La intimidad y el amor en la época prehispánica eran importantes, los mexicas ligaban la sexualidad a lo espiritual y religioso.
“Para esta sociedad había dos polos: la sexualidad y la muerte, y lo único que se podía oponer a la muerte era la sexualidad. Los antiguos mexicanos decían que el acto sexual entre un hombre y una mujer era una batalla, una guerra. Si la mujer quedaba embarazada, las parteras gritaban algo relacionado con la victoria y se decía que la mujer había cautivado a un prisionero”, explicó Patrick Johansson, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
En las sociedades mexicas no era bien vista la homosexualidad, el travestismo ni la prostitución, pero en ciertos rituales y festejos sí se permitían, a las transgresiones sexuales de forma despectiva les llamaban teuhtli que significa basura, polvo. A las mujeres les exigían llegar vírgenes hasta el matrimonio.
En las relaciones de pareja no sólo se limitaban a lo sexual sino que lo afectivo tenía una gran importancia, las mujeres les decían de cariño a sus esposos quecholito que significa ave de cuello largo de lo que derivaba un albur. El verse a los ojos era una forma de retar por lo que se debía bajar la mirada en forma de humildad, el contacto físico no era muy común frente a la sociedad.
La expresiones de la sexualidad entre la gente que conformaba un pueblo en esa época estaban arraigadas a ideas sobre la monogamia, la cual era exigida para los macehualtin que eran los tributarios quienes tenían derecho de casarse con una sola mujer y de su misma comunidad. En cambio, para las clases gobernantes, las mujeres funcionaban para hacer alianzas comerciales o de carácter político y eran casadas de forma exogámica, es decir, que no se quedaban en su lugar de nacimiento.
La doctora María Rodríguez-Shadow, quien forma parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dio a conocer a través de sus investigaciones que la sexualidad entre hombres y mujeres durante el periodo mexica era bajo una doble moralidad que juzgaba más a las personas del género femenino.
Un ejemplo de ello son los adulterios; si un varón casado estaba con una mujer soltera no se le consideraba como infidelidad, por el contrario si una mujer estaba con alguien casado era castigada; cuando ambas partes lo hacían y estaban en matrimonio de igual forma recibían castigos.
El historiador Enrique Ortiz, en su libro El mundo prehispánico para gente con prisa, expresa que en el antiguo Tenochtitlan era posible imaginar a las “mujeres ofreciendo sus servicios a cambio de dádivas de poderosos nobles, granos de cacao, comida, joyas e incluso finas vestimentas. Recibían el nombre de ahuianime y tenían una deidad protectora: Xochiquetzal, señora de la belleza, el amor y las flores”.
La palabra ahuianime significa alegradoras, ellas se encargaban de seducir a los hombres, les guiñaban un ojo, les hacían señas al mismo tiempo se alzaban su huipil para enseñarles las piernas que estaban cubiertas de tatuajes, el historiador dio a conocer que “caminaban con la cabeza levantada y erguida, y que su paso era cadencioso. Solían mirar con altivez a su alrededor”.
En la época mexica las mujeres tenían que ser sumisas, sencillas y calladas, pero las ahuianime rompían con esos mandatos de género, ellas se depilaban la cara; se maquillaban con arcillas; en sus mejillas ponían grana cochinilla con eso también pintaban sus encías y dientes que daba como resultado un color rojo intenso, se teñían el cabello de color amarillo o de negro azulado y se lo decoraban con flores; en sus manos llevaban anillos y pulseras.
La presencia de las ahuianime era parte fundamental en varios rituales religiosos debido a su forma de animar y festiva. Un ejemplo de estos festejos era el tradicional toxcal cuando un hombre joven encarnaba a la deidad Tezcatlipoca a lo largo de un año, antes de ser sacrificado, le llevaban cuatro mujeres que representaban a las deidades: Xilonen, Xochiquetzal, Atlatonan y Huixtocihualt, ellas eran sus amantes y le alegraban los pocos días que le quedaban de vida.
Ellas también bailaban en los recintos ceremoniales durante los festejos o cuando ganaban una guerra militar. A pesar de su aceptación en las fiestas y rituales, las mujeres que se dedicaban a la prostitución no eran aceptadas socialmente. Las llamaban borrachas, malvadas, lujuriosas, que venden su carne. Eras divididas en dos: las que eran bien vistas llamadas maahuiltiani (prostituta honesta) y las que vivían apartadas de la sociedad que daban sus servicios en lugares llamados netzincuiloyan que quiere decir “lugar donde se compran traseros”.
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