
Si a algo le teme la población mexicana, no sólo ahora, sino a lo largo del tiempo ha sido a los impuestos. Sin embargo, estos no son los mismos desde siempre y hay algunos que intentaron quedar escondidos entre la historia. A continuación te decimos cuales son.
Para contextualizar, fue entre 1853 y 1854, después de que Antonio López de Santa Anna regresó de su exilio en Jamaica e instauró una nueva dictadura que sería derrocada por la Revolución de Ayutla, que decidió hacer ciertas modificaciones en las contribuciones que los mexicanos debían de hacer.
Y podrá parecer sorprendente, pero algunos de los pagos que tenían que realizar los habitantes dependían del número de puertas, ventanas o perros que poseían.
Héctor Strobel del Moral adscrito al Colegio de México (Colmex), explicó que estas medidas no fueron sacadas de la manga, ya que fue un intento del gobierno de México por imitar algunas medidas que tenían algunos países europeos. Esto con el fin de evitar la bancarrota fiscal en la que se encontraba el país tras el periodo posterior a la independencia.

Así como actualmente se suele contabilizar los focos u otro tipo de objetos para identificar el nivel socioeconómico de un lugar, en aquella época fue algo parecido con estos objetos. Y el 9 de enero de 1854 Santa Anna decretó esta medida de contribución a puertas y ventanas como un intento desesperado. Pero, algo sumamente curioso es que el impuesto fue llamado “contribución de luces exteriores”, ya que se cobraba por el derecho a la luz del sol y artificial que entraba a las viviendas.
Asimismo, las cantidades no eran las mismas para todos. Tener una casa en la Ciudad de México implicaba una tarifa más alta que si se vivía en otro estado. También si la ventana daba hacia una plaza pública sería un precio más elevado.
Pero no todo salió tan bien como se esperaba, ante las advertencias de algunos expertos en la rama fiscal, Santa Anna decidió seguir con su plan, pero se encontró inmiscuido entre algunos hacendados de Morelos que querían cerrar sus ventanas, para pagar menos y que finalmente consiguieron la autorización.
Además, se necesitaron muchos recursos extra para poder cubrir los registros de los contribuyentes y al final se convirtió en una situación tan desgastante que los mismos funcionarios pedían la cancelación del impuesto. Santana se deshizo de este en julio de 1854 y los impuestos pendientes de recolección fueron perdonados debido a que sería muy difícil recaudarlos.

El impuesto de los perros fue un poco antes, ya que el 3 de octubre de 1853 Santa Anna dio el mandato a través del Ayuntamiento de la Ciudad de México.
En esta contribución estaban incluidos todos los perros que fueran mascotas o acompañantes de caza, sólo se eximió a los perros guía. Y el monto a pagar era un peso mensual por mascota sin importar su raza o tamaño.
Se les dio a los habitantes un plazo de ocho días para que inscribieran a sus perros, pero como fue el caso de las ventanas, al no tener una planeación efectiva por parte de las instituciones, a finales de 1853 muy pocas personas habían inscrito a sus mascotas.
Debido a esto, Strobel señala en su escrito que se hizo la sugerencia a gobernación para que se les pusiera collares especiales a los perros registrados y así, en caso de ver uno sin el accesorio, se podría proceder a capturarlo y sacrificarlo en un plazo de 24 horas si el dueño no pagaba el impuesto.
Así, cuando Santa Anna abandonó el gobierno, este y otros de los extraños impuestos también pasaron a la historia con él.
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