En 1881, el maestro Justo Sierra propuso algo al gobierno de la dictadura de Porfirio Díaz: crear la máxima casa de estudios de México y una de las más grandes universidades del mundo. Sin importar que la empresa sonara enorme. En 1910, a pocos días de que estallara la revolución mexicana, se inauguró este instituto de educación superior.
De tal modo que el 22 de septiembre de 1910 se inauguró la Universidad Nacional de México (UNM). La ceremonia de apertura ocurrió en el marco de los festejos por el primer centenario de la independencia de México, por lo que la creación de la universidad adquirió un tinte patriótico desde el día en que abrió sus puertas.
Al principio, la UNM fue constituida por las Escuelas Nacional Preparatoria, la de Medicina, Jurisprudencia (derecho), Ingeniería, Bellas Artes y Altos Estudios y a la apertura acudieron, en calidad de universidades “madrinas”, las de Salamanca (España), París (Francia) y Berkeley (Estados Unidos).
Con motivo del 111 aniversario de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) decidió publicar el discurso completo de inauguración, el cual fue escrito y declarado por Sierra Méndez, el principal impulsor de la creación de la institución.
Justo Sierra fue escritor, historiador, periodista, poeta, político y filósofo. En el ejercicio del quehacer público fue diputado en dos ocasiones, ambas en representación de Sinaloa; también fue ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; y, durante el último periodo de gobierno de Porfirio Díaz, fue Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Fue en esta última etapa cuando el literato mexicano, también conocido como el maestro de América, declamó el discurso en el acto de la inauguración de la Universidad Nacional de México.
Durante su discurso, el intelectual mexicano destacó los valores del positivismo, corriente filosófica a la que se atuvo durante años; sin embargo, su carga crítica también la dejó ver, pues fue Sierra Méndez uno de los primeros en ver el posible estallamiento revolucionario, incluso, antes de que se formalizara.
También atrajo, durante la ceremonia, las palabras que indican el verdadero valor de la educación en beneficio del individuo y las señaló como complementarias a la humanidad. En este sentido, el valor de la “fuerza transmutadora” la catalogó en dos cosmogonías distintas. La primera refiere al que la entiende como “instrumento de dominio”, y la segunda al que la emplea como “agente de civilización”.
“Claro es que el elemento esencial de un carácter está en la voluntad; hacerla evolucionar intensamente, por medio del cultivo físico, intelectual, moral, deliñó al hombre, es el soberano papel de la escuela primaria, de la escuela por antonomasia”
Asimismo, realzó el valor social intrínseco de la universidad como una institución formativa que va más allá de lo intelectual y el romanticismo burgués que plantea una división jerárquica entre los que poseen el conocimiento de los que no.
“...como hicieron nuestros padres toltecas, rematase en la creación de un adoratorio en tomo del cual se formase una casta de la ciencia, cada vez más alejada de su función terrestre, cada vez más alejada del suelo que la sustenta, cada vez más indiferente a las pulsaciones de la realidad social turbia, heterogénea, consciente apenas, de donde toma su savia y en cuya cima más alta se encienda su mentalidad como una lámpara irradiando en la soledad del espacio...”
Y fueron estos los valores sobre los que se fundó la Universidad Nacional. Posteriormente, tras el periodo revolucionario, la UNM continuó su trascendencia en el entorno social de México hasta que en 1929 consagró su autonomía, con lo que se terminó de formular el nombre con el que se le conoce hasta ahora: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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