel de Sinaloa.
En ambas esferas sociales movilizaba a las acompañantes VIP, pues se trataba de la misma dinámica patriarcal en que las mujeres son consideradas objetos sexuales para satisfacción o el placer masculino.
“Un día son compañeras, amigas de políticos, y otros días son compañeras, amigas ocasionales de narcotraficantes, y así las vemos entrando y saliendo y después se convierten en vasos comunicantes”.
No todas ellas son inocentes ni condenadas por el contexto social o familiar en que crecen. Algunas entran al mundo criminal adultas y con plena consciencia se benefician de joyas, compras en tiendas de marca, restaurantes, bares, además de departamentos en playas exclusivas.
También hay quienes se ven obligadas a emplearse como sicarias, distribuidoras de droga, o colaboradoras en el lavado del dinero. Dos de los últimos eslabones de la cadena son las halconas y las mulas, quienes se introducen droga en el cuerpo o cargan de un punto a otro en la frontera de México y Estados Unidos.
Anabel Hernández explicó que el sistema machista del narcotráfico no ha desarrollado en su seno a una gran lideresa delincuencial mexicana. Aunque muchos analistas ven esos indicios en la misma Coronel Aispuro, Rosalinda González Valencia, esposa de Nemesio Oseguera Cervantes, el Mencho; o Sandra Ávila Beltrán, la Reina del Pacífico.
“No he encontrado la gran jefa del narco: el Chapo Guzmán en mujer o el Mayo Zambada mujer o el Mencho en mujer, yo no la conozco, no creo que exista, porque es tan machista el sistema que persiste en México de manera social y criminal, que eso no existe”, aseguró.
Pacto patriarcal en el narco también puede romperse
Por otro lado, la reportera considera que quienes participan en el mundo criminal también pueden romper el pacto machista patriarcal del narcotráfico. Pues entre las centenas de miles de víctimas de este fenómeno delictivo siempre ha habido mujeres.
Ya sean bebés, niñas, adolescentes, jóvenes o de la tercera edad, ellas han sufrido violencia de cualquier tipo. Desde abuso sexual y maltrato psicológico hasta feminicidio. Por ello consideró una responsabilidad de las mexicanas cambiar este esquema y no reproducirlo al quedarse calladas.
“Ojalá las protagonistas, las mujeres, los nombres que menciono en el libro, en vez de negarlo, como tanto lo negó Emma Coronel, ojalá abrieran la posibilidad de entender ¿qué las llevó ahí?, ¿fueron voluntariamente o fueron obligadas, quién las enganchó?”, sugirió.
Las analistas han indicado que, por un lado, hay prejuicios que llevan a pensar que ellas son débiles, sin malicia e incapaces de involucrarse en ilícitos, pero todo ello es conveniente para que mantengan un bajo perfil o no levanten demasiadas sospechas.
Sin embargo, tienen acceso a información privilegiada, además, pueden acudir a espacios donde la movilidad de sus maridos es limitada. En ocasiones, desafían estereotipos y su influencia es tan crucial que cuestionan la concepción misma del poder al interior de las mafias. Pero no todo lo que brilla es oro, pues la violencia patriarcal se desborda en su máximo nivel.
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