El misterio de la cabeza perdida de Pancho Villa

En 1926 la cabeza del Centauro del Norte fue profanada de su tumba, su destino sigue siendo un misterio

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La tumba de Pancho Villa
La tumba de Pancho Villa fue profanada (AFP)

En la Revolución Mexicana, como en toda guerra, los mitos no faltan. Prácticamente todos los participantes de aquel cruento enfrentamiento se vieron envueltos en un aura de misterio. Esto se debe principalmente a que sus guerreros y participantes ascendieron de la nada, de los estratos más pobres de la sociedad mexicana del inicios del siglo XX.

Pancho Villa es uno de los ejemplos más claros. Desde su nombre real hasta sus orígenes son todavía cuestionables. Pero si su vida era un misterio, el enigma lo siguió hasta la muerte, puesto que ya en el eterno descanso, su cuerpo fue profanado y se llevaron una cosa: su cabeza.

Se presume que Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, era un campesino que huyó tras matar a un hacendado por la supuesta violación de su hermana por parte del dueño, y se refugió en los montes. Y decimos se presume porque no se sabe con certeza sus orígenes, ya que el mismo Villa era afecto a cambiar su historia constantemente.

Detalles de la vida de
Detalles de la vida de Pancho Villa aún siguen siendo un misterio

En 1913 fue nombrado general de la División del Norte en contra de Victoriano Huerta. Para 1915, se había enemistado con Venustiano Carranza, líder del ejercito constitucionalista, dando inicio a la guerra entre bandos: los Constitucionalistas, bando de Carranza y Álvaro Obregón, contra los Convencionistas, alianza establecida entre Emiliano Zapata y Villa.

Tras varias derrotas contra sus excompañeros (y no sin antes quitarle el brazo a Obregón en la batalla de Celaya), el ataque a Columbus en 1916, que desencadenó su persecución por parte del ejército norteamericano, Villa huyó y se mantuvo escondido. En 1920, firmó los Acuerdos de Sabinas para por fin deponer las armas y se retiró a una hacienda otorgada por el gobierno en Durango.

Sin embargo fue asesinado el 20 de julio de 1923 en Parral, Chihuahua, en una emboscada cuando se dirigía a una fiesta. Pero ahí no acabaría todo. Una noche de 1926, en el cementerio de Parral, lugar donde fue enterrado el caudillo, el velador se percató de que los restos de Villa habían sido profanados y que faltaba su cabeza.

Álvaro Obregón perdió un brazo
Álvaro Obregón perdió un brazo en una batalla (foto: Memoria Política de México)

Villa se hizo de enemigos poderosos como Obregón durante su vida, incluso se le ha vituperado por buena parte de la población por llevar el estigma de ser su ejército el que mayor saqueo hizo durante la guerra civil. Pero aún no queda claro quién fue el responsable de aquel acto.

Paco Ignacio Taibo II escribió una extensa biografía de Villa llamada Pancho Villa: una biografía narrativa, en la que cuenta que el hurto fue ordenada por Obregón y la orden la dio el coronel Francisco Durazo Ruiz en venganza por el brazo que le costó al constitucionalista años atrás. Esta versión es la más acogida tanto por el historiador Friedrich Kats, Victor Ceja Reyes y el propio Taibo II.

Sin embargo también se le achaca la culpa a los estadounidenses por la invasión a Columbus; también que su cabeza se encuentra cerca de la Universidad de Artes de Yale; que fue exhibida en un circo en 25 centavos la entrada; que un anticuario la tenía en Nueva York, entre otras historias que el historiador Alfonso Diez recoge en su blog. Lo cierto es que será un enigma que probablemente nunca se llegue a resolver.

Esta leyenda ha llegado también al séptimo arte. En 1957 la película Así fue Pancho Villa, dirigida por Ismael Rodríguez, en la que se narran algunos capítulos de su vida y “enseñanzas” que el general daba a sus hombres... a su extravagante modo. Pero tiene la peculiaridad de que la historia es narrada por la cabeza del caudillo en un frasco de formol en una habitación llena de diferentes antigüedades.

Fotograma de Así era Pancho
Fotograma de Así era Pancho Villa (1957), en la que el caudillo es interpretado por Pedro Armendáriz.

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