El papel de las mujeres en la Independencia de México fue crucial en todos las áreas estratégicas ya sea en el campo de batalla, en la parte de captación de información como Ana Yraeta, la mujer que encabezó un ejército de 2500 mujeres espías o como “La Güera” Rodríguez, la bella mujer que hizo cohesión para la gesta de la Independencia y convenció a Iturbide de consumarla.
Incluso como Altragracia Mercado, la mujer que financió y encabezó su ejército en Morelos o como el caso de María Fermina Rivera luchó por amor a la patria junto a su esposo tomando las armas de soldados caídos.
Sin embargo hubo varias mujeres de las clases subalternas que sirvieron a la causa insurgente como correos y seductoras de tropa, algunas llegando incluso a prostituirse con tal de ganar adeptos a la causa. Sin embargo, es necesario aclarar que seducir no significaba necesariamente establecer una relación amorosa o íntima, sino en términos generales, “convencer”. Otras acogieron en sus casas las reuniones de adictos a la insurgencia, como recopiló el libro Historia de las mujeres en México, publicado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
Se registra el caso de María Tomasa Estévez, mujer hermosísima llamada la Friné Mexicana, que fue comisionada para seducir a las tropas de Iturbide para que se pasaran al lado de los favorecedores de la insurgencia, fue tal vez el prototipo de la seductora de tropa. Fue fusilada en Salamanca en agosto de 1814.
El mismo Iturbide se expresó así de ella: “habría sacado mucho provecho de su bella figura de no ser por el acendrado patriotismo de estos soldados que la denunciaron”. (Cfr. Luis González Obregón, op. cit. Ver también María José Garrido Asperó, “Entre hombres te veas...”).
Carmen Camacho es otra de esas seductoras célebres. Se dedicaba a acercarse a los soldados realistas de las guarniciones de poblaciones menores, dejarse invitar unos tragos y aceptar los requiebros amorosos. Una vez establecida la intimidad, los convencía de desertar y convertirse a la causa insurgente. Prometía, en nombre de los independentistas, caballos y tierras. Uno de estos soldados la denunció y fue condenada a la horca, con un letrero en el pecho que rezaba: “por adicta a la insurgencia”.
Otras seductoras de tropa menos célebres fueron las llamadas Once mil vírgenes: Felipa, Antonia, Feliciana, María Martina y María Gertrudis Castillo, quienes se dedicaban a convencer soldados realistas en los Llanos de Apan.
María Francisca, a quien llamaban simplemente la Fina, en forma irónica pues fue amante de varios insurgentes, entre ellos Manuel Muñiz (indultado) y antes de José María Marroquín. El primero de ellos abandonó a su mujer por irse con ella. Como castigo, se le “deshonró” con azotes en las posaderas en plena plaza de Tacámbaro. Se decía que ella no sólo era una “vil embaucadora”, sino que en realidad era quien daba las órdenes militares y disponía del presupuesto. Las tropas bajo su mando se apropiaron de las haciendas La Loma y Chupio, así como de los ranchos del Cirucio y del Quahulote.
Lo mismo ocurría con Mariana Anaya, condenada por ello a muerte en Tula. Otras mujeres, también en Tula, tenían como misión seducir a la tropa del regimiento de infantería “sin detenerse ante nada”. Ellas eran María Josefa Anaya, Juana Barrera y Luisa Vega, llamadas las seductoras de Tula, a quienes se les formó consejo de guerra y se les fusiló.
Josefa Navarrete y Josefa Huerta, las dos de Morelia, fueron acusadas y condenadas a ocho años de prisión por seducir a un oficial realista y pedirle llevar una carta a su superior para convencerlo de la causa insurgente. Este último las delató.
También en San Luis Potosí, Juana del Balero, esposa del intendente, organizaba tertulias en favor de la insurgencia. Mientras que Agustina, la Robledo, mantenía una casa de “juego de rumbo” en Querétaro, que era la pantalla para realizar reuniones de insurgentes.
Luisa Martínez peleó junto a su marido en Erongarícuaro. Fue informante y correo de los insurgentes, llevándoles noticias, recursos y alimentos. Fue hecha prisionera varias veces y advertida. Finalmente fue fusilada junto a los hombres de su tropa. Se dice que antes de caer abatida por las balas gritó: “¡Como mexicana tengo el derecho de defender a mi patria!”.
Manuela Niño y su hija María Sánchez, apodadas las Coheteras en San Luis Potosí, albergaban en su casa a los legos de San Juan de Dios, conocidos como insurgentes. Cuando fueron acusadas, huyeron a Querétaro a seguir conspirando en favor de la insurgencia.
Otras mujeres fueron acusadas de espías, como fue el caso de Francisca Altamirano, de Querétaro, quien por ese cargo pasó tres años en prisión.
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