Durante el mes de septiembre en México se celebra el día de la Independencia, la fiesta nacional, los días 15 y 16, debido a que se conmemora el Grito de Dolores con el que el cura Miguel Hidalgo y Costilla llamó, en 1810, a la insurrección a la población de la Nueva España contra la corona ibérica.
Tal situación causó confusión en muchas personas, puesto que durante muchas décadas se ha priorizado dicho acto histórico, olvidándose de la firma del acta de la independencia, el momento en el que se dejó atrás el dominio español y México se erigió como una nación independiente.
El conmemorar el inicio y no el fin de las guerras de independencia no es algo único de este país, de acuerdo a la Dirección de Divulgación de la Ciencia, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), esta acción se da en la mayoría de las sociedades porque el proceso de inicio se “asocia más con el heroísmo”, lo cual refuerza los mitos fundacionales al interior de los Estados.
No obstante, la UNAM también específica que durante las primeras décadas de independencia, en México se conmemoraba el fin de la guerra entre insurgentes y realistas con un respeto similar al que históricamente tiene el Grito de Dolores.
Incluso, más que la firma del acta de independencia, lo que se recordaba fue la entrada triunfal del Ejército de las Tres Garantías a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, el cual había decidido combatir en favor de la independencia, la unión del país y la instauración de la religión católica.
Dicho cuerpo militar era la combinación de las fuerzas realistas e insurgentes, quienes después 11 años de guerras habían dejado sus diferencias atrás el 10 de febrero de ese mismo año, cuando Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero marcaron una reconciliación entre los ejércitos combatientes con el famoso Abrazo de Acatempan.
Tras el abrazo entre los antiguos rivales, Iturbide redactó y firmó el Plan de Iguala, el cual tuvo como objetivo establecer la independencia inmediata del Reino de España, aunque pidió que la nueva nación estuviera bajo el mandato de una monarquía encabezada por Fernando VII.
Sin embargo, el proyecto no fue bien visto por el virrey Juan Ruiz de Apodaca ni la Iglesia Católica, lo cual colocó al que más tarde sería el I Emperador de México como traidor de la causa española y se comenzó una campaña contra el ex dirigente de las fuerzas realistas.
A lo cual, Iturbide respondió iniciando un viaje por algunas de las regencias de la Nueva España, buscaba que más personas se unieran a su causa; por ejemplo, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo e Ignacio López Rayón, algunos de los últimos jefes insurgentes, decidieron suscribirse a las ideas de reconciliación social que planteó el Plan de Iguala.
Meses más tarde, la cortes españolas decidieron enviar a Juan O’Donojú como Jefe Político Supremo (ya no como virrey) para suplir a Ruiz de Apodaca. En agosto de 1821, el nuevo enviado ibérico se entrevistó con Iturbide y ambos firmaron los Tratados de Córdoba.
El tratado daba fin a la guerra de independencia y reconocía México como un país soberano; sin embargo, España rechazó la validez de tal acto protocolario, para ellos la Nueva España continuaba siendo una provincia del reino.
Empero, en México se siguió combatiendo a las pocas fuerzas realistas que aún quedaban, la última batalla se libró al norte de la capital, en lo que se sigue conociendo como Azcapotzalco, para más tarde celebrar la entrada triunfal del ejército al frente del cual iba Agustín de Iturbide.
De acuerdo a los archivos periodísticos de la época, la población de la ciudad celebró la victoria trigarante, coincidentemente vistió la verde, blanco y rojo, en honor a los colores del ejército y que más tarde fueron elegidos como los tonos que portaría la bandera de la nueva nación.
El conservador Lucas Alamán, en sus memorias, catálogo al 27 de septiembre como el “día más feliz en la historia nacional”, ya que culminó más de una década de fuertes enfrentamientos y violencia social.
Las tropas del ejército que desfilaron aquel día, estuvieron conformadas por 16,134 hombres, de los cuales, 7,416 eran de infantería, 7,955 eran de caballería y 763 de artillería con 68 cañones de diferentes calibres.
Así que con base en la información de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), tras el triunfo de la revolución de Independencia y la proclamación de Iturbide como emperador, el Ejército Trigarante se convirtió en la base para el Ejército Imperial Mexicano, que posteriormente sería el Ejército Nacional Mexicano.
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