La Castañeda fue una de las grandes obras con las que el ex presidente y general Porfirio Díaz celebró el Centenario de la Independencia.
Su gobierno adquirió el inmueble que antes era una hacienda y fábrica de pulques, sobre este lugar fue que entonces construyeron uno de los hospitales psiquiátricos más modernos de la época.
Es así que La Castañeda antes de ser manicomio, fue una hacienda pulquera que perteneció a Don Ignacio Torres Adalid, un poderoso hombre empresario dueño de varias propiedades similares en otros estados de la república: Hidalgo y Tlaxcala. Por esa razón era conocido como “El Rey del Pulque”.
La Castañeda era un recinto ubicado al sur de la ciudad, en la zona de Mixcoac, donde actualmente se encuentran las unidades habitacionales Torres de Mixcoac, Lomas de Platero y la Escuela Nacional Preparatoria No 8 “Miguel E. Schulz”.
Antes de su construcción, los pacientes con enfermedades mentales eran atendidos en instituciones subsidiadas por la iglesia y la beneficencia pública, mismos como los hospitales de Divino Salvador, el de San Hipólito y La Canoa.
El hospital de La Castañeda se construyó para poder albergar y atender a alrededor de 1,200 enfermos, quienes serían repartidos en 24 edificios de este enorme lugar. La ex hacienda contaba con un área total de más de 140 mil metros cuadrados.
El costo de la construcción de La Castañeda ascendió a 1.7 millones de pesos; fue inaugurado el 1º de septiembre de 1910, a pocos meses del estallido de la Revolución Mexicana.
Además, el propio Porfirio Díaz, su esposa, y los más altos funcionarios del país, en el marco de las fiestas del Centenario de la Independencia, fueron quienes abrieron esta clínica.
A lo largo de sus 58 años de existencia, La Castañeda albergó a 61,480 pacientes. Sin embargo, de ser un fastuoso “palacio para los locos” se convirtió en un infierno a partir de la década de 1920.
Sus pabellones estaban clasificados de acuerdo a cómo se les calificaba a los pacientes; para ser honestos, eran adjetivos un poco groseros: “distinguidos, alcohólicos, tranquilos, peligrosos, epilépticos, imbéciles, e infecciosos”.
Después de varias décadas funcionando, el manicomio cayó en el olvido y pasó de ser el mejor hospital psiquiátrico a convertirse en una pesadilla; el negro pasado de La Castañeda está lleno de historias de maltrato, abandono y tortura a los enfermos.
Hubo ocasiones en que la capacidad del hospital no alcanzaba y aún así, sus puertas se mantenían abiertas pues los recursos federales y los patrocinios disminuyeron considerablemente.
La gente que daba con esta institución mental era porque se le tachaba de padecer “locura”, sin embargo, algunos otros pacientes eran simplemente arrojados al infierno por sus propias familias, a pesar de no tener ningún indicio de enfermedad.
Las condiciones en las que vivían eran deplorables. Además de sufrir del abuso de tratamientos con electrochoques, baños de agua helada, y encierros en cuartos húmedos llenos de ratas, el personal médico les trataba de maneras inhumanas.
Pronto el martirio para estas personas terminaría pero su espíritu atormentaría a las siguientes generaciones.
Este recinto llegó a su fin el 27 de junio de 1968, cuando Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Salud, el general Rafael Moreno Valle, procedieron a clausurar el inmueble. Se reubicó a los 3,000 enfermos en otros hospitales.
De esta manera, La Castañeda fue demolida pero su fachada se conservó y se trasladó a una casa en Amecameca, en Paso de Cortés, donde aún puede ser vista.
En la década de los 70, en los terrenos de La Castañeda se construyó el fraccionamiento de las Torres de Mixcoac. Vecinos que habitaron los edificios cuentan que ahí ocurrían cosas muy extrañas.
Se dice que, a partir de las diez de la noche, suelen oírse lamentos y muebles que son arrastrados. En los pasillos comunes de los multifamiliares es posible ver macetas que se mueven solas e incluso personas que suben y bajan escaleras gritando a todo pulmón.
Hoy en día no se tiene más información al respecto ni siquiera de los ex internados, lo que resulta sumamente extraño, como si sólo fuesen fantasmas o visiones del pasado.
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