Hernán Cortés fue uno de los grandes protagonistas en la caída de Tenochtitlan. El capitán español, quien tenía a su mando un reducido número de exploradores, fue el principal orquestador del sometimiento del imperio mexica, el cual era en ese entonces el más poderoso de Mesoamérica.
Sin embargo, el destino del Cortés no sería como este se lo imaginaba. Apartado del territorio que “conquistó”, murió el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, España, prácticamente solo, acusado de haber asesinado a su primer esposa, Catalina Suárez.
Así pues, lejos del reconocimiento por los beneficios que recibió la Corona gracias a la invasión de Tenochtitlan, el capitán fue rechazado por la historia. Los libros lo colocan como un villano, pues gracias a sus movimientos y alianzas logró subyugar a todo un imperio.
Pero, ¿cómo comenzó su decadencia? Después de haber sido nombrado gobernador y capitán general de la Nueva España, decidió dirigirse a Las Hibueras para buscar a Cristóbal de Olid, quien lo había traicionado al intentar la “conquista” de Honduras a sus espaldas.
Al regresar a la Nueva España se encontró con un juicio de residencia, el cual consistía en someterse a una revisión de sus actuaciones como gobernante y escuchar los cargos que pudieran presentarse en su contra. La conclusión fue destituirlo como dirigente de la región.
Ante lo hechos, Hernán Cortés retornó a su país de origen para solicitar una audiencia con el rey. El capitán creyó que sería reconocido como héroe y que se le otorgaría el gobierno del territorio que había colonizado. Pero sus expectativas sólo se cumplieron a la mitad.
En 1528 recibió los honores del rey Carlos V, quien lo había enviado en expedición a Cuba, pero no le ofreció ningún cargo en la Nueva España. Lo “consolaron” con el puesto de marqués de Oaxaca y el cargo honorífico de capitán general, pero sin funciones para gobernar.
Después de su fallecimiento, los restos del “conquistador” tardaron en reposar, pues, entre otras cosas, su testamento sufrió distintas modificaciones respecto al lugar en el que sería sepultado. Cuando residía en la Nueva España, primero solicitó ser enterrado en la iglesia contigua al Hospital de Jesús Nazareno, en Ciudad de México, nosocomio que había fundado.
Posteriormente, declaró sus deseos de ser sepultado en un monasterio que había ordenado levantar en Coyoacán, una población aledaña a la capital mexicana, monasterio que nunca fue construido debido a que tuvo que partir a España con el fin de enfrentarse a un juicio de residencia al que fue citado. En octubre de 1547, pocas semanas antes de su muerte, había modificado una vez más su testamento para indicar su voluntad de reposar en la parroquia del lugar donde falleciera.
Sin embargo, entre este vaivén de solicitudes, los restos del capitán español actualmente se encuentran en una de las columnas del templo del Hospital de Jesús Nazareno.
Es natural que la historia se lea desde ángulos distintos, en esta ocasión, al tratarse de reivindicar la resistencia de los pueblos indígenas a la invasión española, el gobierno federal colocó a Hernán Cortés como un gran villano.
No obstante, existen otras interpretaciones, por ejemplo, la que el escritor Octavio Paz plasmó en su obra El laberinto de la soledad, en donde manifiesta que cuando los mexicanos dejen de ubicar al “conquistador” como un “mito ahistórico y se convierta en lo que es realmente –un personaje histórico–”, entonces “podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y serena”.
Así pues, el novelista señaló que, si bien es verdad que realizó actos cuestionables, también “hizo levantar la ciudad española más ambiciosa de su tiempo, y en el territorio que llamó Nueva España sentó las bases para su organización política, y para la implantación de la lengua, la religión y las costumbres, así como de la agricultura, la ganadería y la industria”.
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