En la noche del 10 de enero de 1967, la gente no podía creer lo que veía. Desde las ventanas de los restaurantes y establecimientos nocturnos, o desde las de las casas y departamentos de la ciudad, a las 23:00 horas la nieve comenzó a caer del cielo en la Ciudad de México.
La noche anterior el Servicio Meteorológico Nacional de la ciudad había previsto que las probabilidades de nevada eran altas, pero el escepticismo brilló por la improbabilidad del evento.
Para sorpresa de todos primero se cubrió San Jerónimo, el Pedregal de San Ángel, la Unidad Independencia, Mixcoac, Tacubaya, Chapultepec. Para la 01:30 de la mañana del miércoles 11 de enero, la nieve cubrió Paseo de la Reforma y finalmente el Centro Histórico junto con el resto de la capital del país. Los periódicos relucían en sus portadas el nuevo evento que estaba en la boca y calles de todos: La nieve había llegado a México.
Las nevadas, sin embargo ya se presentaban desde el día nueve en otras partes del país como Monterrey. Las zonas con mayor proclividad de tener nevadas se encuentran en el norte del país como Chihuahua, Coahuila, Durango o Zacatecas, mientras que cercanas a la ciudad en el sur son las partes de mayor altitud. Por eso fue un evento único en la ciudad. O al menos destacable porque ya en dos ocasiones anteriores había nevado: en 1907 y 1920.
En los diarios se presentaban las imágenes de los copos de nieve cayendo alrededor de la Diana Cazadora, de Bellas Artes y el Zócalo de la ciudad. Las fotos de las personas que jugaban en la nieve o los fragmentos de vídeo que circulan por la red de aquel suceso los muestran haciendo figuras de nieve en el suelo y hasta en sus autos.
En un pie de foto del Heraldo de México se describe el entusiasmo de dos mujeres jugando en la nieve en la región mexicana momentáneamente transformada “en una región nórdica”.
Pero como en todo evento climático, la diversión solo llega a los que pueden sortear las dificultades y tienen los suficientes recursos para no verse dañados: las personas en situación de calle se vieron mayormente afectadas y tuvieron que refugiarse en albergues. Tan solo en las primeras horas de aquel frío miércoles, habían muerto ya 10 personas como corolario de las bajas temperaturas.
A pesar de la imagen fantástica e improbable, se le sumó el caos vial. No hubo un plan de acción que pudiera implementarse ante esta situación por lo que las carreteras hacia Puebla, Toluca y Cuernavaca se vieron atiborradas por los coches que no podían avanzar a causa de la nieve que bloqueaba el camino que llegaba al metro de altura.
Además, también el desbordamiento del Río de los Remedios y el de Tenayuca ensombreció aún más el panorama, puesto que las autoridades se vieron rebasadas por la nevada y las lluvias que ocasionaron el incremento de los ríos. En Nezahualcóyotl y la alcaldía Gustavo Madero, dos de las zonas más afectadas por las inundaciones, el agua ascendió a 70 centímetros y ríos de lodo recorrían las calles, lo que dejó a 300 personas damnificadas.
En total hubo un saldo de cuarenta muertos.
Para el día trece la situación había amainado con la desaparición de la nieve en casi toda la capital. La Marquesa fue la última zona en despejarse, por lo que varios citadinos viajaron al lugar para extender por un poco más su diversión antes de que esta se fuera con la blancura de la nieve. Al menos para los que pudieron disfrutar el evento blanquecino.
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