Casa de los Azulejos: la historia de uno de los recintos más antiguos de la CDMX y la leyenda que lo habita

La Casa de los Azulejos, a lo largo de su historia, ha pertenecido a diferentes personas y para diferentes lugares, uno de ellos fue el Jockey Club de México, un recinto que solamente era visitado por las personas más acaudaladas del Porfiriato

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La Casa de los Azulejos
La Casa de los Azulejos es una de las edificaciones más antiguas y con más historia del Centro Histórico.

El Centro Histórico de la Ciudad de México está lleno de edificaciones antiguas, algunas con siglos de historia, pues fueron construidas hace muchos años. Una de estos edificios, que también es uno de los más bellos que se puede encontrar en esa zona, es la Casa de los Azulejos, que data desde tiempos de la conquista española.

Actualmente recibe a cientos de personas que lo visitan para comer o tomarse un café en el famoso restaurante que alberga, sin embargo, muchos no conocen el origen del recinto.

La historia de la Casa de los Azulejos comienza en 1524, cuando Hernán Cortés le otorga parte del terreno a un hombre de nombre Antonio Burgueño. Sin embargo, quien viviría ahí serían Doña Graciana Suárez Peredo, una mujer que tenía grandes riquezas, y Don Luis de Vivero, quien descendía de una de las familias más ricas del Virreinato. Ellos eran los Condes del Valle de Orizaba. Aunque no sería hasta años después que se construiría el edificio que conocemos hoy.

Cuenta la leyenda que Doña Graciana y Don Luis tenían un hijo irresponsable, juerguista y que a menudo causaba disgustos a sus padres. Un día, su padre, harto del comportamiento de su hijo, que ponía en riesgo la fortuna de la familia, le dijo enojado a su irresponsable hijo: “Nunca harás casa de azulejos, hijo mío”.

Una leyenda ronda a La
Una leyenda ronda a La Casa de los Azulejos.

El hijo quedó herido por las palabras de su padre, por lo que decidió mostrarle que podía cambiar. Así, con el tiempo, y como respuesta a la mala profecía que había hecho su padre, decidió construir la Casa de los Azulejos.

Fue en 1737 que la fachada estilo mudéjar de la casa fue cubierta por azulejos de talavera, hechos a mano en Puebla y de los que destacan variados diseños de colores, como azul, amarillo y blanco. También se utilizó cantera con un diseño churrigueresco y los hermosos barandales que adornan los corredores y balcones, fueron mandados a hacer a Japón.

Para 1871, los Condes del Valle de Orizaba decidieron vender la propiedad a un hombre, famoso por haber construido la colonia Guerrero: Rafael Martínez de la Torre. A partir de 1891 se utilizó para albergar el Jockey Club de México, un recinto que solamente era visitado por las personas más acaudaladas del Porfiriato.

Tras la Revolución, y luego de ser ocupada por la Casa de Obrero Mundial, fue adquirida por el seños Yturbe Idaroff, para luego ser rentada a un estadounidense dueño de las droguerías y fuente de sodas Samborns Bros. Para este arrendamiento, se hicieron varias modificaciones al inmueble, pero también fue durante este periodo que el famoso pintor mexicano, José Clemente Orozco, en 1925, realizó el mural Omni-ciencia, el cual reviste las paredes del lugar. En 1978, la compañía Samborns Bros adquirió la propiedad.

Los condes del Valle de Orizaba

Don Luis de Vivero y Doña Graciana Suárez de Paredo, que eran los condes del Valle de Orizaba, eran originarios de Tulancingo, en Hidalgo. El matrimonio estableció una fuente azucarera, que en la época era una de las fuentes más rentables e importantes de la época.

La calle de Condesa se
La calle de Condesa se encuentra a un costado de la Casa de los Azulejos.

A consecuencia de la descendencia familiar que tenía Don Luis de Viveros, el rey Felipe IV concedió el título de conde haciendo referencia a su ingenio azucarero que pertenecía a su matrimonio con Doña Graciana Suárez, convirtiéndose así, en el año de 1627, en Condes del Valle de Orizaba.

Otra historia que se cuenta en torno al lugar, es una que dice que en el famoso Callejón Condesa, que se encuentra a un costado del recinto, en una ocasión entraron por los dos extremos dos hidalgos, cada uno en elegantes carruajes. Sin embargo, por lo estrecho de la calle, se encontraron frente a frente, sin permitir el paso el uno del otro. Debido a su orgullo, ninguno quiso retroceder, así que se quedaron ahí durante tres días.

Fue el mismo Virrey de la Nueva España, Miguel de la Grúa y Talamanca, quien los obligó a retroceder al mismo tiempo por donde entraron, resolviéndose así el conflicto.

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