Porfirio Díaz es sin duda uno de los personajes de la política mexicana más controvertidos en toda la historia del país. El expresidente estuvo en el poder por más de 30 años, lo que provocó que muchos de los ciudadanos se molestaran e iniciaran conspiraciones en su contra.
Además de ellos, Díaz reprimía a todo aquel que se atrevía a desafiarlo o a ponerse en su contra, incluso asesinándolos. Porfirio Díaz también hizo que la brecha entre los pobres y los ricos se remarcara de manera muy notoria, pues provocó que los ricos se hicieran más ricos, y los pobres más pobres.
La Revolución Mexicana estalló un 20 de noviembre de 1910, sin embargo, poco antes, el 16 de septiembre, Díaz celebraba el centenario de lo que fue la Independencia de México, presenció un desfile militar e inauguró el Ángel de la Independencia, en Paseo de la Reforma, una de las avenidas más importantes del país. Una noche antes, el mandatario también celebró su cumpleaños. Todo esto entre aplausos de sus seguidores y amigos.
Sin embargo, dos años antes de esto, más específicamente en marzo de 1908, comenzó una gran agitación en el país, esto tras una entrevista que el presidente tuvo con James Creelman, quien era reportero de la revista británica Pearson´s Magazine. En la plática, Díaz señaló que había esperado “pacientemente que llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas, sin lesionar el crédito nacional y sin interferir con el progreso del país. Creo que, finalmente, ese día ha llegado”.
Tras esta declaración, la oposición comenzó a prepararse para las elecciones de 1910, sin embargo, Díaz volvió a reelegirse, junto a Ramón Corral como vicepresidente, en lo que desató el enojo de principal rival político: Francisco I. Madero.
El cinco de octubre de 1910, Madero lanzó el Plan de San Luis para acabar con la candidatura de Díaz. En el documento, Madero incitó a la población a levantarse en armas en contra de Díaz el 20 de noviembre de ese año.
En mayo de 1911, ya con mas de 80 años, Díaz comenzó a considerar su renuncia. Para este momento su ministro de Hacienda, José Yves Limantour, ya se había reunido con Madero en el extranjero con el fin de llegar a un acuerdo de paz. Pero para los revolucionarios la tranquilidad dependía de la dimisión del presidente.
Porfirio, presionado por la situación del país, por los intereses extranjeros y por su salud, decidió acceder a la petición de los insurrectos y el 21 de mayo de 1911, a través de su representante Francisco S. Carvajal, firmó los Tratados de Ciudad Juárez, que también estipulaban el cese de hostilidades, amnistía para todos los revolucionarios, pensiones para los familiares de los soldados caídos y el nombramiento de catorce gobernadores provisionales.
La renuncia oficial se dio el 24 de mayo con una carta en la que Díaz anunciaba que dejaba la presidencia, y un día después, se aceptó su renuncia. Posteriormente se exilió en París, Francia, en donde moriría en 1915. En la carta se leía:
A los CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados. Presente.
El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección.
No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.
En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República, con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.
Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas. Con todo respeto.
México, Mayo 25 de 1911. Porfirio Díaz
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