Entre maldades y lamentos: la historia de la terrible cárcel de La Acordada

Los cuartos eran oscuros, húmedos y pequeños, la comida insalubre y se podían aplicar penas corporales e incluso la muerte

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La cárcel de la Acordada
La cárcel de la Acordada (Foto: INAH)

Dentro de sus paredes se cometieron actos atroces en nombre de la justicia. Su presencia dio un tinte de horror y temor a la capital en tiempos del virreinato y su guardián imponía el terror en la cabeza de cualquiera que fuera condenado a permanecer dentro de sus muros. Estamos hablando de la Cárcel de la Acordada.

Fue de las primeras cárceles que se fundaron tras la formación del tribunal de la Acordada como una forma de reducir el crimen en la Nueva España a falta de buenas guarniciones que pudieran lidiar con la criminalidad en los alrededores de la capital.

En 1543 se constituyo La Hermandad, organización que combatiría el problema de la criminalidad en los caminos que se habían vuelto peligrosos para los viajante que se trasladaban de un punto urbano a otro. Sin embargo la situación no cambio y en 1643 se le dio a la Hermandad la capacidad de tener alcaldes. Pero los papeles que cumplían no eran muy específicos por lo que el proyecto se estancó.

Posteriormente, la cárcel de la
Posteriormente, la cárcel de la Acordada sería reemplazada por la cárcel de Belén.

Tras ser revivida la Hermandad, supeditada a la Sala de Crimen para informar de sus sentencias, y no haber cambiado nada, en 1719 se emite un edicto en el que se le da poderes excepcionales al juez, “quien determinaría el castigo contra todos y cualesquiera delincuentes, ladrones o salteadores en despoblado y en poblado, los aprehendiera, sustanciara sus causas en forma sumaria y con la brevedad posible, ejecutara las sentencias, aunque fuesen de muerte”.

Debido a que la audiencia estuvo de acuerdo con la decisión se le llamó Tribunal de la Acordada. Aunque esta decisión causó conflictos con la Sala de Crimen puesto que no tendría que ser consultada para las sentencias ni se le tendría que rendir cuenta alguna.

El Virrey marqués de Valero, ante este proceso ya había decidido a quien pondría al frente del nuevo órgano. Alguien que ya había mostrado la suficiente pericia en la persecución de la baja calaña en su tierra en Querétaro. También había desempeñado la empresa de persecución de bandoleros en los lindes de una hacienda en Valladolid: Miguel de Velázquez Loera.

Miguel de Velázquez Loera fue
Miguel de Velázquez Loera fue el primer juez de la acordada y recibió el favor de la corona española por el desempeño de sus funciones (Foto: INAH)

Velázquez de hecho, al ser asignada la tarea de los bandoleros, le pidió al virrey que le dotara de facultades extraordinarias en ese momento: determinar las sentencias.

Natural de Querétaro, en 1710 fue asignado como “Alcalde Provincial de la Santa Hermandad para ejercer en aquel Reino la Acordada de castigar ladrones y facinerosos que turban la quietud de él”. Casado con Antonia Ortiz Villarreal tuvo varios hijos siendo el mayor de ellos sucesor del tribunal: Juan Antonio que tuvo experiencia militar en las Filipinas.

Así el nuevo juez de la Acordada comenzaría la caza -a través del establecimiento de tenientes y comisarios- de criminales en la Nueva España. Tuvo tanto éxito que obtuvo el favor de los virreyes quienes pronto extenderían sus facultades en los años siguientes y el respeto de sus vecinos por la entrega y éxito de su oficio.

La cárcel era de las más temidas por los reos porque “en la Acordada había un rígido cumplimiento de los reglamentos y en que se privaba a los prisioneros del contacto con el mundo exterior”, de acuerdo con un artículo de Teresa Lozano Armendares: Recinto de maldades y lamentos: la cárcel de la Acordada.

En 1828 hubo un motín
En 1828 hubo un motín dentro de la cárcel por varios partidarios de Vicente Guerrero durante las elecciones del mismo año ante la victoria de Manuel Gómez Pedraza (Foto: Twitter/@DonPorfirioDiaz)

Los cuartos eran oscuros, húmedos y pequeños, la comida insalubre y sus guardias, junto con los reos asignados como guardias de respaldo, cometían todo tipo de arbitrariedades. Se podían aplicar penas corporales e incluso la muerte por las facultades otorgadas a los jueces. Velázquez colgó a 43 reos y mandó a presidió a 733 hombres. Su hijo siguió el ejemplo y hasta se trató de hacer que la familia Velázquez fuera parte permanente de la Acordada.

Murió en 1732 y se dice que aún en sus últimos momentos tuvo en su cabeza el trabajo que desempeñaba. La cárcel estuvo en servicio desde 1759 a 1813, hasta que se volvió la cárcel de la ex-Acordada en 1831 y dio paso a la cárcel de Belén en 1862 durante la intervención francesa.

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