El Día de Muertos es una de las tradiciones más representativas de México, esta fecha se basa en la creencia de que cada año, los días 1 y 2 de noviembre, los difuntos vuelven para convivir con su familia y amigos.
Las flores, las ofrendas y el xoloitzcuintle son de las figuras más representativas de está tradición.
En la época prehispánica, la muerte en México se consideraba como un viaje hacia el Mictlán que es el inframundo o reino de los Muertos. Este viaje dura cuatro días para llegar a ver al señor de los difuntos: Mictlantecuhtli a quien le llevaban obsequios.
Las ánimas deben cruzar un río para poder llegar al Mictlán y para realizarlo necesitan la ayuda de un perro, por tal motivo en los entierros de la época prehispánica los muertos solían ser sepultados junto con su perro para que les ayudará durante su viaje.
Por esa razón, año con año en los altares de Día de Muertos se acostumbra a poner la fotografía de un perro.
Los perros Xoloitzcuintles han sido relacionados con Xolotl que es el Dios de la muerte, las personas debían ser buenas con ellos si querían tener una muerte sin sufrimiento.
Según la leyenda, la tarea del perro Xoloitzcuintle dependía de su color: cuando es muy oscuro significa que ya no puede llevar almas porque se había sumergido mucho en el río que lleva al Mictlán. Por su parte, si era de color muy claro significaba aún le faltaba madurez para llevar ánimas. El color perfecto para que puedan encaminar a las ánimas es el gris que predomina en los Xoloitzcuintles.
Existen leyendas sobre lo que representa el Xoloitzcuintle en la tradición mexicana, como la de una señora quien al estar en su ataúd comenzó a respirar y despertó con espuma en la nariz y boca.
Luego de eso, pidió un café y un cigarro. Cuando los terminó, comenzó a hablar de cómo su cuerpo se desprendió y cuando salió de él; su alma fue a un río muy grande.
Frente a ella se encontró a un perrito flaco que solía rondar con hambre por su casa. El perro la miró fijamente y la señora le pidió: “perro llévame al otro lado”, pero él le respondió ‘¿Quieres que te lleve al otro lado? ¿Acaso me diste comida, agua, dulces? ¿No me pateabas, me bañabas con agua caliente de tu ropa sucia? ¿Qué te hacía para que en vida te portaras tan mal conmigo?”.
El perro se negó a ayudarla a cruzar porque la señora había sido mala con él en vida. Le aseguró que ella se quedaría vagando por su casa, por las chinampas y que sería un alma en pena.
Luego de la respuesta del perro, la señora comenzó a sentirse cada vez más fría, se dio cuenta de que aún percibía el olor del café y de los tamales porque se convertiría en alma en pena.
“Entonces se revolcó en la tierra y vio a Jesucristo y a San Andrecito y en eso estaba cuando despertó con mucha espuma. Luego nos dijo ‘No maltraten a los perros, porque los necesitarán’. Por eso en Mizquic (sic) hay tantos perros”.
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